Tag: empresa

  • La ideología de los managers y sus implicaciones hoy

    La ideología de los managers y sus implicaciones hoy

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    ¿Por qué ante la pandemia la élite empresarial global se porta tan ruin hacia sus empleados? ¿Qué los impulsa a tal mezquindad?

    Robert Reich, Secretario de Trabajo de Bill Clinton, se pregunta exasperado: ¿por qué en empresas como Amazon los líderes persiguen a los empleados que se quejan del descuido a su salud ante el covid-19? Desprecian la vida de la gente que hace funcionar su organización.

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  • Pasar de Árbenz

    Entrar al mercado en Guatemala hoy es combinar gente con expectativas demasiado altas acerca de lo que deben ganar y demasiado bajas acerca de lo que deben arriesgar con una economía que es una ruleta rusa.

    El joven economista lo sintetiza en una frase: no hemos pasado de la agenda de Árbenz. La carretera, el puerto, la hidroeléctrica. Transporte, mercado, energía.

    Los últimos 65 años son vivísimo ejemplo de lo que sucede cuando no se invierte a tiempo. Por no aguantar a un coronel progresista que sabía que democracia significaba gobierno del pueblo y por no tolerar que otros también tuvieran razón, derecho y riqueza, la alianza de Iglesia anticomunista, oficiales pusilánimes, embajada bananera y élite cachureca mandó todo al infierno en 1954.

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  • Informa Contabilidad que usted también puede defraudar

    ¿Realmente no ven relación alguna entre su conducta, la mafia de La Línea y la debacle que es el Estado guatemalteco?

    Pareciera que no entendemos que lo que ocurre en el ámbito de la sociedad está íntimamente amarrado con lo que hacemos como individuos. Déjeme poner un ejemplo.

    Soy propietario de una oficina. Junto con recuerdos de alguna gente brillante y divertida es lo que me quedó de una empresa de consultoría en la que participé hace dos décadas. Periódicamente debo pasar el calvario de buscar un nuevo inquilino. Esta vez conseguí una empresa de bienes raíces para ahorrarme el dolor de cabeza. Una corredora amable encontró el inquilino, y yo volví a ser un feliz miembro de la clase rentista.

    Hasta allí, nada nuevo.

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  • Hacer negocios, tener negocios

    Para quienes están fuera de este grupo selecto, hoy no queda sino dejar una marca grasosa con la nariz en la ventana de la prosperidad.

    Sin duda es positiva nuestra mejora en el Índice de Hacer Negocios del Banco Mundial. Felicitaciones sin reservas a los involucrados, pues nos urgen razones para sentir orgullo.

    Alguien trabajó duro para mejorar los procesos de obtención de permisos de construcción, abrir un negocio, y pagar impuestos. Nos permitieron escalar 14 posiciones en el rango y subir 2.9 puntos porcentuales con respecto al país de mejor desempeño. Esto reta, pues sugiere que algunas cosas no mejoran porque no se atienden, no porque no se puedan atender.

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  • Mañosos, y encima llorones

    Tenemos entre manos una patronal tan ineficiente que no puede sobrevivir sin depauperar al Estado, o tan voraz que ni siquiera en medio de la bonanza puede dar algo al bien común.
    Vuelven los de siempre a lo de siempre. En 2012, gozando aún del privilegio de la novedad, el gobierno logró pasar una modesta pero necesaria reforma fiscal.

    Aunque en la práctica, el paquete de innovaciones terminará pesando sobre la clase media alta y profesional y dejando sin muchos cambios a los de mayores ingresos, sorprendió en el momento que el sector empresarial -entiéndase de forma específica el CACIF- le diera su apoyo.

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  • Hidroeléctricas, dinero, bienestar, pero para todos

    Hoy vemos que el Estado invierte en explotar recursos naturales. ¡Pero el beneficio de esa inversión es cosechada por unos pocos! Aquí está el problema de fondo.

    Imaginemos que usted decide ser taxista. Conoce bien la ciudad, le gusta charlar y no le molesta pasar largas horas sentado. Pero no tiene automóvil. ¿Qué hacer?

    Si no puede comprar carro, una opción es negociar con una empresa como “Taxis Amarillo”. El trato es sencillo: ellos ponen el auto, usted lo trabaja. De lo que gane, paga una cuota diaria por usar el vehículo, y lo demás es suyo.

    La explotación de recursos naturales, como el agua para hidroelectricidad, el petróleo o el oro, puede entenderse igual. Una vez vendido el bien hay dos cosas que pagar: el trabajo que tomó extraerlo, y la renta al propietario del bien. Una columna reciente identifica correctamente el riesgo del racionamiento cuando la producción está en manos del Estado, pero evade el problema de fondo, que es la determinación de la propiedad de los beneficios de la explotación, no importa en manos de quién esté.

