Quitemos ya, sin más rodeos, las inexcusables y arcaicas disposiciones del Código Civil, que afirman que las niñas se puedan casar antes (a los 14 años) que los niños (a los 16 años).
Imagine que está en segundo Básico. El Universo se abre ante usted, en su mente. Aprende que hay distantes galaxias, cuya luz apenas comienza a llegarnos hoy. Aprende también que el Universo se extiende hasta lo más pequeño. De la mano de una buena maestra, se emociona conociendo su cuerpo: la sangre, la digestión, sus neuronas, cosas maravillosas que suceden apenas bajo su piel. «¡Cuando grande seré doctora, astrónomo, biólogo, arqueóloga!»
Ahora imagine que una pesada puerta se cierra de golpe. La luz que empezaba a invadir su mente se apaga bruscamente. Hace días una persona mayor visitó a su papá. Conversaron largamente y al final se apretaron las manos. Qué acordaron, usted no sabe. Pero por esa conversación, hoy usted se casará con dicha persona. No sólo se apagó la luz, comienza a faltarle el aire. Sus padres hacen fiesta, pero usted no puede sino pensar en lo que pasará esta noche. Se irá con el desconocido, se acostarán en la misma cama, y le hará cosas a usted que no puede, no quiere imaginar. Y nunca más volverá a jugar, nunca más volverá a soñar sus propios sueños, a tomar sus propias decisiones.
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