Resulta que lo que preocupa aquí no es que nos libremos del autoritarismo, sino del riesgo de una democracia política.
Tuve un intercambio interesante en Twitter con un académico y analista político de derechas. Terminó mal.
Empezó con un mensaje suyo: «con todo y sus deficiencias nuestra democracia se puede mejorar, quien no le guste que proponga un modelo alternativo y que este se discuta y se critique sin pelos en la lengua». Como no compro la idea de que no se pueda criticar sin proponer (es razonable que sea más fácil detectar problemas que soluciones), comenté: «¿Por qué quien critica la democracia deficiente debe proponer un modelo alternativo? ¿Por qué no mejor pedir a quienes se resisten que acepten e incorporen las mejoras [ya propuestas], en vez de hacer lo imposible por mantenerla imperfecta?»
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