Tag: clase media

  • Persistencia

    Muchas cosas nos indignan, pero son más las que nos llevan a abandonar el barco por razón de principios.

    Transformar la sociedad es una tarea más parecida a una carrera de fondo, que a un sprint. Logran mejoras sólo quienes persisten en la dirección correcta por mucho tiempo.

    La persistencia es tanto un asunto de capacidad como de actitud. El éxito de largo plazo depende de las características de lo que se quiere conseguir y de las herramientas que se tiene para procurarlo, pero también de nuestra disposición psicológica para insistir en alcanzarlo.

    (más…)

  • Ola ke ase, progre ke ase

    La cosa aquí no cambia porque los únicos con el valor para salir a la calle en masa son los campesinos y los indígenas.

    Ahora que tengo su atención, ¿qué hace allí tranquilo, viendo que la campaña electoral ya empezó? A dos años y medio, tan solo esperando que Baldizón llegue a Presidente, porque en este sistema podrido “le toca”.

    Usted, periodista investigativo, no alcanza con destapar la movida turbia. Se podrá quedar virtualmente ronco de denunciar, que igual el puerto, la mina y los dineros de la municipalidad irán a parar en manos de los de la foto; y la justicia también. Salga a encontrar a la gente que pueda hacer el cambio, cuente su historia. Los buenos necesitan encontrarse, conocerse y aprender a trabajar juntos.

    (más…)

  • Clase media: definiciones e insultos

    Una economía excluyente que no crece, una sociedad fragmentada y la escasa oferta cultural, han redundado en una clase media precaria, desconfiada y de imaginación estrecha.

    Recientemente la BBC y seis universidades del Reino Unido publicaron la Encuesta Británica de las Clases, que describe cómo se divide por estamentos dicha sociedad. Algo podremos aprender.

    Para hacer su clasificación, los investigadores examinaron tres tipos de capital. El capital económico se refiere al volumen de dinero y recursos materiales de las personas. Bajo este criterio, el más usual, la clase media en Guatemala tiene problemas.

    (más…)

  • Clase media, escalera o palo ensebado

    Es la educación universal de calidad la mejor forma de desvincular el destino de los hijos, de la situación de sus padres.

    El Banco Mundial recién presentó su informe “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina”.

    El estudio es alentador y coincide con otros. En la década de 2000, cincuenta millones de latinoamericanos entraron a la clase media, que creció en un 50%. La pobreza bajó, de más de 40% en 2000, a menos de 30% en 2010. El informe resulta urgente porque Guatemala, aunque muestra progreso, está a la cola del cambio, aún debatimos sin éxito el modelo de desarrollo, y arriesgamos malbaratar los recursos que podrían financiar la mejora.

    En el reporte, clase media son quienes ganan entre US$10 y US$50 por persona por día#, que para una familia de 4 miembros es entre US$14,600 y US$73,000 al año. Esto hoy significa casi 30% de los latinoamericanos, pero en Guatemala no llega al 17%.

    (más…)

  • Entrarle al dichoso modelo

    No basta con reparar la bicicleta vieja que tenemos cada uno, sino que hace falta subir a todos al mismo bus.

    Alberto Mayol, profesor e investigador social en Chile, saltó en 2011 a un estrellato inusual en el mundo académico de su país. Dos cosas favorecieron ese paso.

    La primera fue que, en el contexto de las manifestaciones estudiantiles que alborotaron el afamado éxito democratizador y económico, Mayol ofrecía una explicación creíble de qué estaba pasando, remitiendo a lo más profundo de la estructura política: “La élite entendió sistemáticamente reducir la desigualdad como un asunto de sacar pobres de la línea de pobreza. Nunca entendieron que son problemas distintos. En la pobreza falta comida. En la desigualdad lo que falta es sociedad.”[1]

    (más…)

  • La rueda

    Se hace tan obvio que la distancia del “bien” al “mal” es tan, pero tan corta.
    Digan lo que quieran, pero el Facebook acabó con la privacidad. Sobre todo ha servido para mostrar los vasos comunicantes que existen entre personas, incluso entre las diferentes facetas de lo que somos y lo que quisiéramos ser.

