La Fundesa y su élite empresarial deberían escarmentar en pellejo ajeno, aprender la lección que la historia escribe sobre la carne y la vida del mismo presidente: no se puede pedir a los demás el cambio sin cambiar uno mismo, no basta querer el bien sin asumir su costo.
Me preocupa mi peso, pero me encanta comer. Así es para todos: vivimos en contradicción, somos la contradicción. Es imposible ser de otra forma.
Pero algunas contradicciones acarrean más consecuencias que otras. Mi batalla cotidiana con las calorías da más risa que preocupación, aunque pudiera terminar como Tomás de Aquino. En cambio, si dijera amar a mi pareja para luego traicionarla con otra persona, la contradicción tendría efectos graves.
Así también hacen mucho daño las incongruencias de quienes tienen la mano en el timón de la política o juegan con las grandes finanzas. Causan mucho pesar las inconsecuencias de quienes afectan la vida y la prosperidad de muchos. No todas las contradicciones son iguales.