Tag: responsabilidad

  • La oportunidad perdida

    Pudo ser El Enorme, y enfrentar violencia con paz, pero escogió escalar el conflicto y confirmar la desigualdad. Pudiendo ser el último líder de la guerra, prefirió ser otro líder de la guerra y ceder la oportunidad.

    Hay momentos que se nos presentan como coyunturas decisivas: son esos momentos que, vistos en retrospectiva, reconocemos como definitorios de lo que vendría después. Algunos los ven como pruebas. Otros, como oportunidades.

    Oportunidades para que luego, en palabras de León Gieco, no se diga de nosotros que quedamos “sin haber hecho lo suficiente”.

    Para la mayoría, estos momentos clave, cuando debemos dejar de hacer lo obvio y escoger lo difícil, ocurren en privado. Para quienes se lanzan a la lid pública, más temprano que tarde, la oportunidad para dejar huella se da a plena luz del día, a la vista de todos. Al popularísimo expresidente brasileño Lula da Silva esto le pasó en las elecciones de 2002: pudiendo seguir con un estilo de izquierda estridente, escogió moderarse, abrazó al empresariado aún en medio de la crítica, llegó a la presidencia y terminó de transformar Brasil en lo que hoy es.

    Otro tanto ocurrió con Nelson Mandela en Sudáfrica. Con 27 años de cárcel injusta a cuestas, escogió la reconciliación antes que la venganza en un país plagado de racismo. Más sorprendente aún fue el caso de Frederik de Klerk, último presidente de la Sudáfrica del apartheid, que a contrapelo de su partido, supo desmantelar el sistema de privilegios que tan bien le servía, y sentarse con Mandela para construir una democracia multirracial.

    Más cerca de casa, a nuestro Presidente se le presentó ya una primera prueba y oportunidad. Sin embargo, quien en su inauguración dijo soñar con que la suya fuera “… la última generación de la guerra y la primera generación de la paz en Guatemala” dejó pasar la oportunidad. Esa frase, quizá la más inspirada y la más inspiradora de su discurso, quedó sin contenido cuando confirmó el ciclo perenne de abuso, descuido, desesperanza, violencia y represión. Enfrentó la prueba y falló. Pudo devolver violencia con paz, pero escogió escalar el conflicto y confirmar la desigualdad. Pudiendo ser el último líder de la guerra, prefirió ser otro líder de la guerra y ceder la oportunidad.

    Pudo ser Otto, El Enorme, y aprovechar su legitimidad con el ejército para definir una nueva forma de hacer gobierno con los más pobres, los más frustrados y los más desesperanzados, pero escogió ser uno más, perdido en un mar de iguales. El primer presidente militar escogido en democracia plena y sin guerra desde Árbenz pudo, ya sin las suspicacias enfermizas de la Guerra Fría, confirmar lo que significa ser “Soldado del Pueblo”. Pero prefirió ser General de la Élite.

    Con un optimismo poco justificado, quiero pensar que no todo esté perdido, que quizá pese más el sentido que la pulsión de corto plazo. El arco que se torció hace más de medio siglo, hoy exige ser enderezado. Timothy Garton Ash puntualizó muy bien el reto, cuando se refirió al papel de Gorbachov en el desmantelamiento de la Unión Soviética como “un luminoso ejemplo de la importancia del individuo en la historia”. La cuestión no es solo de coyunturas, hidroelectricidad, líderes comunitarios exasperados o soldadesca. Es una pregunta de justicia y una pregunta de historia. Es una pregunta sobre el lugar que Pérez Molina quiera ocupar en ella.

    Original en Plaza Pública

  • Élites sí, elitistas no

    En una democracia madura, la riqueza no es fuente de derecho. Más aún, en un marco ético progresista, la riqueza es causal de responsabilidad.

    Atribuye el Nuevo Testamento a Jesús palabras que dicen que “a los pobres siempre los tendréis con vosotros” (Juan 12:8). Lo que la cita no dice pero insinúa, es que a los ricos también los tendremos siempre con nosotros.

