Tag: gobierno

  • Cáncer

    Como en una pesadilla zombi, pide el cuerpo llagoso respeto para su indigno titiritero.

    He visto el cáncer de cerca. Más que una enfermedad, como el catarro común que escandaliza con toses y estornudos, es una presencia oscura que repta por los traspatios del cuerpo.

    El cáncer es el pariente perverso que vive en la habitación del fondo. Carne de tu carne, sangre de tu sangre, apenas sale y nadie quiere nombrarlo. Pero todos saben que está allí, más que si se sentara en la poltrona de la sala o a la cabecera de la mesa.

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  • Parieron los montes

    Mientras nos afanamos en apoyar a las víctimas, entendamos que sus tribulaciones son la señal visible de una injusticia persistente, la evidencia que desnuda nuestra perversa normalidad.

    Llovió. Como pasa todos los años. Llovió mucho. Como pasa cada vez más, aunque algunos nieguen el cambio climático.

    Se deslizó la ladera de la montaña. Como pasa cada vez que llueve en terrenos mal afianzados. El deslave causó dolor y muerte innombrables. Como pasa siempre que las personas construyen en sitios de alto riesgo.

    Construyeron en zonas de alto riesgo. Como pasa siempre que la gente no tiene dinero o acceso a crédito para conseguir mejores tierras. Como pasa siempre que las leyes no se aplican.

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  • Entre la Sandrofobia y OPM versión 2.0

    Lo único que determinará dónde se coloque quien gane la elección, si en el extremo de la caricatura obscena o hacia el fulcro ideal, será la presión ciudadana.

    Imagine un continuo. En el centro se balancea el candidato ideal. En cada extremo están, respectivamente, las caricaturas de Sandra Torres y Jimmy Morales.

    La ciudadanía aspira al ideal, y los candidatos buscan convencernos de que lo son. Hoy, por la corrupción, pedimos sobre todo gente honesta. Anclado en buenas políticas, un liderazgo que haga crecer la economía, la inversión y el empleo. Que no esté sujeto a los grandes capitales o al narco. Con ministros competentes, queremos un líder que se lance a dividir las aguas del mar de problemas que nos ahoga: superar la pobreza, acabar con la violencia, educar a todos, dotar de medicinas los hospitales, construir carreteras, ganar credibilidad internacional, cobrar impuestos con justicia. En fin, una maravilla inexistente, pero que sirve para medir a los candidatos de verdad.

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  • Acaba el régimen, persiste el poder

    Lo que ninguno les perdona a Baldetti, Pérez Molina y su camarilla es la insolencia, más aun que el latrocinio.

    Expulsamos a Pérez Molina y declaramos muerto el régimen. Con las elecciones emprendimos su sepultura. Si en algo coincidieron tirios y troyanos fue en que más dinero ya no es igual a más votos, al menos en las peculiares circunstancias de esta campaña. Pero quedemos claros: lo que aquí se condenó fue la forma antigua de relacionarse los actores de poder —élite, clase política y ciudadanía—. Sin embargo, no caducaron los actores, mucho menos los recursos con que hacen valer sus intenciones.

    Antes de la Cicig, las reglas decían que la élite pagaba a la clase política y que esta, a su vez, recompensaba a la ciudadanía. Como cómplices, cada parte sacaba algo: la élite compraba acceso a los negocios del Estado, la clase política conseguía votos para controlar el Gobierno, y la ciudadanía recibía dádivas y (muy eventualmente) servicios.

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  • El sepelio

    Hoy que celebramos, reconozcamos que las elecciones no serán la inauguración de un nuevo gobierno. Son el sepelio de un régimen.

    Es célebre la máxima de Carl von Clausewitz, que dice que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Cuando en 1954 se cerraron los espacios a la democracia, bastaron pocos años para desatar la violencia. Entre resistencia guerrillera y represión militar, lograron nuestros padres —despojados de su dignidad y del poder de su voto— hundirnos en un charco de sangre sin fondo.

    Pensamos que la noche terminaba, cuando en 1986 regresamos a la institucionalidad democrática. Imaginamos que la luz se ampliaba con firmar la paz en 1996. ¡Cuán ingenuos fuimos! Siempre acertado, Foucault había puesto ya de cabeza a Von Clausewitz al afirmar que «la política no es sino la continuación de la guerra por otros medios». No queríamos sangre, de acuerdo. Pero de ahí a que los poderosos renunciaran a su poderío había una brecha insalvable. Nadie abandona la ventaja si no se le arranca a la fuerza.

