Tag: educación

  • Universidad y Ejército, antagonismo en el mismo plano

    Universidad y Ejército, antagonismo en el mismo plano

    Otra vez el presupuesto de la Universidad de San Carlos está sobre el tapete. Gracias a la agresión del gobierno de cafres, otra vez los ciudadanos podemos reflexionar sobre las prioridades de política.

    No pretendo incidir en las opiniones y decisiones de quienes hoy mandan desde el Legislativo y el Ejecutivo. Los diputados del pacto de corruptos, el presidente y sus ministros más cercanos ya demostraron que son impermeables a la academia y a la política pública basada en evidencia o en interés general. Lo suyo es evadir la justicia, depredar el fisco y hacer retroceder la democracia. Nada más.

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  • La precaria autoestima del homófobo

    La precaria autoestima del homófobo

    Convengamos en que la reciente y absurda petición en contra del arcoíris en las licencias de conducir es más para reír que para indignar. Pero igual da ocasión para reflexionar. Sorprende el extraño afán del intolerante. Pobrecito, que persigue la homosexualidad con tanto ahínco. Los homófobos parecen sufrir un escozor que no los deja tranquilos. Ante lo que no cabe en su estrecha mente, en su corazón seco y frágil deben denunciar, maldecir, castigar.

    Al homófobo le pasa lo que a todos con ese barrito que nos sale en el borde de la nariz, que rascamos hasta que revienta. Y lo que al fin sale del pequeño incordio no es sino el mismo pus, la misma sangre. Es uno mismo quien hace la enfermedad. Es uno mismo quien es la enfermedad. El homófobo es el vivo ejemplo de aquello de que «no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón».

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  • Cosas que aprendí por la lectura

    Cosas que aprendí por la lectura

    Lo primero que aprendí con la lectura fue a nombrar. Siendo muy pequeño aprendí que los colores tienen nombre y las formas también. Tienen nombre los elefantes, las flores y los carros de bomberos.

    Con la lectura aprendí que mis padres me amaban. Porque en casa tenían libros en cada habitación. Me leían, yo sentado en su regazo o quizá ellos al borde de mi cama. Yo, embelesado, escuchaba mientras descifraban los textos y señalaban los dibujos.

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  • Lo sacro y el candado de la imaginación

    Lo sacro y el candado de la imaginación

    A veces da penita admitirse chapín, viéndonos tan infantiles. Como ante la mojigatería religiosa y el oportunismo corrupto que reaccionaron a la marcha de la Poderosa Vulva. Nos deja tan mal parados esa absurda indignación, aun si no hubieran multitudes en Japón que celebran un pene metálico en plena festividad religiosa.

    No es que la marcha fuera de mal gusto. Apenas sería una más entre tanta cosa fea. Como el mobiliario de Manuel Baldizón o un Mickey Mouse gigante. O el aspecto del fiambre: delicioso, pero que igual parece un nido de lombrices.

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  • El currículo

    El currículo

    La escuela es la forma en que la sociedad contemporánea de masas resuelve la necesidad de programar la mente de sus ciudadanos. En el pasado y en sociedades pequeñas, bastaba que los chicos pasaran tiempo con sus mayores junto al fuego, en el campo o en el taller. Poco a poco e imperceptiblemente aprendían su quehacer. Y en el camino, entre historias, regaños y halagos, se construía la mente adulta.

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  • Educación basura

    Educación basura

    Es alucinante. Imposible saber si la realidad es metáfora cruel de la idiotez o la idiotez inspira la pobreza lacerante.

    Es malo ver niñas que se «gradúan» de preprimaria con «togas».1 Togas hechas con bolsas de basura, apunta la prensa. Pero ¡qué importa que las togas sean de polietileno negro! ¡O si son seña de miseria o de dignidad! ¡Uno no se gradúa de preprimaria! La preprimaria solo se termina. Le dicen a la estudiante: «Felicitaciones, nena. Nos vemos el año entrante y hasta que termine el diversificado», y ya. Mejor con regalo de un libro incluido para leer en vacaciones. Antes no hay excusa —ni propia ni ajena— para dejar de estudiar. Nada debe sugerirlo. Menos aún una graduación espuria.

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  • Tras el santo grial de la eficiencia

    La eficiencia plantea una paradoja: a veces hay que gastar más para conseguir eficiencia, no menos.

    Es casi un lugar común afirmar que la administración pública es ineficiente. Con regularidad oímos decir que no solo las autoridades, sino todo el funcionariado público, son parásitos de la sociedad, sanguijuelas que malgastan recursos sin producir nada a cambio.

    Tales denuncias se acompañan con igual frecuencia de exigencias por hacer eficiente el Estado, por dejar de malgastar los pocos dineros públicos. En principio, la cosa suena razonable. Todos queremos ver bien usados los impuestos, expulsados de la cosa pública a quienes no saben manejarla y en la cárcel a quienes además son corruptos.

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  • Educación y trabajo, dos caras de la misma moneda

    La educación crea riqueza. Pero no es la riqueza usual, de oro y plata, dólares y dinero. La riqueza que crea la educación va por dentro.

    Sin embargo, esta riqueza también interesa al inversionista que busca mejores réditos. No me refiero a bienes intangibles, a la riqueza de una estética refinada, al valor dado a la sabiduría o al aprecio que tenemos por el buen juicio, aunque sean cosas buenas en sí mismas. Escribo aquí de cosas que se ven y miden en el mercado y la economía.

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  • Al oído de Vinicio Cerezo: sin más dinero esto no se enderezará

    A ese paso no importa cuánto usted mejore la eficiencia de lo que tiene y haga mejor lo que ya hace. Si le faltan los insumos clave, igual tendrá que gastar más para comprar esas cosas que hoy no tiene o simplemente estará perdiendo el tiempo.

