Siguiendo este camino de los que nunca aprenden, terminamos con una sociedad donde nadie escucha y, sobre todo, donde la evidencia no cuenta.
El pequeño se apura y la madre advierte: “no corras que te vas a caer”. El niño no hace caso y sigue a toda velocidad, con resultado previsible: termina de bruces en el suelo.
De pequeños aprendemos a base de errores. Ensayos que terminan mal y los mayores que ayudan a sacar la lección (¿viste por qué te decía que no corrieras?); sacudimos el polvo de nuestras rodillas y empezamos de nuevo. Sin embargo, de adultos con facilidad olvidamos que aprender es equivocarse en la dirección correcta.