    Les pongo un ejemplo, por aleccionador.

    En medio de dar resultados a la “mano dura”, la Policía ensaya publicar sus logros en el combate al crimen. Hace un día compartieron con todo el que quería enterarse: caen dos sicarios, uno de 19 años de edad, el otro de apenas 16.

    (más…)

  • Los valores de nuestros padres

    Hoy ha caído un muro antes infranqueable, y esto no es un simple evento fiscal o económico.

    En su discurso de toma de posesión, el Presidente Pérez Molina dijo que “…hoy más que nunca necesitamos de la restitución de nuestros valores morales como la honradez, el respeto, reconocimiento positivo de nuestra diversidad, la plena inclusión de nuestros pueblos indígenas el trabajo arduo y la libertad”. [sic]

    No hace falta ir muy lejos en la experiencia, la memoria o la historia para reconocer que lahonradez, el reconocimiento de la diversidad y lainclusión de los indígenas escasamente han sido valores fundacionales de la cultura guatemalteca.

    Esta prestidigitación verbal y simbólica –apelar a una mitología, reclamar un injerto en la supuesta buena raíz de una sociedad y a la vez adherirle conceptos “políticamente correctos” que no le son propios–, es un recurso convencional en la retórica política, así que apenas deben sorprendernos las inconsistencias. Bien sabe el Presidente que la cultura tradicional guatemalteca no ha valorado la diversidad –excepto para el servicio doméstico–, nosotros lo sabemos, y él sabe también que lo sabemos. Así que aquí no hay nadie bajo engaño.

    Sin embargo, la ocasión sirve para reconocer un tema mayor, y es que los valores que hasta aquí han ensalzado los poderosos cada vez sirven menos para producir riqueza, no digamos ya justicia, gobernabilidad y paz. Esos valores que fundaron la Guatemala liberal, la que representamos en nuestra bandera con anacrónicos fusiles y sables, esos que algunos han buscado conservar a sangre y fuego a pesar de industrialización, intervención norteamericana, apertura al mercado mundial, Revolución del 44, 36 años de guerra civil y 15 de paz a medias, cada vez son menos útiles, más embarazosos, incluso para los hijos del privilegio.

    Esto comienza a ser reconocido, y para fortuna de todos. La apresurada aprobación de la reforma tributaria es muestra, aunque cueste aceptarlo. Que la intocable camarilla de alta empresa haya tolerado el cambio a los impuestos podrá responder por supuesto a una mayor cercanía con el gobernante actual que con el pasado, pero no solo es esto. Antaño ello no hubiera sido razón suficiente para tocar el tema y correr el riesgo de abrir una puerta que ahora usted y yo –clasemedieros urbanos de corazón y billetera- más vale sepamos mantener abierta y empujar a como dé lugar.

    Hoy ha caído un muro antes infranqueable: “el impuesto sobre la renta no es negociable”. Esto no es un simple evento fiscal o económico. Con él se comienza a resquebrajar un conjunto de auténticos valores guatemaltecos, esos que dicen, por ejemplo, que un oficial es intocable para la justicia, que el derecho a la propiedad es solo para los ricos, que los indígenas y los campesinos son ciudadanos de segunda clase, incluso que a los hijos les toca reproducir sin chistar los modos y maneras de sus padres, y que Guatemala es un caso aparte, que aquí ni las leyes de la física se aplican como en otras partes.

    El futuro se construye viendo hacia adelante, no hacia atrás. La justicia, la plena ciudadanía, los problemas del presente y de mañana, los tendremos que resolver con nuevas fórmulas, no con los chambones valores que nos trajeron hasta aquí. Ciertamente las soluciones que usaron otros en el pasado pueden servirnos de guías, pero nunca de receta. Que la primera carta del castillo de naipes haya sido removida por un presidente conservador y militar, solo lo hace más llamativo.

    Original en Plaza Pública

  • ¿Para qué subir un volcán?

    ¿Volveremos a callar mientras otros deciden sobre una reforma urgente, pero de manera injusta?
    Diez y ocho mil gentes subieron el Volcán de Agua el 21 de enero, con el fin de “manifestarse en contra de la violencia que padece este país centroamericano”.