    La mujer le pide al marido para el gasto: los niños tienen hambre y necesita plata para comprar comida. El marido responde que no. ¿Por qué habría de darle más dinero, argumenta, si es obvio que ella no sabe ni siquiera alimentar a los chicos con lo que le da?

    Tal es la perversa paradoja que enfrenta Guatemala en materia de gasto educativo. Los malos indicadores dan la excusa perfecta para quienes dicen que primero hay que mejorar la eficiencia y que ya luego podremos mejorar el volumen del gasto. Otro tanto abonan estupideces como comprar trompos promocionales sobrevalorados, que estropean aún más cualquier argumento en pro de la urgencia de invertir más en educación. Pero igual no quitan el problema.

    La creciente evidencia sugiere que, por debajo de un umbral mínimo —del que no estamos ni siquiera a distancia razonable—, el volumen del gasto en educación y el desempeño que se obtiene sí se relacionan: mientras más se gasta, mejor desempeño se obtiene. Así lo reportan en un reciente estudio Emiliana Vega, jefa de la División de Educación del Banco Interamericano de Desarrollo, y su coautora Chelsea Coffin.

    Vega y Coffin examinaron los datos del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), la prueba internacional a la que Guatemala se sumó en 2015 y que se aplicará a los estudiantes por primera vez en 2017. Usando el desempeño en matemáticas en la secundaria como trazador, encontraron que, mientras no se llegue a un umbral de $8 000 por estudiante al año (en paridad de poder adquisitivo en dólares —$PPP—, 2010), más dinero por estudiante sí se traduce en mejor desempeño. Para ponernos en contexto, en 2013 Guatemala gastó $395.80 (en $PPP, 2011) por estudiante.

    A los dichosos que ya están arriba de los $8 000 por estudiante al año —como Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Finlandia, Japón, Catar y otros así— sí les urge contraponer eficiencia a volumen de gasto. Los demás, como nosotros, no tenemos nada que ver con esa liga y sus problemas.

    Explico por qué. Los trompos son una muestra de muy mal juicio, cuando no de corrupción insolente que exige ser perseguida judicialmente. Pero son una lágrima en el mar. Mientras tanto, el Ministerio de Educación no tiene un centavo, ¡ni un centavo!, en su presupuesto[1] para comprar libros de texto para la secundaria. Tampoco tiene más que centavos para poner asesoría pedagógica suficiente y en todos los grados. Ni para mantener en el ciclo básico a todos los egresados de la primaria. Y la lista de faltantes crece. A ese paso no importa cuánto usted mejore la eficiencia de lo que tiene y haga mejor lo que ya hace. Si le faltan los insumos clave, igual tendrá que gastar más para comprar esas cosas que hoy no tiene o simplemente estará perdiendo el tiempo. Es como sacarle brillo al carro cuando no tiene para la gasolina. Y los textos que alimentan los cerebros de los chicos, que son la gasolina de este carro, cuestan mucho, muchísimo más que una pendeja colección de trompos o que la eficiencia pírrica que le va a sacar al Mineduc. Y la asesoría pedagógica, que es como el piloto del auto, cuesta dinero en serio, no bagatelas. Y lo mismo pasa con todo lo demás que falta porque no tiene renglón en el presupuesto, más aún porque no hay plata para pagarlo.

    Así pues, ahora que estamos a las puertas de la gran feria de la propuesta que es la séptima edición del Foro Regional Esquipulas, lleve este encargo mío a la mesa del debate, al corrillo y a la charla del café: nos urge más plata para la educación. No los ahorros de la cancelación de un contrato espurio por unos trompos idiotas, sino la plata voluminosa, la que hoy gastamos en militares rateros y minas tóxicas, el dinero que por cientos de millones se escurre por el tragante de la evasión de impuestos y por el contubernio entre gobernantes corruptos y empresarios. Yo quiero ver en el presupuesto el dinero en serio, que nos dolerá pagar, pero que es indispensable para que los niños y las niñas[2] pasen más tiempo, mucho tiempo, todo el tiempo, aprendiendo a leer, escribir, contar y pensar.

     


    [1] Esto, aparte de un préstamo del Banco Mundial que incluye textos para la Telesecundaria. Encima, me cuentan que con ese préstamo se han comprado materiales que no corresponden a la metodología de dicha modalidad educativa. A veces no entiendo por qué no tengo a mano la navaja para cortarme las venas.

    [2] Supongo que también ya se dio cuenta de que, en este país machista, un trompo es un juguete solo para los varones, ¿verdad? Hoy sí alcánceme esa navaja.

    Original en Plaza Pública

  • Libros, alma

    Desde Mi osito Teddy hasta los cuentos de Carver, desde los tratados de filosofía hasta los cómics, los libros recorren los más profundos recovecos de nuestro ser y constituyen prueba fehaciente de nuestra humanidad.

    Mi osito Teddy

    Era un librito delgado, de letras grandes y dibujos cursis. Describía la cotidianidad de un niño pequeño y de su oso de peluche. Mi madre aseguraba que con él aprendí a leer solo. Tantas veces insistí en que me lo leyera que al fin lo memoricé. Luego, descifrar las palabras no fue sino ver dónde estaban los espacios.

    Ina und Udo

    Soy hijo de una pareja de músicos. Apreciaban la cultura antes que el dinero. No era difícil, pues entre dobles empleos y clases particulares la plata no sobraba. Tampoco ayudaría al presupuesto el que, fieles a su clase media, nos pusieran a mi hermano y a mí en un colegio bilingüe de élite, donde el alemán era materia obligada.

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