En la antigüedad, la relación entre poder y riqueza era transparente. Los reyes se arrogaban el mando como derecho divino y se apropiaban del trabajo de los demás porque les tocaba.
Con la modernidad se entrelazaron de forma nueva dos conceptos. El primero, presente desde la Grecia antigua, fue la democracia: la soberanía es del pueblo, no de un monarca arbitrario. El segundo es más nuevo, el capitalismo: la riqueza es autónoma y pertenece al que la produce. Todos ganamos al reconocer la propiedad y liberar el intercambio del yugo de un monarca expoliador.