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  • Espejito, espejito…

    Guatemala se ha visto anegada en los últimos meses en olas de acusación contra los “resentidos” que se atreven a criticar. Toca tal vez tomar un poco de distancia.

    El sábado por la mañana perdía tiempo navegando en la Internet cuando me llamó la atención un titular: “Cacif rechaza crítica de BM”. Me hizo reflexionar que, al menos en mi mente, “Cacif” y “rechazo” son palabras que frecuentemente van juntas.

    No queriendo dejarlo simplemente a las impresiones, decidí ser un poco más sistemático, y me puse a buscar una variedad de combinaciones de palabras en Google. Aquí le cuento lo que encontré.

    Al buscar CACIF critica recibí 139,000 resultados en el buscador. CACIF rechaza me dio 48,300 resultados. Por el contrario, CACIF apoya me dio 30,700 y CACIF construye otros 10,500 resultados. – Criticones los muchachos–, me dije.

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  • Educación para el trabajo: un camino sin señales

    La formación para la vida y para el trabajo no se contradicen, y asegurar la vinculación entre educación y trabajo no es un asunto solo de educadores.

    Hace años en la Calzada Roosevelt había un rótulo que decía: “a México frontera”. Estrictamente era cierto, pues de allí eventualmente se llegaría al vecino país. Sin embargo, muchas cosas tendrían que salir bien para que esa primera señal fuera útil.

    Igualmente hay una señal en camino a Occidente desde la Capital –creo que está en Cuatro Caminos– que más que rótulo, es un auténtico mapa. Una multitud de trazos hacen inútil su información al conductor, excepto si se detiene a la orilla de la carretera. Ni la vaguedad, ni el exceso impertinente permiten al viajero tomar decisiones. A veces el problema es que simplemente ¡no hay señales! Llegar a un destino específico exige suerte, pedir instrucciones en el camino y muchos virajes equivocados.

    Algo parecido enfrentan los jóvenes en Guatemala al querer formarse para el trabajo. Aquellos que tienen los recursos para acceder al diversificado y la universidad enfrentan un futuro laboral vago, confuso e incluso desconocido a los 14 o 15 años. Con frecuencia la elección de carrera se reduce a imitar a los padres: como papi es contador, la joven quiere estudiar economía, y el viaje se reduce a pedir consejo al que ya pasó antes por el mismo camino.

    Para otros la situación es más perversa. El trabajo obliga a escoger escuela o carrera simplemente por estar disponible por las noches o en fin de semana. Es como un capitalino que decida ir a Amatitlán en vez de la Antigua porque la Roosevelt está tapada, no porque tenga asuntos que tratar en aquel lugar.

    Luego están los que cursan algunas carreras por tradición. Víctimas ejemplares son la legión de abogados en ciernes, que pasan años en un limbo de requisitos, muchos sin perspectiva de graduarse jamás, dedicados a cualquier cosa menos la materia respectiva.

    Finalmente, son muchos los que escogen “carreras laborales de nombre simple” (médico, abogado, economista, psicólogo) que es como viajar solo a las cabeceras departamentales, habiendo tantos destinos que podrían dar más satisfacción y tener mejor mercado (técnico en salud rural, investigador en criminalística, asesor fiscal, investigador en neurociencia y tantos otras “carreras de nombre compuesto”), pero de las cuales se desconfía o que las universidades no ofrecen.

    El nuevo gobierno ha identificado la formación de los jóvenes como una prioridad, y lo es. El Ministerio de Educación se esfuerza por reducir el caos de los muchos “bachilleratos técnicos” que engañan con promesas de especialización precoz, y algunas universidades comienzan a ampliar y flexibilizar su oferta. Pero esto es apenas el principio.

    Ayudar a una nueva generación de jóvenes que se embarcan en la formación laboral exige darles señales claras sobre el camino a seguir. Necesitan información sobre tendencias en las empresas y la economía (en última instancia, la fuente de los empleos), para enriquecer sus aspiraciones y facilitarles la toma de decisiones. Es urgente revestir de calidad educativa y buena reputación las actividades profesionales no-académicas (desde plomería o mecánica hasta las carreras técnicas más alambicadas), y así evitar que tantos jóvenes se despeñen por la ilusión de ser “licenciados” en unos conocimientos que nunca aplicarán.

    Deben reducirse las barreras al acceso, flexibilizando más horarios y currículos en el diversificado y las carreras universitarias, ofreciendo becas, estipendios y créditos educativos; y las barreras a la permanencia, retirando requisitos onerosos e improductivos, como tantas tesis de licenciatura, que sin enriquecer el acervo investigativo garantizan que muchos cierren pénsum pero nunca se gradúen.

    Sobre todo, es necesario configurar claramente y garantizar los cursos de carrera que llevan al empleo formal o el emprendedurismo –esas combinaciones de bachillerato, curso técnico y pasantía que recorridas por un joven desde el básico desemboquen en empleo formal–; y fortalecer la orientación enfocada en el empleo a manos de asesores vocacionales, maestros y voluntarios que ayuden a los jóvenes a trazarse un curso de carrera para el empleo.

