Tag: liderazgo

  • Triunvirato

    Triunvirato

    Triunvirato es el gobierno de tres. Aunque su origen está en la antigua Roma, el nombre se proyecta hacia adelante para significar cualquier iniciativa que involucra una junta de tres personas.

    Escarbar la etimología da algo más, ya que triunvirato no es tres personas cualesquiera. Es un gobierno de tres hombres. De ahí que contenga la raíz vir-, como en viril. Viene la referencia al caso cuando termina un mes que quitó a dos de los tres hombres que gobernaron lo que somos aún, que demarcaron la Guatemala que empezó en 1986.

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  • Robar el nesuma

    Robar el nesuma

    En hebreo, nesuma significa alma. La palabra es transliteración al español de un término que nos llega a Occidente por vía del yidis.

    Cuentan que robar el nesuma es el pecado de quitarle a otro la felicidad, de arrebatarle la esperanza que da alegría. Visto así, es un pecado grande. Porque sabemos que la vida es dura, pero se hace más pasadera cuando hay esperanzas que le dan sentido. Y que, aunque sea dura, si hay alegría se olvida el dolor.

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  • Una disciplina caduca

    Hace falta, ¡urge, más bien!, que desde la derecha y desde el seno de la élite económica haya quienes se atrevan —públicamente y sin ambigüedad— a disentir de la línea oficial, tradicional y sempiterna del sofocante consenso del Cacif.

    Las imágenes que construimos en el discurso público exageran los rasgos negativos de aquellos a quienes criticamos. Y también exageran los rasgos positivos de aquellos a quienes apoyamos.

    Así, Jimmy Morales termina pintado por sus contrincantes como un simplón, títere de militares. Mientras tanto, los constructores de hidroeléctricas describen a Rigoberto Juárez y a otros líderes indígenas como cuatreros inescrupulosos. Y entre todos imaginamos como imparables genios del mal a los narcopolíticos que se mueven en los entretelones del Congreso.

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  • Respuesta equivocada

    La Fundesa y su élite empresarial deberían escarmentar en pellejo ajeno, aprender la lección que la historia escribe sobre la carne y la vida del mismo presidente: no se puede pedir a los demás el cambio sin cambiar uno mismo, no basta querer el bien sin asumir su costo.

    Me preocupa mi peso, pero me encanta comer. Así es para todos: vivimos en contradicción, somos la contradicción. Es imposible ser de otra forma.

    Pero algunas contradicciones acarrean más consecuencias que otras. Mi batalla cotidiana con las calorías da más risa que preocupación, aunque pudiera terminar como Tomás de Aquino. En cambio, si dijera amar a mi pareja para luego traicionarla con otra persona, la contradicción tendría efectos graves.

    Así también hacen mucho daño las incongruencias de quienes tienen la mano en el timón de la política o juegan con las grandes finanzas. Causan mucho pesar las inconsecuencias de quienes afectan la vida y la prosperidad de muchos. No todas las contradicciones son iguales.

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  • Responsables

    Lo que busco es que entendamos que, queriendo quitar obstáculos al desarrollo, podemos caer en perseguir fantoches y fantasmas

    Bien dicen que no hay que escupir al cielo. Más pronto que tarde, lo que hagamos nos regresará y lo lamentaremos.

    Hace algunos meses, un columnista regular de Prensa Libre, conocido por su postura anti cooperación internacional, arremetió contra el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) por recomendar impuestos y deuda para incrementar la capacidad de acción del Estado guatemalteco. “Irresponsable”, fue el calificativo que le endosó, aclarando que este término se refiere “a quien no se puede exigir responsabilidad o que adopta decisiones importantes sin la debida meditación”.

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  • Detener la peña o marcar el cambio

    Me pregunto si hoy se están poniendo las bases para la Guatemala que vivirán mis hijos a los 40 años, o simplemente tapando las grietas que se crearon mientras ellos crecían.
     
     
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  • La oportunidad perdida

    Pudo ser El Enorme, y enfrentar violencia con paz, pero escogió escalar el conflicto y confirmar la desigualdad. Pudiendo ser el último líder de la guerra, prefirió ser otro líder de la guerra y ceder la oportunidad.

    Hay momentos que se nos presentan como coyunturas decisivas: son esos momentos que, vistos en retrospectiva, reconocemos como definitorios de lo que vendría después. Algunos los ven como pruebas. Otros, como oportunidades.

    Oportunidades para que luego, en palabras de León Gieco, no se diga de nosotros que quedamos “sin haber hecho lo suficiente”.

    Para la mayoría, estos momentos clave, cuando debemos dejar de hacer lo obvio y escoger lo difícil, ocurren en privado. Para quienes se lanzan a la lid pública, más temprano que tarde, la oportunidad para dejar huella se da a plena luz del día, a la vista de todos. Al popularísimo expresidente brasileño Lula da Silva esto le pasó en las elecciones de 2002: pudiendo seguir con un estilo de izquierda estridente, escogió moderarse, abrazó al empresariado aún en medio de la crítica, llegó a la presidencia y terminó de transformar Brasil en lo que hoy es.

    Otro tanto ocurrió con Nelson Mandela en Sudáfrica. Con 27 años de cárcel injusta a cuestas, escogió la reconciliación antes que la venganza en un país plagado de racismo. Más sorprendente aún fue el caso de Frederik de Klerk, último presidente de la Sudáfrica del apartheid, que a contrapelo de su partido, supo desmantelar el sistema de privilegios que tan bien le servía, y sentarse con Mandela para construir una democracia multirracial.

    Más cerca de casa, a nuestro Presidente se le presentó ya una primera prueba y oportunidad. Sin embargo, quien en su inauguración dijo soñar con que la suya fuera “… la última generación de la guerra y la primera generación de la paz en Guatemala” dejó pasar la oportunidad. Esa frase, quizá la más inspirada y la más inspiradora de su discurso, quedó sin contenido cuando confirmó el ciclo perenne de abuso, descuido, desesperanza, violencia y represión. Enfrentó la prueba y falló. Pudo devolver violencia con paz, pero escogió escalar el conflicto y confirmar la desigualdad. Pudiendo ser el último líder de la guerra, prefirió ser otro líder de la guerra y ceder la oportunidad.

    Pudo ser Otto, El Enorme, y aprovechar su legitimidad con el ejército para definir una nueva forma de hacer gobierno con los más pobres, los más frustrados y los más desesperanzados, pero escogió ser uno más, perdido en un mar de iguales. El primer presidente militar escogido en democracia plena y sin guerra desde Árbenz pudo, ya sin las suspicacias enfermizas de la Guerra Fría, confirmar lo que significa ser “Soldado del Pueblo”. Pero prefirió ser General de la Élite.

    Con un optimismo poco justificado, quiero pensar que no todo esté perdido, que quizá pese más el sentido que la pulsión de corto plazo. El arco que se torció hace más de medio siglo, hoy exige ser enderezado. Timothy Garton Ash puntualizó muy bien el reto, cuando se refirió al papel de Gorbachov en el desmantelamiento de la Unión Soviética como “un luminoso ejemplo de la importancia del individuo en la historia”. La cuestión no es solo de coyunturas, hidroelectricidad, líderes comunitarios exasperados o soldadesca. Es una pregunta de justicia y una pregunta de historia. Es una pregunta sobre el lugar que Pérez Molina quiera ocupar en ella.

    Original en Plaza Pública

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