    Esta observación obvia esconde la peculiar dinámica que subyace a cualquier economía: tener recursos hace más fácil obtener más riqueza, y su ausencia lo dificulta. Por ello, la distribución de la riqueza en la sociedad tiende a estabilizarse de forma que unos pocos tienen mucho, y muchos otros tienen solo poco. Esto tiene implicaciones importantes al considerar las necesidades de redistribución, pero dejemos este punto a un lado, aunque sea importante.

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  • Abre tus ojos

    Como siempre, la libertad no ha sido gratuita.

    Desde la Antigüedad y por mucho tiempo fue incuestionable la autoridad del soberano. Generalmente ella se explicaba como una atribución divina y como un orden natural. El cuerpo tiene cabeza, tronco y extremidades, y el cuerpo social necesariamente debía tener cabeza en el monarca y pies en los peones. Cada uno en su lugar, cumpliendo su parte en el plan divino.

    Especialmente con el advenimiento de la modernidad esto comenzó a cambiar. Los grandes pensadores del Renacimiento se atrevieron a cuestionar la noción del orden natural. Sus ideas cristalizaron en una comprensión de la persona como sujeto que buscaba libremente su realización. Los últimos 300 años han consolidado el sentido de individualidad que ahora nosotros disfrutamos. Una a una cayeron las excusas que servían para excluir grupos de personas del goce de la libertad plena: sexo, origen, color y edad dejaron de ser razones para ser considerado objeto, en vez de individuo.

    Como siempre, la libertad no ha sido gratuita. En el medioevo había un trato: a cambio del tributo, la nobleza ofrecía protección a los vasallos ante las amenazas de otros nobles. Para fines prácticos era una extorsión a gran escala. Quitar poder al extorsionista sobre la vida de sus víctimas tomó mucho tiempo y mucho esfuerzo. Aún hoy vemos estas luchas de identidad en torno a la homosexualidad. Sin embargo, en todos los casos al ganarse la libertad individual, tocó a los individuos/ciudadanos reconocer que aquello que antes recibían automáticamente –como la protección del noble– ahora tendrían que procurárselo ellos mismos.

    Aunque la conquista básica –reconocer que el supuesto origen divino del soberano y el orden natural del poder no son sino patrañas– ya sucedió a nivel histórico, el dilema se recrea en cada sociedad, en cada generación, y en cada individuo. Es clásica ya la imagen de Neo, el héroe de The Matrix, que enfrenta una elección crítica: o escoge la cápsula azul y sigue su vida de inconsciencia feliz, o toma la cápsula roja y cobra una consciencia de la cual nunca podrá regresar. Hoy, como siempre, podemos vivir en una “matriz” de poder. La vida bajo las reglas de una sociedad –aún una tan endeble como la guatemalteca– nos evita tener que negociar cada acción que realizamos. Pero también nos atrapa.

    No hay que ser particularmente cínico para cuestionar la bondad de las instituciones que nos rodean. Estado, iglesias, empresas y familia, todos tienen su lado oscuro. No necesitamos aceptarlo todo, con una sonrisa, y además agradecerlo. No necesitamos celebrar nuestra sujeción, y esto no nos hace seres ingratos.

    La burguesía, esa que constituyeron artesanos y comerciantes en torno a los castillos feudales, cuestionó a la nobleza cuando su creciente riqueza y la tecnología les dieron la autonomía para hacerlo. En el proceso se fundó la sociedad capitalista moderna. Hoy sucede otro tanto. Desde los Indignados, pasando por el Occupy Wall Street, hasta los Cangrejos de Guatemala, tomamos consciencia de que el orden social que nos rodea no es necesario ni inevitable.

    Reconocer que ese entorno social y político es un invento contingente nos ayuda a encontrar los espacios a través de los cuales transformar y transformarnos. Guatemala está aún muy al margen de la historia. La combinación de ciudadanía incompleta, baja tecnología y pobreza significa que seguimos peleando batallas viejas, con armas viejas. Pero eso de ninguna forma significa que debamos ser ciegos.

    Original en Plaza Pública

  • ¿Qué se necesita para acabar con el trabajo infantil?