    La formación para la vida y para el trabajo no se contradicen, y asegurar la vinculación entre educación y trabajo no es un asunto solo de educadores, sino de desarrollo sostenible. No es responsabilidad exclusiva de un INTECAP, el Ministerio de Educación o las universidades; en esto debe involucrarse de lleno y temprano al empresariado (que no significa solo CACIF, pues hay muchos y muy variados empleadores en este país). La alianza público-privada en la educación va mucho más allá de pintar escuelas o financiar universidades. Empieza por comprometerse unos a dar una educación con calidad y otros a facilitar acceso al empleo decente. Es proponerse ambos sectores a tender una carretera ancha y bien señalizada entre la escuela y el trabajo.

    Original en Plaza Pública

  • ¿Dónde está el problema?

    El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión.
    No solo es de los pocos chapines visibles a escala mundial, y habiendo una legión de músicos de pop –todos igualmente banales– es justamente a él a quien otros chapines deciden criticar.

    Le cayó palo a la Pepsi. El lúcido análisis de Mario Roberto Morales explicó con ciencia cómo la propaganda nos endilga a los ciudadanos la responsabilidad de arreglar las cosas, la resignación de aceptar que lo malo es bueno, y que la culpa de todo es nuestra. Y de paso, vendernos más de sus inservibles pero sabrosas aguas negras.

    Le cayó a la agencia de publicidad, por presionar a la estación de radio para retirar el programa de Grupo Intergeneracional. Sin embargo, los mercadólogos estarán tranquilos en sus conciencias, pues su responsabilidad es mantener y mejorar la imagen de sus clientes. Siendo este un mercado libre –alegarán– es asunto suyo decidir en qué estaciones de radio pautar.

    ¡Le cayó hasta al Grupo Intergeneracional! Que por qué tanta mala sangre, con lo que cuesta que los guatemaltecos nos sintamos orgullosos, y que la gente haga esfuerzos para movilizar a la ciudadanía, ¿por qué tomarse el trabajo de criticar la campaña de la Pepsi y Arjona?

    Ser un excelente promotor del propio arte, aunque no sea grande, no parece razón para tanta crítica. Al fin, yo no soy un García Márquez e igual escribo aquí. Combinar implicaciones inverosímiles con productos de consumo diario tampoco lo inventó la Pepsi. Hace rato que las comadronas dicen que hay que usar rojo para evitar el mal de ojo, y ante semejante disparate no las crucificamos con análisis sociológicos. Hace rato que la mercadología enseña a engañar en las aulas académicas, y no hemos salido a boicotear a las universidades.

    Entonces, ¿dónde está el problema? Porque si hasta aquí le he dado la impresión que no hay un problema, lo estoy confundiendo. Sí, hay un problema y es grave.

    El problema clave no es de ética profesional, semiología del mercadeo o estética musical. Claro que quisiéramos que el artista fuera un alma pura. Sin embargo, basta considerar a Mozart y Michael Jackson, por citar apenas dos, como muestras que arte y calidad personal no necesariamente caminan juntas, y no por eso dejamos que se nos enreden los calzoncillos. Por supuesto que es condenable que una empresa de gaseosas y su agencia de publicidad se porten como malandros callejeros, amenazando a los débiles para salirse con las suyas, pero ya mucho se ha dicho acerca de sus motivos: son pinches vendedores de agua azucarada. ¿Y qué decir de la validez del argumento de Grupo Intergeneracional? La creciente evidencia científica en materia de sistemas emergentes complejos también da razones para cuestionar su análisis y afirmar que es la gente, un individuo a la vez, que llevan al cambio. Así que estos temas apenas debieran quitarnos el sueño y el tiempo.

    El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión. Cuando una voz se ve callada a la fuerza, no importa cuán estúpidos o álgidos sus argumentos, nos quedamos sin forma de operar la conciencia de nuestra sociedad. Segar el diálogo nacional que se realiza por los medios de comunicación es quitarle una pata al trípode Estado-ciudadanía-medios que sostiene y permite crecer a la democracia.

    En este caso, defender o atacar el voluntarismo cursi y señalar el arte mediocre o las conspiraciones empresariales es entretenido, pero es mear fuera del balde. Mientras tanto, el consentimiento de la radio ante la presión de los publicistas pasa relativamente desapercibido, y es grave. El silencio cómplice de las entidades gremiales de prensa es una vergüenza mayor que la de una radio cobarde. La inmovilidad de diputados, ministros y agentes del interés público, como la Procuraduría de Derechos Humanos, da señas claras que ante este Estado, los ciudadanos valemos poco, y nuestra voz, menos.

    Original en Plaza Pública

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