¿Cómo se hace un traidor? ¿Cuándo decide su traición? Jimmy Morales, expresidente guatemalteco, señalado de ilegalidades y miembro automático del Parlamento Centroamericano, se ha lanzado a conseguir una diputación. Su vida y hechos son una historia precautoria.
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Aravá, urinal, ironía
Hace poco más de 100 años Marcel Duchamp compró un mingitorio, lo puso boca arriba sobre un pedestal y firmó «R. Mutt, 1917». Cambió el sentido del arte para siempre.
La historia, claro, no es tan sencilla. En 1917 Duchamp envió «La Fuente», el nombre que dio a su obra, como entrada a la exhibición inaugural de la Sociedad de Artistas Independientes en Nueva York. ¿Era arte? La directiva de la Sociedad, conflictuada, optó por ocultar la pieza durante el evento. Solo cobró notoriedad tras la divulgación de una foto que le tomó Alfred Stiglitz, por cuestionar a fondo si el arte es algo que se hace o más bien algo que se piensa.
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Sin duda, sin beneficio
Se coló a los medios la lista del gabinete de seguridad de Giammattei. Resultó ser más de lo mismo: un conjunto de militares cuestionables.
Confirmó Giammattei que sí, que pondrá la seguridad pública y civil en manos de militares. Y por si no quedaba claro, ya había dicho que los delincuentes organizados serán «tratados como terroristas», una propuesta que solo hace quien ve la seguridad civil como problema militar.
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El hambre no es falta de comida
La semana pasada, el Congreso perdió un préstamo por 100 millones de quetzales que el Banco Mundial le daría al Gobierno para combatir el hambre en Guatemala.
Como el cobarde que en guerra hace un escudo humano con niños, los canallas disfrazados de diputados incluyeron el préstamo contra el hambre en la misma agenda en que querían aprobar una ley de amnistía para tanto militar irredento por su papel criminal durante la guerra. Por supuesto, ante esta obscenidad se rompió el cuórum y nunca se discutió el préstamo.
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Universidad y Ejército, antagonismo en el mismo plano
Otra vez el presupuesto de la Universidad de San Carlos está sobre el tapete. Gracias a la agresión del gobierno de cafres, otra vez los ciudadanos podemos reflexionar sobre las prioridades de política.
No pretendo incidir en las opiniones y decisiones de quienes hoy mandan desde el Legislativo y el Ejecutivo. Los diputados del pacto de corruptos, el presidente y sus ministros más cercanos ya demostraron que son impermeables a la academia y a la política pública basada en evidencia o en interés general. Lo suyo es evadir la justicia, depredar el fisco y hacer retroceder la democracia. Nada más.
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En el espejo
A veces, muy pocas veces, hay que callar. Hay que callar y oír. Porque la historia ya fue contada antes. Fue contada mejor y no aprenderla trae grandes males.
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La tarea del oficial joven
La semana pasada puso en vitrina, una vez más, que el Ejército de Guatemala está construido sobre arena, no sobre roca.
El deber que tanto pregona la propaganda militar quedó en nada. Un gabinete entero de civiles cumplió cuando el Ministerio Público los alcanzó por firmar un documento. Pero, ante la acusación de manipulación de justicia en un caso de asesinato, el general Érick Melgar Padilla optó por la cobardía y se escondió.
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Muerto el perro… se acabó el perro
El perro se orina en la alfombra de la sala. No es la primera vez. Enojado, usted decide poner alto al asunto. Lo único que tiene a mano es un martillo.
Luego de darle múltiples martillazos a la cabeza del perro, efectivamente el animal no vuelve a ensuciar la alfombra. Mientras cava un foso en el jardín con la uña del martillo —la única herramienta que tiene a mano— para enterrarlo, reflexiona que se ha quedado sin perro. Y qué decir de la sangre regada por toda la sala.
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Ciudadanía domesticada
En un pacto perverso han preferido la certeza de la existencia controlada por su enemigo y su parásito antes que correr el riesgo de construir su propia existencia.
En 70 000 años el ser humano cambió dramáticamente la megafauna del planeta. Aunque la cosa se aceleró en los últimos siglos, tenemos ratos de estar en el negocio de la extinción. Leones, elefantes, bisontes y tantos otros se vieron diezmados por igual.
Es probable que en 100 años ya no existan algunos de los grandes animales que pueblan nuestras historias inmemoriales. Tigres, panteras y osos quizá solo vivan de manera segura en esas mismas historias. Con suerte, en los zoológicos en que los encerramos.
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Verdad, religión y ejército
A partir de allí, «necesitamos Ejército» resulta más importante que aclarar para qué.
