Tag: política

  • Hoy les tocaba a ustedes

    La historia no es fruto de una sola parte, todos intervenimos en ella. Pero algunos tienen bastante más poder que otros para escribirla.

    Los sistemas sociales tienen una particularidad casi orgánica: se reproducen y viven más allá de sus miembros. Mientras no cambien la reglas, pueden reemplazarse las personas, que las estructuras seguirán intactas, las relaciones sociales seguirán vigentes.

    Esto tiene implicaciones prácticas e implicaciones éticas. En términos prácticos, querer cambiar el sistema exige esforzarse en cambiar sus reglas. El optimismo desenfrenado del «¡sí, tú puedes!» es tan ineficaz como el peor cinismo, si la intención no se concreta en nuevas reglas.

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  • Pilatos les sonríe

    Poco importó que en la bóveda del saber no hubiera oro ni plata, sino apenas palabras vacías, palabras robadas.

    El papel moneda es un invento genial. Cansados e incapaces de acarrear montones de plata, los financistas de la China antigua dispusieron hacer transacciones sobre el valor de su palabra.

    Los billetes empezaron siendo promesas sobre la riqueza material: “por diosito y mi madre que si me presenta este billete, yo le doy su plata”. Terminaron siendo netamente instrumentos de confianza: “por diosito y mi madre que este billete vale lo que le digo”.
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  • No, no alcanza con la voluntad

    Con voluntad o sin ella, son las conductas prácticas las que producen cambios.

    ¿Alguna vez ha querido perder peso? Esta experiencia, común en vidas sedentarias, es buen modelo para entender por qué el voluntarismo nunca alcanzará para cambiar una sociedad.

    Recientemente tuve un sparring amistoso por Twitter. La materia del debate era la ausencia de mujeres en política. Yo apostaba por usar cuotas para las mujeres como forma de aumentar las oportunidades de participación femenina en un espacio dominado casi exclusivamente por los hombres (si lo duda, baste un vistazo al Congreso, la ANAM o las cámaras empresariales). Mi interlocutor no creía en las cuotas, prefiriendo la voluntad y la capacidad como mecanismos para ampliar la proporción de mujeres que activan en política.

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  • Ya no más salidas fáciles

    La lección es inescapable: la salida fácil no funciona. Algo mejor sólo vendrá del camino largo y difícil de las alianzas.

    Hace ratos que nos acostumbrados a la salida fácil. La tentación es grande: conseguir réditos altos a corto plazo es atractivo. Y nefasto.

    En 1821, los fundadores del Estado centroamericano buscaron la salida fácil e hicieron trato con Gaínza. En vez de chocar con la Corona, era más fácil comprar a su representante con un puesto atractivo. Dos años más tarde, nuestros padres que apenas lucharon un día encontraron más fácil convenir con Iturbide que construir una nueva economía y una nueva identidad.

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  • La juventud puede cambiar el pacto perverso

    Mientras vivamos en sociedad necesitaremos pacto. Perverso, como hasta aquí, o democrático y equilibrado, reconociendo que donde ganan siempre los mismos, perdemos la mayoría.

    Seguramente conoce aquella broma usada cuando nos preguntan sobre nuestro empleo: “ellos hacen como que me pagan, y yo hago como que trabajo”. Un pacto perverso, queriendo sin querer.

    Igual nos ha pasado como sociedad. Desde la Colonia, especialmente desde 1871, construimos un pacto perverso. Las partes que se odiaban, de alguna forma también se necesitaban mutuamente. El trato no fue entre iguales, como no lo es en el empleo. Pero eso no quita la componenda, deliberada para algunos, forzada para otros.

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  • ¿A quién le quedó mal Otto Pérez Molina?

    Los que sí deben poner barbas en remojo son sus elitistas promotores, que antes apostaban con éxito a lo que ahora apenas funciona.

    Ha llegado el momento en el ciclo político, cuando vemos que lo no hecho ya nunca pasará. Lejos ha quedado el triunfalismo del discurso inaugural, y algunas promesas demostraron ser simples ilusiones infundadas.

    En una nota brillante, Gustavo Berganza recién detalló cómo el gobierno ha dejado sin cumplir hasta sus más visibles ofertas, y se desmorona como una espumilla. Los ciudadanos, curtidos en el cinismo, podríamos preguntar, ¿y esto qué tiene de novedad? En dos décadas hemos visto instalarse la falsedad como norma de campaña, con candidatos que ofrecen cualquier cosa sin la mínima intención de cumplir.

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  • El analista indignado se baña en el río de Heráclito

    No basta si tuvieron razón en su momento, ni siquiera si siguen teniendo razón. El problema es que hoy otros ya no piensan igual, y toca convenir.

    “La política es el arte de lo posible”, dijo Bismark hace siglo y medio, y sigue siendo cierto. Estando dispuestos a ceder podemos conseguir cualquier cosa.

    En democracia sirve de poco tener razón, si no se logran acuerdos. No es concordar en todo, pero sí conseguir mínimos comunes para la acción colectiva. La firma de la Paz es ejemplo. Cada parte cedió algo para conseguir el resultado común. Sin embargo, tuvo un resultado incompleto. Un trato parcial firmado entre algunos, sobre algunas cosas e implementado a medias. ¿Sirvió? ¡En parte!

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  • Todos queremos paz, pero no me mire cara de tonto

    El problema es que hoy pretendan que los malos de la película sean los inconformes, y que pedir justicia en los tribunales sea amenazar la paz.

    Todos queremos paz, pero no trate de hacerme sentir culpable si hoy les piden cuentas a los militares. Como nuestra paz precaria se construyó sin justicia y barrió bajo la alfombra lo malo y lo pésimo, ahora la podredumbre sale a apestarnos a todos.