    Quizá lo que nos haga mejores guatemaltecos sea dejar de ser tan buenos chapines.
    Hace dos meses que Plaza Pública sacó su reportaje sobre trabajo infantil*/ en la industria del azúcar en Guatemala. Parece eterno. Dos meses de trabajo extenuante para quién sabe cuánta gente.

    Seis, ocho, diez horas diarias de esfuerzo que usted y yo evitaríamos a toda costa. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Mientras tanto, estrenamos Presidente, cambiamos a medias los impuestos, nos horrorizamos ante la muerte en llamas de un montón de presos en Honduras. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Hace un par de semanas –día 40 del calendario desde que Plaza Pública nos escandalizó sobre el trabajo infantil– desde que escuché a la Ministra de Educación recordarle a los hijos del privilegio en la UVG –esos que incluyen a mi hija– que debían reconocer su buena fortuna y dedicarse a maestros, porque la patria los necesita. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Hace semana y media que a alguien se le antojó que podía cuestionar a una gaseosa y a un cantante pop por endosarle a la víctima –el manido “chapín”– la responsabilidad de cambiar la patria. Hace semana y media que a un ejecutivo de mercadeo se le ocurrió la estúpida idea de censurar un programa de radio. Hace tres días que el cantante, haciendo gala de una desaprensión monumental, desperdició la oportunidad de elevarse por encima de la trifulca y apeló a los tépidos glúteos de sus críticos como sesudo argumento para descalificarlos. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. Y el coro de entusiastas aplaudieron como focas la diatriba malhadada de aquel que yo tenía por intelectual del arte. Pero los niños siguen allí, en todos lados excepto la escuela.

    Hace nueve días que Joseph Kony, el maligno líder y secuestrador de niños del Lord’s Resistance Army saltó al estrellato global, luego de 27 años de atrocidades, gracias al video de Invisible Children. Apenas una semana en que una página de Facebook “KONY 2012 GUATEMALA” juntó efusivos y entusiastas 1,789 me gusta de chapines que ahora buscan pulseras a $10 (¡setenta y siete quetzales!), posters y playeras para mostrar su compromiso con los distantes y desdichados niños ugandeses. Y los niños trabajadores de Guatemala siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. Y yo ineficaz me pregunto por qué sólo 65 gentes –ni siquiera el número de quienes llamo amigos y amigas– se apuntaron a mi pobre intento por llamar la atención al reportaje de Plaza Pública y sus tristes sujetos.

    Y me asombro porque el cantante le reclama a sus críticos si “hubiese sido mejor idea llevar una cámara y fotografiar cuanto cadáver nos encontremos (…) para enviar al mundo de manera redundante una imagen de nuestro país que es la que ya conocen”. Me asombro, porque la misma gente que aplaude su réplica se apunta entusiasta a mostrar los horrores goyescos de un asesino africano. Pero en medio de todo, los niños trabajadores de Guatemala siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.

    Así que tal vez, solo tal vez, lo primero que nos haga falta para acabar con el trabajo infantil sea un poco de distancia. Una distancia africana, para vernos en todo lo patéticos, humanos, incompletos, vergonzantes y vergonzosos que somos. Una distancia de continente ignoto, para dejar de pensar que nos ha tocado la gracia y matar la ingenua arrogancia, cuando somos una piltrafa; para abandonar la sandez de pensar que basta con sonreír para cubrir la multitud de nuestros pecados. Una distancia para admitir que quizá lo que nos haga mejores guatemaltecos sea dejar de ser tan buenos chapines, y no maldecir al que nos critica. Una distancia para tomarlo en serio: ni un solo niño fuera de la escuela hoy, mañana, nunca. Alcaldes, ministros, presidentes/generales, “miralindas” de bolsa Gucci, cantantes de pop endulcorado a punta de mercadeo, universitarias, líderes campesinos en el Polochic; Widmans, Paices y Botranes, Castillos y Pulidos –¡hasta Alvarados!– que digan e insistan: ni un solo niño fuera de la escuela, ni hoy, ni mañana, nunca.

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    */ http://plazapublica.com.gt/content/trabajo-infantil-y-explotacion-labora…

    Original en Plaza Pública

  • Los valores de nuestros padres

    Hoy ha caído un muro antes infranqueable, y esto no es un simple evento fiscal o económico.

