Una disciplina caduca

Hace falta, ¡urge, más bien!, que desde la derecha y desde el seno de la élite económica haya quienes se atrevan —públicamente y sin ambigüedad— a disentir de la línea oficial, tradicional y sempiterna del sofocante consenso del Cacif.

Las imágenes que construimos en el discurso público exageran los rasgos negativos de aquellos a quienes criticamos. Y también exageran los rasgos positivos de aquellos a quienes apoyamos.

Así, Jimmy Morales termina pintado por sus contrincantes como un simplón, títere de militares. Mientras tanto, los constructores de hidroeléctricas describen a Rigoberto Juárez y a otros líderes indígenas como cuatreros inescrupulosos. Y entre todos imaginamos como imparables genios del mal a los narcopolíticos que se mueven en los entretelones del Congreso.

La realidad es más compleja. A veces la gente es más chambona que mala. Así descubrimos que la magistrada todopoderosa no pudo sino agazaparse disfrazada en una abarrotería cuando salieron tras ella la Policía y el Ministerio Público. El racista cacique empresarial actúa más por miedo que por dinero. Y, como descubrió un amigo que se mueve en medios, cuando al fin entrevistó al operador político que todos ensalzaban por astuto, resultó portarse como un alcalde de pueblo ¡y borracho! El oponente también se equivoca, también tiene sueños y quiere lo mejor para sus hijos.

Es importante reconocer esta humanidad del contrincante, que aspira, ama y comete errores. No solo porque señala por dónde atacarlo, sino porque nos recuerda a cada uno cómo somos también. Esa humanidad compartida nos obliga a admitir que algún bien querrán los señores del no, los que se sientan en las conferencias del Cacif, aun cuando descarrilen con miopía pasmosa nuestra modernización judicial. Es el mismo bien que busca el líder indígena, aun cuando resiste con bloqueos y manifestaciones la hidroeléctrica que amenaza sus tierras sin darle siquiera energía eléctrica a cambio.

Esa humanidad compartida invita sobre todo a reconocer el error del propio bando. Es una lección difícil pero urgente. En esto, lo he anotado antes, la izquierda lo tiene fácil. Por definición, ser progre es estar en contra y aparte de lo que ya existe, incluso de aquellos a quienes se valora. Por eso la izquierda no tarda en hacer pedazos a cualquiera apenas comete un error, así sea uno de sus propios notables.

Sin embargo, el ejercicio urge mucho más para la derecha. Por razón de sueños y proyectos compartidos, estos días conversé con personas cercanas a la élite económica nacional, alguno, incluso, parte de ella en el sentido más estricto. La experiencia subrayó lo visto antes: una característica sobresaliente de esa élite es la disciplina. «Roma locuta, causa finita» se traduce aquí como «El Cacif ha hablado. No hay más debate». Cuando el Cacif habla, todos callan y cierran filas.

Pero hace falta, ¡urge, más bien!, que desde la derecha y desde el seno de la élite económica haya quienes se atrevan —públicamente y sin ambigüedad— a disentir de la línea oficial, tradicional y sempiterna del sofocante consenso del Cacif. Toca que alguno, mejor aún, algunos, en un plural valiente, desde la riqueza y el poder que da el origen de élite se atrevan a dar ese breve pero indispensable paso del temor al liderazgo.

Hace falta un hijo de la élite que tenga los arrestos para señalar que la resistencia del Cacif a la reforma propuesta al artículo 203 constitucional no solo fue racista, sino ineficaz para los fines de la justicia, no digamos ya para construir una economía moderna. Urge animarse. ¿Habrá alguien —aunque sea uno solo, una sola— que subraye en público lo obvio: que no se justifica el particularismo que trata como especiales las iniciativas de la propia élite, así el lío sea por un vulgar hogar de niños con míseros 11 beneficiarios, aunque la intención sea buena, solo porque lo maneja una familiar?

Original en Plaza Pública

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