La verdad es la materia prima de la religión. Para dar recomendaciones sobre cómo vivir, las religiones plantean explicaciones sobre cómo piensan que son los asuntos de los dioses y de nuestra relación con ellos.
Hoy nos hemos acostumbrado a religiones que se quedan en asuntos del espíritu. Pero en el pasado pretendían también dar explicaciones sobre la realidad material. Obispos y teólogos opinaban sin empacho acerca de si la Tierra estaba en el centro del universo o no. Aún hoy algunas religiones procuran prescribir —a sangre y fuego si hace falta— el largo del pelo, lo que se puede comer, lo que se puede dibujar y hasta quién puede tener sexo con quién.
Sin embargo, sobre todo a partir del siglo XVI en Europa, la ciencia destronó a la religión en los asuntos materiales por una sencilla razón: en este ámbito, las explicaciones de la ciencia funcionan mejor que las de la religión. A pesar de esta obviedad, algunos se resisten aún hoy. ¿Por qué?
Véalo desde el punto de vista del eclesiástico o del teólogo. Especialmente las grandes religiones monoteístas han hecho una apuesta sobre la verdad: aseguran que les ha sido revelada. Cuando el principal insumo del negocio es la verdad venida del cielo, no puede uno darse el lujo de estar equivocado. Entonces, la religión —cualquier religión— se ve en la necesidad de tener razón por decreto sí o sí.
Tomado ese paso, no queda más remedio que invertir el razonamiento y desarrollar cuentos de así fue: escogida la consecuencia, se buscan causas y explicaciones que casen sin importar lo que diga la evidencia. Cuando los datos no cuadran con la explicación, se desechan los datos porque el resultado deseado ya se tiene.
Sin embargo, no seamos tan rápidos en señalar a la religión, que esta lógica de así fue no se da solo en debates sobre ángeles y libros sagrados. En otros ámbitos más inmediatos (y por ello quizá más graves) también se practica. Un tema en el que hoy se manifiesta esa lógica perversa, que confunde fines con explicaciones y desprecia datos, es el caso del Ejército en nuestro país. Hoy queda poca duda de que nos toca revisar y reformar nuestro Estado. Pero hay quienes, ante las preguntas esenciales —qué instituciones necesitamos, cómo deben ser, para qué nos sirven, por qué y cuáles ya no tienen sentido—, al llegar al caso del Ejército, abdican del uso de la razón. Parten entonces de la apuesta axiomática de que el Ejército es necesario sin más demostración de su necesidad, ignorando la evidencia en contra y desoyendo cualquier razonamiento al respecto.
A partir de allí, «necesitamos Ejército» resulta más importante que aclarar para qué. Poco importa la obviedad de que es un pozo sin fondo que se traga los recursos del Estado mientras que a otros sectores les falta plata. Se ignora la evidencia investigativa y jurídica que demuestra incontestablemente el papel militar en atrocidades innombrables e injustificables durante la guerra. Aunque la institución militar siga sin admitir los crímenes. Más aún sin procesar ella misma a los responsables. Ignoran los que han tomado partido por el «necesitamos Ejército» el hecho constitucional y la evidencia práctica de que las tareas de seguridad interna corresponden a la Policía y aplauden que el Ejército usurpe funciones de otros sectores, por ejemplo construyendo mobiliario escolar. Ignoran que movilizar soldados para atender desastres naturales denota falta de planificación más que idoneidad.
Llega esa lógica torcida incluso a extremos absurdos. Me argumentaba un conocido que debemos conservar el Ejército para participar en misiones internacionales de paz. Con saltos lógicos como ese, que deja tantos elementos sin conectar, sería también prioridad tener un equipo de investigación polar y exigir una silla en el Consejo Ártico.
Hace poco más de tres siglos le tocó a la sociedad europea llegar a la adultez intelectual, admitir que las explicaciones hermosas pero imprecisas de la vieja religión no daban cuenta de los hechos, que las personas debían hacerse responsables de las consecuencias —negativas tanto como positivas— que desencadenó el pensamiento científico.
Hoy enfrentamos aquí un reto similar. Como sociedad debemos llegar a la adultez ética y política, admitir que el Ejército, una institución orgánicamente imbricada en el viejo orden exclusivo, violento y corrupto, ya no tiene lugar razonable en la construcción de nuestro futuro. ¿Seremos suficientes los que estemos dispuestos a asumir esa adultez para insistir en su transformación radical, cuando no su desaparición, o tendremos que seguir, eternos aniñados, viviendo bajo su tutela y su opresión?