Tag: élite

  • No temas

    «El peligro es enteramente distinto del temor» y la forma de dominar el miedo es acostumbrándose a sus causas.

    Te criaron con miedo. Miedo al otro, miedo al comunista. Miedo al ateo, miedo incluso a la religión ajena. Miedo al futuro incierto, miedo a los impuestos, miedo a la gente distinta de ti.

    Cuando naciste, tu miedo ya estaba instalado. Como especie, porque desde la antiquísima África aprendimos a qué temer: a la víbora y a la araña, que con su veneno mataban; a la gente desconocida, que al no ser pariente podía quitarnos hogar, presas y parejas. Como clase, a esos miedos arcaicos tus abuelos y bisabuelos precavidos agregaron el temor a la gente que despojaron, el temor al indio que podía alzarse machete en mano. Y para buen resguardo lo sellaron todo con el silencio, con el temor al diálogo.

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  • Administramos miseria

    No confundamos la infamia del ladrón con la miseria del pobre, con la miseria de nuestro Estado de pobres.

    El clasemediero vive en el dilema. Puede tenerlo todo, pero no todo a la vez. Aprende a ser frugal, pero las opciones son buenas: ir al cine o salir a cenar, tomar vacaciones o ahorrar para el carro nuevo.

    El dilema del pobre es malo. Tener algo, por poco que sea, siempre exige renunciar a otra necesidad básica. Si come, no tiene para vestir. Si consigue para el techo, sacrifica la comida y el vestido.

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  • Acaba el régimen, persiste el poder

    Lo que ninguno les perdona a Baldetti, Pérez Molina y su camarilla es la insolencia, más aun que el latrocinio.

    Expulsamos a Pérez Molina y declaramos muerto el régimen. Con las elecciones emprendimos su sepultura. Si en algo coincidieron tirios y troyanos fue en que más dinero ya no es igual a más votos, al menos en las peculiares circunstancias de esta campaña. Pero quedemos claros: lo que aquí se condenó fue la forma antigua de relacionarse los actores de poder —élite, clase política y ciudadanía—. Sin embargo, no caducaron los actores, mucho menos los recursos con que hacen valer sus intenciones.

    Antes de la Cicig, las reglas decían que la élite pagaba a la clase política y que esta, a su vez, recompensaba a la ciudadanía. Como cómplices, cada parte sacaba algo: la élite compraba acceso a los negocios del Estado, la clase política conseguía votos para controlar el Gobierno, y la ciudadanía recibía dádivas y (muy eventualmente) servicios.

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  • El mal que somos

    Aquí está la lección que les habla sobre todo a los reformistas tímidos, a esos miembros de la élite económica que hoy quieren algo mejor y acaso reconocen el problema, pero aunque se atrevan a verse en el espejo no alcanzan a dar el mea culpa como clase y como grupo de interés.

    El comisionado Velásquez de la Cicig y la fiscal Duarte del MP están de buena racha. Como en las mejores telenovelas, con precisión destapan un nuevo escándalo cada vez que hace falta, ya para levantar el ánimo de los ciudadanos que protestan, ya para reducir a la canalla política cuando esta piensa que tiene ganada la partida.

    Hay que admitir que los políticos y el poder económico se la pusieron fácil. Con buena técnica investigativa, paciencia prudente y persistencia de hierro —notables aportes de Velásquez a la Cicig y a la justicia guatemalteca—, examinar casi cualquiera de los negocios políticos iba a rendir la podredumbre encontrada.

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  • La penosa necesidad de validación del «sector privado»

    En la antigüedad, la relación entre poder y riqueza era transparente. Los reyes se arrogaban el mando como derecho divino y se apropiaban del trabajo de los demás porque les tocaba.

    Con la modernidad se entrelazaron de forma nueva dos conceptos. El primero, presente desde la Grecia antigua, fue la democracia: la soberanía es del pueblo, no de un monarca arbitrario. El segundo es más nuevo, el capitalismo: la riqueza es autónoma y pertenece al que la produce. Todos ganamos al reconocer la propiedad y liberar el intercambio del yugo de un monarca expoliador.

