Tag: sociedad

  • La posfrontera

    La posfrontera

    Cayó el Muro de Berlín en 1989 y quisimos ver la llegada del nuevo milenio. Estados Unidos había ganado la Guerra Fría. Triunfaba el bien sobre el mal, el sueño liberal-democrático sobre el último imperio autoritario.

    La historia, por supuesto, resultó más complicada. Antes que ganar alguien la Guerra Fría, la había perdido la Unión Soviética. Gorbachov nomás acertó el tiro en la cabeza del zombi que hacía ratos caminaba muerto y Yeltsin lo enterró. Todo para que Putin trocara la ocurrencia de una Rusia liberal por un renuevo tan autoritario como el del zar Nicolás.

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  • La precaria autoestima del homófobo

    La precaria autoestima del homófobo

    Convengamos en que la reciente y absurda petición en contra del arcoíris en las licencias de conducir es más para reír que para indignar. Pero igual da ocasión para reflexionar. Sorprende el extraño afán del intolerante. Pobrecito, que persigue la homosexualidad con tanto ahínco. Los homófobos parecen sufrir un escozor que no los deja tranquilos. Ante lo que no cabe en su estrecha mente, en su corazón seco y frágil deben denunciar, maldecir, castigar.

    Al homófobo le pasa lo que a todos con ese barrito que nos sale en el borde de la nariz, que rascamos hasta que revienta. Y lo que al fin sale del pequeño incordio no es sino el mismo pus, la misma sangre. Es uno mismo quien hace la enfermedad. Es uno mismo quien es la enfermedad. El homófobo es el vivo ejemplo de aquello de que «no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón».

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  • Cosas que aprendí por la lectura

    Cosas que aprendí por la lectura

    Lo primero que aprendí con la lectura fue a nombrar. Siendo muy pequeño aprendí que los colores tienen nombre y las formas también. Tienen nombre los elefantes, las flores y los carros de bomberos.

    Con la lectura aprendí que mis padres me amaban. Porque en casa tenían libros en cada habitación. Me leían, yo sentado en su regazo o quizá ellos al borde de mi cama. Yo, embelesado, escuchaba mientras descifraban los textos y señalaban los dibujos.

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  • Impacientes, infantiles

    Impacientes, infantiles

    Somos cada uno al menos dos personas: el que quiere las cosas ¡para ya! y el que sabe esperar. La ciencia ha demostrado1 que en cada uno habitan al menos dos versiones de nosotros mismos. Si no en realidad, ciertamente por los resultados que perseguimos. Todos podemos dar fe de la razón que tiene. El yo previsor abre una cuenta de ahorro a plazo fijo para protegerse del yo despilfarrador. El yo perezoso pelea por la mañana con el yo de buen juicio que sabe que debe ir al gimnasio o salir a correr para mantenerse sano. Y aquel gana más veces de las que queremos reconocer.

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  • Sociedad corrupta

    Sociedad corrupta

    Se armó la de Troya. Anders Kompass, embajador de Suecia, dijo que para combatir la corrupción necesitamos «medicina fuerte».

    Ante el reporte inexacto, amigos y enemigos malinterpretamos que se refería a la nuestra como una «sociedad corrupta». Saltaron inmediatamente los seculares y fascistas promotores del malhadado honor patrio. Otros, queriendo rescatar nuestra dignidad buenchapina (usando el sardónico pero preciso término de Juan Pensamiento), señalaron que no puede condenarse a toda una sociedad cuando el problema es de instituciones.

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  • Cuidacarros, monopolio y valor-trabajo

    Cuidacarros, monopolio y valor-trabajo

    Después de un rato tenemos la jerarquía llena de trabajos de mierda, desde abajo y hasta el gerente del banco, muy orondo con su salario gigantesco por hacer nada.

    Vuelvo al cuidacarros de hace un par de semanas, que no me quedé tranquilo con las lecciones que nos dejó pendientes.

    Para recapitular, un cuidacarros es alguien que monopoliza un pedazo de calle y, cuando un automovilista intenta estacionar, le da instrucciones sobre cómo hacerlo —algo enteramente innecesario— y cobra por cuidar el carro. Aun cuando la principal amenaza al automóvil es el mismo pseudovigilante.

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  • El problema del conservador

    Habiendo escogido su arbitrario pasado mejor, al conservador le toca defender ese pasado sin que existan razones objetivas.

    En Guatemala, el conservadurismo cultural resurge cada vez que hay asuntos clave de justicia por discutir. Algunos entienden muy bien que es el distractor perfecto.

    No es casual que ahora un grupo de diputados vocifere contra el matrimonio entre homosexuales y busque la penalización adicional al aborto. Ellos necesitan desviar la atención de la discusión sobre las reformas constitucionales al sistema de justicia.

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  • La magia del capital

    El mercado es esclavo eficacísimo, pero amo infinitamente explotador.

    Crecimos juntos la gente y el mercado. Habrá nacido el mercado cuando en el Paleolítico a un par de Homo se les ocurrió intercambiar lo que le sobraba a cada uno. Y no ha parado desde entonces.

    Desde las tierras ecuatoriales hasta los polos helados, al migrar, con el mercado llenamos las propias necesidades más allá de lo inmediatamente disponible. Pasado el tiempo, las plazas donde trocábamos bienes se convirtieron en ciudades. Las rutas se tornaron puentes y carreteras, trenes y barcos para transportar las mercancías: sal del océano, harina del Levante, plata del Potosí, tecnología de California. Y sigue, que más pronto que tarde esas rutas serán también interplanetarias y llevarán agua de la Tierra a cambio de novedosas creaciones marcianas.

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  • Morongazos

    Contrario a lo que quisiéramos los más pacíficos, la violencia es eficaz. Esto no es un juicio de valor, sino una descripción de nuestra historia.

    La semana dio para bosquejar en toda su extensión el cuadro oscuro de la juventud en este país. No terminábamos de escandalizarnos por el crimen masivo contra las víctimas del ¿hogar seguro? cuando nos enteramos de que en un colegio privado un chico —quizá víctima de acoso— sacó una pistola en plena aula para resolver sus problemas de una buena vez.

    Ahora, como un extenso ejercicio en cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya ha escapado, abundan las propuestas. Cumplir la orden largamente ignorada de clausurar el hogar. Revisar las mochilas de los estudiantes al llegar a las escuelas. La voz indignada de algunos que añoran tiempos más tranquilos pregunta cómo pudimos llegar hasta aquí. Pero, bueno, ¿acaso estuvimos alguna vez en otra parte?

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  • Le explico cómo es esta vaina

    Entienda: en esta historia atroz que llamamos Guatemala no todos somos Estado porque no todos somos ciudadanos plenos.

    Imagine poca gente. ¿Cómo ponerse de acuerdo? Digamos mamá, papá y un par de hijas. Como los adultos están antes, se acostumbran a decidir entre ellos. Para cuando llegan las hijas, basta ver qué hacen mamá y papá.

    Ahora suponga un grupo mayor, 150 personas. La cosa se complica, pero es factible. Los primeros se organizan. Deciden por consenso o por el sagrado principio de que «el que tiene más saliva traga más pinol»: algunos mandan por su capacidad de convencer o porque nadie les gana a las trompadas. Como todos se conocen, no es difícil estar al tanto de la organización de la comunidad, pues nadie olvida quién resolvió el último problema o quién pega más duro.

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