    En su discurso de toma de posesión, el Presidente Pérez Molina dijo que “…hoy más que nunca necesitamos de la restitución de nuestros valores morales como la honradez, el respeto, reconocimiento positivo de nuestra diversidad, la plena inclusión de nuestros pueblos indígenas el trabajo arduo y la libertad”. [sic]

    No hace falta ir muy lejos en la experiencia, la memoria o la historia para reconocer que lahonradez, el reconocimiento de la diversidad y lainclusión de los indígenas escasamente han sido valores fundacionales de la cultura guatemalteca.

    Esta prestidigitación verbal y simbólica –apelar a una mitología, reclamar un injerto en la supuesta buena raíz de una sociedad y a la vez adherirle conceptos “políticamente correctos” que no le son propios–, es un recurso convencional en la retórica política, así que apenas deben sorprendernos las inconsistencias. Bien sabe el Presidente que la cultura tradicional guatemalteca no ha valorado la diversidad –excepto para el servicio doméstico–, nosotros lo sabemos, y él sabe también que lo sabemos. Así que aquí no hay nadie bajo engaño.

    Sin embargo, la ocasión sirve para reconocer un tema mayor, y es que los valores que hasta aquí han ensalzado los poderosos cada vez sirven menos para producir riqueza, no digamos ya justicia, gobernabilidad y paz. Esos valores que fundaron la Guatemala liberal, la que representamos en nuestra bandera con anacrónicos fusiles y sables, esos que algunos han buscado conservar a sangre y fuego a pesar de industrialización, intervención norteamericana, apertura al mercado mundial, Revolución del 44, 36 años de guerra civil y 15 de paz a medias, cada vez son menos útiles, más embarazosos, incluso para los hijos del privilegio.

    Esto comienza a ser reconocido, y para fortuna de todos. La apresurada aprobación de la reforma tributaria es muestra, aunque cueste aceptarlo. Que la intocable camarilla de alta empresa haya tolerado el cambio a los impuestos podrá responder por supuesto a una mayor cercanía con el gobernante actual que con el pasado, pero no solo es esto. Antaño ello no hubiera sido razón suficiente para tocar el tema y correr el riesgo de abrir una puerta que ahora usted y yo –clasemedieros urbanos de corazón y billetera- más vale sepamos mantener abierta y empujar a como dé lugar.

    Hoy ha caído un muro antes infranqueable: “el impuesto sobre la renta no es negociable”. Esto no es un simple evento fiscal o económico. Con él se comienza a resquebrajar un conjunto de auténticos valores guatemaltecos, esos que dicen, por ejemplo, que un oficial es intocable para la justicia, que el derecho a la propiedad es solo para los ricos, que los indígenas y los campesinos son ciudadanos de segunda clase, incluso que a los hijos les toca reproducir sin chistar los modos y maneras de sus padres, y que Guatemala es un caso aparte, que aquí ni las leyes de la física se aplican como en otras partes.

    El futuro se construye viendo hacia adelante, no hacia atrás. La justicia, la plena ciudadanía, los problemas del presente y de mañana, los tendremos que resolver con nuevas fórmulas, no con los chambones valores que nos trajeron hasta aquí. Ciertamente las soluciones que usaron otros en el pasado pueden servirnos de guías, pero nunca de receta. Que la primera carta del castillo de naipes haya sido removida por un presidente conservador y militar, solo lo hace más llamativo.

    Original en Plaza Pública

  • De selvas y torres celulares

    Pérez Molina quiere marcar distancia con su antecesor. ¿Tendrá la valentía y el nacionalismo para no actuar igual?
    Al visitar las islas de Cocos en el Pacífico, Darwin se sorprendió al ver que en los arrecifes de coral abundaba la vida, siendo el mar a su alrededor muy pobre en nutrientes. Sabemos ahora que esto se debe a la densa interrelación de especies en el arrecife mismo.

