Un paseo razonado por el jardín de las barbaridades

Es por ello que los más ruines se empeñan tanto en ofuscar los procesos, pues les interesa menos la justicia que mantener la arbitrariedad.

No sorprende que la hija de un ex-gobernante defienda con uñas y dientes la causa de su padre enjuiciado. Será un poco raro referirse a él en tercera persona, pero más raro sería no mover cielo y tierra para ayudarle en su momento oscuro.

Tampoco extraña que un ex-funcionario justifique su régimen, cuando siente en la nuca el resuello de la justicia que alcanza a algún compañero de gestión. Nadie quiere pensar que la humedad y el mal olor de una cárcel pudieran ser apenas la mejor parte de su ancianidad. Más vale un rato colorado, diciendo sinvergüenzadas por la prensa, que cien meses negros en Pavón.

Así que dejemos con sus excusas a los implicados. Razones tienen de sobra para apuntalar el statu quo, para denostar a quienes se atrevan a pedir justicia. Hay cosas más preocupantes. Lo sorprendente es que haya gente, más allá de esos implicados directos, que sin vela en el entierro se pronuncian con tanta vehemencia a favor de gente cuyos actos pintan tan mal.

Partamos de lo obvio: no se contratan empleados públicos para matar ciudadanos sin juicio y con alevosía. No hay partida presupuestaria que diga: “011-666 – ejecución extrajudicial y masacre rural”. Entonces, ¿por qué habría un clasemediero urbano de tomar partido por un militar enjuiciado? Francamente, su clase nunca ha sido beneficiaria de los abusos del ejército. La violencia y la intolerancia las cosecha él. Las oportunidades perdidas le faltan a él, no al ex-militar o al ex-funcionario tramposo.

Hoy lo volvemos a vivir. Sperisen es condenado por su responsabilidad en siete ejecuciones extrajudiciales. Al hombre que le gustaba jugar pistolitas resulta que también le gustaba jugar muertecitos. Pero mientras algunos agradecemos que aunque sea la lejana Suiza juzgue a un funcionario, bastantes vociferan indignados. Por Facebook y Twitter, clasemedieros urbanos sin parte en el gobierno de Berger hacen eco a los allegados del ex-director de la policía, desatando una paradoja digna de romper el continuo del espacio-tiempo: piden justicia, y cuando al fin alguien se las da, la rechazan enojados.

Ante tales desatinos me animo descarado a moralizar para usted, clasemediero urbano que coquetea con el fascismo. Me atrevo a sugerir que hay al menos tres elementos que en el futuro le ayudarán a escoger mejor sus batallas, en vez de hacerse peón crédulo de los peores intereses.

Primero, una buena causa empieza por reconocer que todos merecemos justicia. Busque las iniciativas que asumen que los derechos básicos de las personas les son inherentes, que no dependen de su nacimiento o sus actos. Prefiera las causas que piden para todos las mismas oportunidades, así se trate de recibir recompensas o merecer castigos.

Segundo, las buenas causas se apoyan con evidencia. No acepte el «porque sí», ni el blanco=bueno / moreno=malo que tanto pesan aquí. La autoridad y el racismo son malos consejeros, pues ellos mismos causaron los problemas que sufrimos. Piénselo: ¿por qué cree que tenemos una «justicia» tan arbitraria y violenta, en que unos siempre ganan y otros siempre pierden? No basta gritar más fuerte para tener más razón. ¿Quién tiene en el cuerpo el hoyo de bala a quemarropa, quién está machucado en el fondo de la fosa común, quién vive en mullida comodidad? Los reos, con sus tiros de gracia, tanto como los cementerios clandestinos en los destacamentos militares, son irrenunciables; cerrar sus ojitos, taparse los oídos y cantar «la, la, la, la, la» no los hará desaparecer, y la próxima vez podría ser usted.

Finalmente, donde todo viene a rebosar: exija un buen proceso. La evidencia creíble depende de un proceso transparente. La igualdad ante la ley se asegura con prácticas parejas para todos. No se vale que unos tengan jueces y abogados, mientras otros mueren arbitrariamente. No se vale que unos maten sin escarmiento, mientras a otros se les niegan la memoria y la justicia. Un procedimiento dañado amenaza tanto evidencia como justicia. Por ello importa asegurar en cada caso el debido proceso. Hasta para la peor gente. Es por ello que los más ruines se empeñan tanto en ofuscar los juicios, pues les interesa menos la justicia que mantener la arbitrariedad. La causa propia y la ajena son creíbles si ambas caminan bien. Pero ambas serán cuestionadas, con solo una que tropiece. ¿Por qué piensa que ahora le dicen que el eficiente litigio de Sperisen en Suiza se parece al accidentado juicio de Ríos Montt en Guatemala? No sea baboso, deje de hablar en nombre de gente a quienes usted no les importa.

Original en Plaza Pública

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