Un monumento al ciudadano

En vez de perseguir estúpidos sueños fálicos y montar banderas con símbolos liberales de guerra y unidad por las armas, ¿por qué no honrar al ciudadano?
Hoy sí, se mandaron. Un periódico nacional reportó hace unos días la presentación del asta más alta del país.

Al saber de los 54 metros de altura del asta y la asistencia del Presidente, la Vicepresidenta y el Ministro de la Defensa en su presentación, alguno podría cuestionar con razón para qué necesitamos una mega-asta en una brigada militar, por qué estamos gastando plata en semejante bobada, quién la pagó, quién la fabricó y cuánto costó. Sin embargo, a mí lo que me provoca la noticia es un acceso terrible de vergüenza ajena.

¿Sabía usted que esto de hacer astas gigantes es manía de autócratas asiáticos, enfrascados ahora en una “guerra de las astas”? Resulta que un sheik de Abu Dabi vio el asta en el zócalo de México y quiso una mayor. Un par de emprendedores contratistas de guerra gringos le dieron el gusto. Más tardaron en instalarla que el rey de Jordania en querer una más grande, con lo que se desencadenó la competencia, y un lucrativo y permanente negocio de fabricación del “asta más grande del mundo”. El récord lo tiene ahora el asta en Dusambé, capital de Tayikistán. Con 165 metros de altura le quitó por poco el primer lugar a Azerbaiyán (162 metros), que a su vez había arrancado la primacía a Turkmenistán (133 metros). Todos países con su respectivo y longevo autócrata, y la cuenta pagada por el erario nacional.

Pues bien, en medio de esta olimpiada de los estandartes, se habrá dado cuenta usted de algo. Nuestra gran asta tiene apenas un tercio de la altura del asta de Tayikistán. Esto a pesar que el ingreso nacional bruto nuestro es casi 6 veces mayor que el de ellos. Quisiera decir que es por prudencia fiscal, pero si este fuera el caso, nunca la habrían erigido. Pienso más bien que se trata de pequeñez mental. La misma pequeñez mental que llevó a construir una Torre del Reformador de 71.9 metros de alto cuando la Torre Eiffel que remeda es cuatro veces mayor (324 metros de altura). La misma estrechez que lleva a nombrar como “Dubai Center”, así en inglés, un edificio que con sus escasos 65 metros sugiere la forma del Burj Al Arab de 321 metros de altura. “Yo quiero uno de esos, pero pequeñito”.

Espero que aprecie que no estoy abogando por embarcarnos en el camino del monumentalismo faraónico, sino más bien por renunciar a la penosa combinación tropical de delirio de grandeza y apocamiento ruin. Mi invitación es otra. En vez de perseguir estúpidos sueños fálicos y montar banderas con símbolos liberales de guerra y unidad por las armas, ¿por qué no honrar al ciudadano?

Así que aquí va la idea, señor Presidente: si va en serio lo de los monumentos, construya una estatua de dos personas, una mujer y un hombre, no más de 1,60 metros de alto, facciones indígenas. Póngalo en una peana en el crucero de Los Encuentros, y al pie inscriba en una placa de bronce: “Por Diosito y mi madre, les prometo que hoy sí, vamos a hacer lo necesario para que estas personas tengan la educación, la salud, las oportunidades y la felicidad que se merecen”.

Original en Plaza Pública

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