    Los peces mayores comen a los más chicos, los desperdicios de unos son alimento para otros y toda su riqueza descansa sobre la sutil interacción entre diminutos animales –los corales– cuyos esqueletos dan protección y soporte físico a los demás, y sus pares vegetales, que a fuerza de fotosíntesis convierten sol en biomasa.

    La selva tropical es igual. Su riqueza no está en la tierra, sino en la trama de mamíferos, aves, insectos, vegetales y microbios, que viven juntos y revueltos en los grandes árboles. Cuando el bosque se corta, la biomasa se cosecha como aparente riqueza –maderas finas y pieles de animales– pero tras una bonanza temprana lo que queda es incapaz de sostener un cultivo sin fertilizantes.

    Este empobrecimiento –pasar de riqueza autosostenida, a bonanza extractiva, luego a monocultivo y devastación final– sirve bien para entender lo que ha pasado con la gestión de las radiofrecuencias en Guatemala. La posibilidad de transmitir información –sonidos, imágenes, datos y demás– a través de las ondas de radio, y las leyes que regulan su uso, son para el caso la matriz en que se puede fundar un fértil ecosistema. Las grandes empresas de telecomunicaciones que dan acceso global, los cableros, fabricantes de antenas, vendedores de computadoras, programadores de software, cafés-Internet, proveedores de mantenimiento, escuelas digitales y servicios de tele-medicina son apenas algunas de las muchas “especies” que agregan valor social y privado en un ambiente que propicie su interrelación sostenible.

    En contraste, hasta aquí la gestión de radiofrecuencias se ha parecido a la depredación. La vigorosa privatización y desregulación que impulsó Arzú hace 15 años, produjo considerable bonanza. Los precios de las llamadas cayeron y los celulares se convirtieron en artículo de consumo básico. Muchos nos hemos beneficiado, incluyendo las empresas telefónicas.

    Sin embargo, la falta de previsión y la voracidad dieron al traste con las opciones de riqueza y diversidad sostenibles, al apostar por la “extracción” para unos pocos. Mucho se ha dicho sobre el remate a precios de quemazón que fue la subasta de radiofrecuencias en ese tiempo. Menos reconocido es que en ese remate se fue todo el bosque –tanto lo que debía venderse, como lo que debía permanecer intacto para el público. ¿Sabía usted que al conectar un dispositivo Bluetooth, en sentido estricto infringe la ley, pues el derecho a la radiofrecuencia que usan tales equipos fue vendida a un propietario privado? ¿Sabía usted que las radiofrecuencias que en otros países quedan a disposición del Estado para atender necesidades sociales, como la interconexión de escuelas y servicios de salud, también quedaron en manos de un mejor (mal) postor? ¿Está consciente que hay radiofrecuencias no usadas en 15 años, que tampoco pueden ser recuperadas, pues las concesiones y la propia Ley de Telecomunicaciones se escribieron de tal forma que es casi imposible demostrar el no-uso? Son auténticos baldíos.

    Hoy decrecen radicalmente las posibilidades de producción del ecosistema comunicacional. Urge introducir Internet en las escuelas, conectar las municipalidades y recolectar datos en puestos de salud, pero todo debe hacerse pagando caramente y al menudeo servicios que podrían ser casi gratuitos, y de paso generar muchos otros negocios de alto valor para el desarrollo local. Habiendo dejado las radiofrecuencias de utilidad pública –no son todas, ojo– en manos de actores privados, nos hemos pegado el tiro en el pie: cortados los árboles, ya no hay asidero para la sinergia saludable.

    Esta historia de autodestrucción podría enmendarse ahora, pues comienzan a caducar los primeros contratos de concesión. Sin embargo, los hechos son poco alentadores. Ya el gobierno de Colom cedió en una primera ronda de renovaciones, confirmando el trato desventajoso a cambio de contribuciones “voluntarias” (hoy suena conocido el término en torno a la minería). Pérez Molina quiere marcar distancia con su antecesor. ¿Tendrá la valentía y el nacionalismo para no actuar igual, cuando se presenten nuevas opciones de renovación? ¿Será la Superintendencia de Telecomunicaciones un auténtico regulador, o simple pelele de algunos? Hoy nadie explota las posibilidades, nadie puede explotarlas, y todos perdemos. A menos que se haga valer el interés nacional, nos esperan otros 15 años de ventajas para muy pocos, y oportunidades perdidas para todos los demás.