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  • «Agradecemos los apoyos, pero lo que necesitamos son compromisos»

    Los compromisos no son cosas que se dicen. Son cosas que se hacen. Y para hacer hay que planificar y luego, muy pronto, hay que actuar.

    Quedó disipada toda duda sobre la enormidad del monstruo que creó nuestra historia de política venal, empresariado antidemocrático y votantes acarreados. Con insolencia inédita, Pérez Molina confirmó con su mensaje del domingo que de la presidencia no piensa salir, salvo bajo sus propios términos.

    Donde nunca hubo un estadista hoy hay un peligroso hombrecillo atenazado entre sus negocios y las amenazas, haciendo cuentas para minimizar sus pérdidas. Sin más apoyo que el de su malicioso sucesor en ciernes, sin ministros, sin futuro, dejémoslo en su soledad, como al fin —tarde y tibiamente— lo dejó su amigo de los buenos tiempos, el Cacif.

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  • ¿Quién dejó salir al perro?

    Por supuesto, salgamos a perseguir al perro para que vuelva a entrar a la casa. Pero a la vez hay que cerrar la puerta para que no se vuelva a salir.

    La Cicig y el MP han hecho evidente la corrupción extensa en el Gobierno y la política. Han mostrado cómo los intereses ilícitos particulares prevalecen sobre las decisiones gubernamentales. Jueces y administradores terminan respondiendo al dinero antes que al interés común.

    Establecida esa relación, la mafia va más lejos. Captura directamente los recursos del Estado. Cierra contratos mañosos, como en el caso del IGSS, o roba descaradamente los fondos públicos, como en el caso de La Línea.

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  • El mal, la culpa y la responsabilidad

    Mal es «lo que se aparta de lo lícito», dice el diccionario. Es el daño y la ofensa, la desgracia y la calamidad, la enfermedad y la dolencia. Malo es quien «carece de la bondad que debe tener según su naturaleza o destino», agrega.

    Mal hace el funcionario que por dinero defrauda a los enfermos. Mal hace quien pone a esos enfermos en manos incompetentes y les causa dolencias, muerte incluso. Malo es quien se excusa con que «es normal que las personas mueran por insuficiencia renal».

    Culpa tiene quien ocasiona el mal. Culpa es lo que se le achaca a quien, debiendo esmerarse en su tarea, no lo hace. Culpa es lo que se le atribuye al que hace lo injusto. Culpa es escoger el mal.

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  • Renuncia ya: donde se marca la frontera

    Confieso que al enterarme, hace casi dos meses, de que algunos pedían la renuncia de Baldetti y Pérez Molina, me pareció una idea terrible. Recordando aún la desafortunada iniciativa de los camisas blancas tras el video de Rosenberg, temía que del esfuerzo no saliera sino más de lo mismo: golpismo solapado, clasismo, racismo y arranques de neofascismo tropical en nombre del ardor ciudadano.

    ¡Cuán equivocado estaba! Bajo la bandera del #RenunciaYa, la ciudadanía que se ha dado cita los sábados en la plaza central y en otras plazas de todo el país demostró su hartazgo por los políticos de siempre, repudió la corrupción del Gobierno y planteó una demanda concreta: la salida de las autoridades responsables del latrocinio. Tras décadas de silencio, la gente entendió que debía organizarse y alzar la voz y que la tarea no sería ni fácil ni corta.

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  • La batalla que se viene

    ¿Cómo hacer valer la voluntad ciudadana si los poderosos no la acatan excepto cuando les conviene?

    Si la protesta callejera es eficaz, ¿por qué renunció Baldetti, pero no se va Pérez Molina? Obtener resultados de esta ciudadanía activa que empezamos a practicar los guatemaltecos exige entender cómo opera sus efectos el poder. De lo contrario, jamás conseguiremos los resultados deseados.

    La semana pasada comenté sobre Baldetti, cuya renuncia ya estaba en ella desde que tomó el cargo. Solo se largó cuando el beneficio de quedarse se hizo menor que el costo de irse. Ni un minuto antes.

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