    Han pasado 16 años desde la firma de los Acuerdos, que a algunos nos trajeron paz y prosperidad. Pero los que siempre fueron pobres, siguen siendo pobres. Los que fueron marginados, siguen siendo marginados. Si lo estamos haciendo tan bien, ¿de dónde se supone que salieron ese montón de desnutridos? Por si no se ha dado cuenta, los chicos indígenas sólo alcanzan a ir cuatro años a la escuela, y aún hay gente que piensa arrogantemente que el idioma de otros no debe hablarse, nomás porque no es el suyo. ¿O me va a decir que también es culpa mía que sigamos en el fondo de todos los indicadores sociales en Latinoamérica, por pensar que está bien que le pidan cuentas a Ríos Montt y Rodríguez Sánchez?

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  • Dos formas de hacer política

    Si no actuamos de forma organizada, aquí seguirán ganando los malos.
    Es difícil mantener la esperanza en Guatemala. Cada día hay novedades. Sin embargo, y a pesar del ruido, ¡pareciera que nada cambia!

    Haga las cuentas y verá. Pregúntese qué ha quedado de las modificaciones a la Constitución, las reformas al sistema electoral y de partidos políticos, la despenalización de las drogas. Busque el camino de la prosperidad de la minería o el canal seco. Note que el Ministerio de Educación y los normalistas retoman al debate, vuelta sobre vuelta, y la educación pareciera no cambiar. Los pobres siguen pobres, los campesinos siguen fuera de la jugada, los ricos siempre mandan y los narcos igual acaban con quien se les ponga enfrente. Para rematar, el ejército (más bien la casta militar) recupera sigiloso su inaceptable ascendencia sobre el aparato público.

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  • ¿Dónde está el problema?

    El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión.
    No solo es de los pocos chapines visibles a escala mundial, y habiendo una legión de músicos de pop –todos igualmente banales– es justamente a él a quien otros chapines deciden criticar.

    Le cayó palo a la Pepsi. El lúcido análisis de Mario Roberto Morales explicó con ciencia cómo la propaganda nos endilga a los ciudadanos la responsabilidad de arreglar las cosas, la resignación de aceptar que lo malo es bueno, y que la culpa de todo es nuestra. Y de paso, vendernos más de sus inservibles pero sabrosas aguas negras.

    Le cayó a la agencia de publicidad, por presionar a la estación de radio para retirar el programa de Grupo Intergeneracional. Sin embargo, los mercadólogos estarán tranquilos en sus conciencias, pues su responsabilidad es mantener y mejorar la imagen de sus clientes. Siendo este un mercado libre –alegarán– es asunto suyo decidir en qué estaciones de radio pautar.

    ¡Le cayó hasta al Grupo Intergeneracional! Que por qué tanta mala sangre, con lo que cuesta que los guatemaltecos nos sintamos orgullosos, y que la gente haga esfuerzos para movilizar a la ciudadanía, ¿por qué tomarse el trabajo de criticar la campaña de la Pepsi y Arjona?

    Ser un excelente promotor del propio arte, aunque no sea grande, no parece razón para tanta crítica. Al fin, yo no soy un García Márquez e igual escribo aquí. Combinar implicaciones inverosímiles con productos de consumo diario tampoco lo inventó la Pepsi. Hace rato que las comadronas dicen que hay que usar rojo para evitar el mal de ojo, y ante semejante disparate no las crucificamos con análisis sociológicos. Hace rato que la mercadología enseña a engañar en las aulas académicas, y no hemos salido a boicotear a las universidades.

    Entonces, ¿dónde está el problema? Porque si hasta aquí le he dado la impresión que no hay un problema, lo estoy confundiendo. Sí, hay un problema y es grave.

    El problema clave no es de ética profesional, semiología del mercadeo o estética musical. Claro que quisiéramos que el artista fuera un alma pura. Sin embargo, basta considerar a Mozart y Michael Jackson, por citar apenas dos, como muestras que arte y calidad personal no necesariamente caminan juntas, y no por eso dejamos que se nos enreden los calzoncillos. Por supuesto que es condenable que una empresa de gaseosas y su agencia de publicidad se porten como malandros callejeros, amenazando a los débiles para salirse con las suyas, pero ya mucho se ha dicho acerca de sus motivos: son pinches vendedores de agua azucarada. ¿Y qué decir de la validez del argumento de Grupo Intergeneracional? La creciente evidencia científica en materia de sistemas emergentes complejos también da razones para cuestionar su análisis y afirmar que es la gente, un individuo a la vez, que llevan al cambio. Así que estos temas apenas debieran quitarnos el sueño y el tiempo.

    El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión. Cuando una voz se ve callada a la fuerza, no importa cuán estúpidos o álgidos sus argumentos, nos quedamos sin forma de operar la conciencia de nuestra sociedad. Segar el diálogo nacional que se realiza por los medios de comunicación es quitarle una pata al trípode Estado-ciudadanía-medios que sostiene y permite crecer a la democracia.

    En este caso, defender o atacar el voluntarismo cursi y señalar el arte mediocre o las conspiraciones empresariales es entretenido, pero es mear fuera del balde. Mientras tanto, el consentimiento de la radio ante la presión de los publicistas pasa relativamente desapercibido, y es grave. El silencio cómplice de las entidades gremiales de prensa es una vergüenza mayor que la de una radio cobarde. La inmovilidad de diputados, ministros y agentes del interés público, como la Procuraduría de Derechos Humanos, da señas claras que ante este Estado, los ciudadanos valemos poco, y nuestra voz, menos.

    Original en Plaza Pública

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