Aunque parezca absurdo, la desnutrición no es un problema a resolver, y escasamente es un obstáculo a la productividad. Para el caso de Guatemala, en cambio, la desnutrición es un rasgo sustantivo de la forma en que se organiza su economía. Sí, la pobreza conduce al hambre, y el hambre puede afectar la productividad; pero la relación entre hambre y productividad también puede caminar en dirección opuesta. Esto en Guatemala es real: el hambre no estorba la acumulación, sino que señala la forma en que esta se realiza.
La niñez guatemalteca con hambre es el saldo de un cálculo económico específico y reconocible. Es asunto de física fundamental: las personas consumimos para nuestro mantenimiento la diferencia entre lo que recibimos de la naturaleza o de otra gente y lo que damos a esa misma naturaleza o a otros. El tamaño de tal diferencia define, en lo individual y en lo social, lo bien o mal que podemos estar; incluyendo cuánto de nuestro potencial de estatura realizamos. Así, las niñas y niños desnutridos concretan en su cuerpo el balance producido por una forma de acumular riqueza que se predica, no en incrementar la productividad y así aumentar lo que queda disponible a las personas, sino en extraer de ellas todo lo que sea posible, sin apenas invertir algo de vuelta.
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