¿Se acuerda de cuando se enfermaba en la infancia? Quizá una tos, un dolor de cuerpo, los ojos rojos. Mamá sacaba el termómetro. Puesto en la boca, bajo el brazo o en otra parte que hoy no quiere recordar, tras un minuto el instrumento indicaba con precisión algún número.
«¡Tenés temperatura!», exclamaba consternada, pues debía arreglar para cuidarlo en casa, mientras usted, a pesar del malestar, celebraba que no iría a la escuela. Claro, temperatura había tenido siempre. Lo que mamá constataba con el termómetro era que la temperatura había rebasado un límite aceptable. Usted tenía fiebre y así calificaba para una nueva categoría: enfermo.
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