    Original en Plaza Pública

  • ¿Para qué subir un volcán?

    ¿Volveremos a callar mientras otros deciden sobre una reforma urgente, pero de manera injusta?
    Diez y ocho mil gentes subieron el Volcán de Agua el 21 de enero, con el fin de “manifestarse en contra de la violencia que padece este país centroamericano”.

    Adopte por un momento el plan de bobo y pregúntese, ¿cómo evita la violencia el encaramarse en un promontorio de tierra?

    Por supuesto, a menos que los montañistas fueran los violentos, o la violencia estuviera en el volcán, la relación es más bien indirecta. Entonces, ¿para qué subir un volcán bajo estas circunstancias? Yo me atrevo a decir que es para hacer ejercicio. No el ejercicio obvio del cuerpo, que enfrenta la exigencia de dos kilómetros y pico de ascenso, sino el ejercicio del músculo moral, que nos dice que una causa justa bien vale un sacrificio. El ejercicio del músculo social, que nos muestra que en medio de todo, la clase media (no se engañe, esta es la que subió) es capaz de ponerse de acuerdo, organizar la logística, vencer la pereza y el inmovilismo y decir: aquí estoy, no me podrán ignorar.

    Pues bien, apenas dos semanas y media después de ir al gimnasio volcánico, yo le quiero sugerir que a esa clase media muy pronto le tocará mostrar si puede usar sus recién ejercitados músculos morales y sociales en cosas mayores. En los últimos días hemos visto al nuevo gobierno impulsar con decisión la impostergable reforma fiscal. Al fin, podríamos agregar. Esa será la buena causa que necesitará nuestro sacrificio, como ya señalan algunos, y yo me incluyo.

    Sin embargo, con decepción hemos visto también cómo la misma iniciativa, que exige sacrificio a la clase media urbana –profesionales y asalariados– amenaza con dejar sin mayor exigencia de sacrificio a las élites. “El PP apuñala a la clase media”, dice Gustavo Berganza sin más contemplaciones. En esta tierra de privilegio ello no es sorpresa, por supuesto. La pregunta clave es si esa clase media estará dispuesta a usar el músculo moral para afirmar que pagará su parte, pero también el músculo social para insistir en que no está dispuesta a subsidiar a una élite irresponsable.

    Sabiendo que nadie en su sano juicio abandona un privilegio a menos que se lo arranquen, ¿volveremos a callar mientras otros deciden sobre una reforma urgente, pero de manera injusta? Serán los actores de siempre el CACIF y algunos en el gobierno, quizá los maestros y sindicatos en la calle, ¿o asumiremos la clase media urbana un papel como ciudadanos?

    Diez y ocho mil personas subieron el volcán. Diez y ocho mil personas, en su mayoría jóvenes, que heredarán un fisco quebrado o sostenible, desigual o justo. ¿Cuántos ayudarán a decidir esto, subiendo el volcán del sacrificio que significa pagar impuestos? ¿Cuántos subirán el volcán que significa no callar, sino exigir a sus pares más acaudalados que también paguen su parte?

    Original en Plaza Pública.

  • Hoy pagamos el derecho de piso

    Yo les exijo que garanticen que los más ricos y privilegiados de nuestra sociedad también deban hacerse adultos y poner su parte en el bien común.

    Esto no le va a gustar, pero de todas formas se lo voy a decir. Hoy nos están apretando a los que más ganamos entre los asalariados y los profesionales con los cambios al ISR, y nos duele.

    ¡Claro que nos duele! Todos preferimos tener el dinero en el banco o a la mano, y decidir libremente para gastar hoy y aquí, en lo que queramos y cuando lo queramos.

    Sin embargo, no se engañe. Dinero contante y sonante no es prosperidad, si a cambio le toca poner a los hijos en un colegio privado –caro pero por lo menos bueno–, porque no hay escuelas públicas de calidad. Hoy le toca arriesgar la vida y la hacienda cada vez que sale a la calle, porque no hay policías profesionales. Entonces, ¿de qué sirve el dinero en la mano si el precio de tenerlo es una sociedad en harapos?