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  • El crecimiento sin equidad, no crece

    Se nos han ido los años queriendo crecer con mirada de corto plazo, pidiendo prebendas para el que ya tiene, con la excusa de que producirá más. Aunque tres décadas de exenciones no hayan acelerado la economía, y la pobreza persista.

    Supongamos que juntos ganamos 100 quetzales al mes. Supongamos que para llegar a fin de mes se necesitan 15, que usted gana 20 y yo 80. Usted está contento: tiene para vivir y le sobran cinco.

    Yo estoy aún más contento. De mis 80, uso 15 y me quedan 65. Ahora supongamos que para vivir hacen falta 25. Yo sigo tranquilo: me quedan 55, que es bastante. Pero usted está en aprietos: le faltan cinco para llegar a fin de mes. Dicho en sencillo, es pobre. ¿Qué hacer?

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  • Capitalistas tímidos

    Son los empresarios que asientan su riqueza sobre mercados modernos y capital humano quienes están perdiendo la batalla sin chistar.

    Siempre encasillamos a las personas en grandes categorías, pues nos hace más fácil la vida. «Negro» y «blanco», como etiquetas raciales, hacen poca referencia al color real de la piel de las personas catalogadas.

    Cuando Ricardo Méndez Ruiz tacha de «comunista» a todo el que no sea su cómplice, aprovecha esta tendencia simplificadora, innata en su audiencia. Pero igual sucede cuando se dice «empresario» o «la derecha»  para englobar desde gente de la Universidad Francisco Marroquín y la Cámara del Agro hasta militares retirados que hacen negocios con dinero público. Con tropos flojos construimos las claves de la defensa y el ataque político, pero hacemos un flaco servicio a la verdad.

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  • Hoy les tocaba a ustedes

    La historia no es fruto de una sola parte, todos intervenimos en ella. Pero algunos tienen bastante más poder que otros para escribirla.

    Los sistemas sociales tienen una particularidad casi orgánica: se reproducen y viven más allá de sus miembros. Mientras no cambien la reglas, pueden reemplazarse las personas, que las estructuras seguirán intactas, las relaciones sociales seguirán vigentes.

    Esto tiene implicaciones prácticas e implicaciones éticas. En términos prácticos, querer cambiar el sistema exige esforzarse en cambiar sus reglas. El optimismo desenfrenado del «¡sí, tú puedes!» es tan ineficaz como el peor cinismo, si la intención no se concreta en nuevas reglas.

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  • Jugarse el pellejo

    Es una invitación a jugarse un poco el pellejo. Es una invitación a hacerse peatón de la vida nacional.

    Zona 14, Ciudad de Guatemala. Todavía es un barrio elegante y el dinero está a la vista. Cada dos cuadras alguien se apura a derribar una casa antañona para construir un edificio reluciente.

    Camino a una cita de mañana. Aunque es martes en hora de entrada al trabajo, somos muy pocos los dueños de la calle. Mi única compañía la hacen guardias privados apostados frente a alguna puerta y las empleadas de hogar, que aprovechan el paseo obligado del perro para escapar del sofoco doméstico.

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  • Juntos y revueltos

    Los Acuerdos de Paz ofrecieron salidas, pero las desperdiciamos; sobre todo al renegar de una condición necesaria para ello: botar las barreras, admitir que navegamos en el mismo barco.

    El agua moja la playa y nos parece obvio el límite entre la tierra firme y el mar. Pero ¿es acaso cierto?

    Con cada ola que entra, la arena sorbe un poco del océano. Pero igualmente el mar se lleva un poco de arena aguas adentro. Apenas nos detenemos a pensarlo, reconocemos lo problemático que es definir cualquier frontera. Burkeman, en un libro dedicado a examinar las penas que pasamos en nombre de la felicidad, destaca que ni la piel, tan obvia barrera entre el yo y el mundo, resulta impermeable. A escala atómica es incluso imposible distinguir dónde termina uno y empieza el otro.

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