    Así que hoy nos está tocando a la clase media, a punta de legislación, hacernos adultos como ciudadanos contribuyentes, sí o sí. Ante ello es fuerte la tentación de responder con el tradicional, obtuso y manipulado “no a los impuestos”. Tras 50 años en que el CACIF nos ha metido con cuchara que lo que le conviene a los pocos le conviene a los muchos, esto nos sale muy natural. Sin embargo, sería perder una oportunidad dorada. Algo así como, habiendo cumplido los 18 años y pudiendo hacer cualquier cosa, escoger comportarnos como lo hacíamos a los siete. Así que, en vez de pedir el puré “Gerber” de un Estado mágico, que nos dé todo sin que nadie lo financie, mastiquemos las cuentas de lo que realmente toca hacer.

    Primero lo obvio: si vamos a pagar más, debemos exigir que se use mejor. Si me van a sacar más plata, yo de veras quiero ver esos policías (ojo, no soldados) patrullando calles, constituidos en servidores públicos, no en amenazantes mordelones. Si me van a sacar más plata, pues insisto en ver a todos los niños y niñas en la escuela aprendiendo, sin excusas. Si esperan mi conducta adulta como contribuyente, exijo políticas adultas. La universalización de la protección a la salud sería un buen comienzo. En suma: en la dimensión de Estado como servicio, si me van a hacer pagar más, insisto en recibir mejor servicio.

    Ahora bien, la oportunidad que le pinto tiene otra dimensión, aún más importante. El Estado no es simplemente un servicio que compramos al dar nuestro dinero al fisco. Oliver Wendell Holmes lo dijo de forma precisa: los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada. Esto tiene al menos dos implicaciones importantes. Primero, la de la solidaridad. Si los guatemaltecos somos tan buenos y tan amables como nos gusta creer (“qué gusto verlo”, “¿en qué le puedo servir?”, “cuente conmigo”), debemos mostrarlo con hechos. No la limosna dada con asco al estar parados en un semáforo, sino la contribución constante y significativa para dar oportunidades y medios a los más pobres, que en esta patria son muchos. Esto es, más que una necesidad práctica, una obligación moral y una responsabilidad de ciudadanía.

    La segunda implicación tiene que ver con la equidad y la justicia: si unos vamos a pagar, esperamos que otros que tienen más, igualmente contribuyan más. Aquí es donde a nuestra clase media, a la que hoy se le está pidiendo más dinero, le toca tornarse adulta como actor político, ¡y actuar! Otto Pérez Molina me pide compromiso, y Pavel Centeno, su Ministro de Finanzas, correctamente lo traduce en que los impuestos se llaman así porque se imponen. Entonces, yo les exijo a ambos, con nombre y apellido, que igualmente garanticen que los más ricos y privilegiados de nuestra sociedad también deban hacerse adultos y poner su parte en el bien común. Quiero ver a mis mandatarios y mis representantes reflejar los intereses de la mayoría y rechazar las componendas, no importa cuántas sean las deudas de campaña que ellos contrajeron, no yo.

    ¿Se apunta usted a pedir lo mismo? Esto no es lucha de clases, es mayoría de edad ciudadana.

    Original en Plaza Pública

  • El discurso (y III)

    Primera parte

    Segunda parte

    Y todo lo demás

    Urge, entonces, un plan que operativice estas y muchas otras buenas intenciones.

    Entrega anterior: Tres grandes pactos

    Explicados los tres pactos, pasó revista el presidente a una serie de temas importantes, aunque presentados de forma desordenada. Un bloque específico lo constituyeron un compendio de términos sobre la forma de hacer gobierno con los que nadie podría pelearse, pero que desafortunadamente destacaron por su vaguedad: gobierno electrónico, auditoría social interna, transparencia, reordenamiento de las finanzas públicas, reestructuración del servicio civil, calidad del gasto, efectiva rendición de cuentas.

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  • Hoy sí, sin excusas

    La indiferencia es un lujo que ya no podemos darnos los guatemaltecos.
    El 2011 fue un año generoso para quienes queremos una mejor Guatemala. La campaña electoral, tachada de costosa, con un inicio precoz y ofertas de poca calidad, sirvió también para activar voces ciudadanas, cada vez con más claridad, cada vez con más insistencia.

    Fue alentadora la voz creciente de una clase media urbana, tradicionalmente silenciosa e indiferente ante el quehacer político. Su huella está en la efervescencia de blogs y columnas de opinión –esta incluida– que han surgido en la oportunidad, señalando necesidades, ofreciendo propuestas y denunciando errores. Plaza Pública es, ella misma, buque insignia de esos esfuerzos que combinan juventud, seriedad y voluntad de cambio.

    Sin embargo hoy, cuando las elecciones ya son historia antigua, y los nuevos gobernantes se aprestan a tomar su cargo, nos hemos quedado sin el acicate diario de la publicidad electoral para recordarnos que la cosa ya no puede seguir igual, que toca hacer algo al respecto. Este es un momento de riesgo, pues es fácil regresar a la indiferencia, dejar que otros decidan y hagan; y cuando, en tres años empiece la nueva campaña, sorprendernos por lo mal que van las cosas.

    Este es un momento de riesgo, pues hemos sido los chapines supremos maestros de la excusa. La historia de dolor y penuria de los más pobres en este país siempre encuentra una causa fuera de nosotros mismos: fueron los gringos quienes derrocaron a Árbenz, fueron los comunistas que sublevaron a la gente en el Altiplano, son los socialistas corruptos en el gobierno quienes nos quieren quitar el dinero con más impuestos, es por los políticos que la cosa pública no camina, es por los complots de la burguesía que los candidatos de izquierda no tienen arrastre, son los indígenas quienes no progresan por no aprender español, son los pobres los culpables por no trabajar (¡y Sandra Torres, qué lejana suena ya, por alcahuetearlos!). Siempre alguien más es el responsable de los problemas, nunca yo. ¡Qué lindo!

    Demos vuelta al espejo, y veamos lo que somos. Aunque los Estados Unidos, al decir de Bolívar, hubiese plagado “…la América de miseria en nombre de la libertad”, fueron chapines quienes abrieron la puerta a la invasión en 1954. A pesar de la voluminosa evidencia que muestra que aprender la primaria en el idioma materno es la mejor apuesta para una educación exitosa, es por chapines que la educación bilingüe sigue siendo marginal –sí, marginal– en el Ministerio de Educación.

    ¿Y quién cree que ha dejado a los más pobres sin tierra o mercados para tener una vida digna? Somos chapines los que ponemos y quitamos partidos políticos sin ideología, somos chapines los miedosos que no hacemos crecer la economía, los que evadimos los impuestos; y chapines los que no nos metemos a política, o hacemos trampa estando en ella.

    En tres días, Otto Pérez Molina, sus ministros y una nueva camada de diputados y alcaldes se erigirán en nuevas y perfectas excusas para que digamos “no fui yo”. Sin embargo, la indiferencia es un lujo que ya no podemos darnos los guatemaltecos. No basta con señalar a otros. Toca, sin excusas ni pretextos, involucrarse. En este 2012, en este nuevo período de gobierno, ¿tendremos usted y yo las agallas de participar en una manifestación, en vez de quejarnos porque siempre son los maestros los que dejan de dar clases para salir a la calle? ¿Tendremos usted y yo una pancarta frente al CACIF exigiendo que no obstruyan el necesario financiamiento del Estado? ¿Nos comprometeremos desde ya y por los siguientes 25 años al mismo partido político? ¿Denunciaremos y perseguiremos las corruptelas de funcionarios grandes y pequeños, o las aprovecharemos para beneficiarnos también? ¿Exigiremos que el ejército se limite con estricto apego a su mandato? ¿Usaremos el Facebook y el Twitter solo para compartir fotos de nuestras mascotas, o también para organizar a amigos, vecinos y desconocidos en pos de una auditoría social efectiva?

    Así que dele esta bienvenida al nuevo gobierno: a partir de hoy, no se queje, no se deje. ¡Actúe!

    Original en Plaza Pública

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