    Adopte por un momento el plan de bobo y pregúntese, ¿cómo evita la violencia el encaramarse en un promontorio de tierra?

    Por supuesto, a menos que los montañistas fueran los violentos, o la violencia estuviera en el volcán, la relación es más bien indirecta. Entonces, ¿para qué subir un volcán bajo estas circunstancias? Yo me atrevo a decir que es para hacer ejercicio. No el ejercicio obvio del cuerpo, que enfrenta la exigencia de dos kilómetros y pico de ascenso, sino el ejercicio del músculo moral, que nos dice que una causa justa bien vale un sacrificio. El ejercicio del músculo social, que nos muestra que en medio de todo, la clase media (no se engañe, esta es la que subió) es capaz de ponerse de acuerdo, organizar la logística, vencer la pereza y el inmovilismo y decir: aquí estoy, no me podrán ignorar.

    Pues bien, apenas dos semanas y media después de ir al gimnasio volcánico, yo le quiero sugerir que a esa clase media muy pronto le tocará mostrar si puede usar sus recién ejercitados músculos morales y sociales en cosas mayores. En los últimos días hemos visto al nuevo gobierno impulsar con decisión la impostergable reforma fiscal. Al fin, podríamos agregar. Esa será la buena causa que necesitará nuestro sacrificio, como ya señalan algunos, y yo me incluyo.

    Sin embargo, con decepción hemos visto también cómo la misma iniciativa, que exige sacrificio a la clase media urbana –profesionales y asalariados– amenaza con dejar sin mayor exigencia de sacrificio a las élites. “El PP apuñala a la clase media”, dice Gustavo Berganza sin más contemplaciones. En esta tierra de privilegio ello no es sorpresa, por supuesto. La pregunta clave es si esa clase media estará dispuesta a usar el músculo moral para afirmar que pagará su parte, pero también el músculo social para insistir en que no está dispuesta a subsidiar a una élite irresponsable.

    Sabiendo que nadie en su sano juicio abandona un privilegio a menos que se lo arranquen, ¿volveremos a callar mientras otros deciden sobre una reforma urgente, pero de manera injusta? Serán los actores de siempre el CACIF y algunos en el gobierno, quizá los maestros y sindicatos en la calle, ¿o asumiremos la clase media urbana un papel como ciudadanos?

    Diez y ocho mil personas subieron el volcán. Diez y ocho mil personas, en su mayoría jóvenes, que heredarán un fisco quebrado o sostenible, desigual o justo. ¿Cuántos ayudarán a decidir esto, subiendo el volcán del sacrificio que significa pagar impuestos? ¿Cuántos subirán el volcán que significa no callar, sino exigir a sus pares más acaudalados que también paguen su parte?

    Original en Plaza Pública.

  • Hoy pagamos el derecho de piso

    Yo les exijo que garanticen que los más ricos y privilegiados de nuestra sociedad también deban hacerse adultos y poner su parte en el bien común.

    Esto no le va a gustar, pero de todas formas se lo voy a decir. Hoy nos están apretando a los que más ganamos entre los asalariados y los profesionales con los cambios al ISR, y nos duele.

    ¡Claro que nos duele! Todos preferimos tener el dinero en el banco o a la mano, y decidir libremente para gastar hoy y aquí, en lo que queramos y cuando lo queramos.

    Sin embargo, no se engañe. Dinero contante y sonante no es prosperidad, si a cambio le toca poner a los hijos en un colegio privado –caro pero por lo menos bueno–, porque no hay escuelas públicas de calidad. Hoy le toca arriesgar la vida y la hacienda cada vez que sale a la calle, porque no hay policías profesionales. Entonces, ¿de qué sirve el dinero en la mano si el precio de tenerlo es una sociedad en harapos?

    Así que hoy nos está tocando a la clase media, a punta de legislación, hacernos adultos como ciudadanos contribuyentes, sí o sí. Ante ello es fuerte la tentación de responder con el tradicional, obtuso y manipulado “no a los impuestos”. Tras 50 años en que el CACIF nos ha metido con cuchara que lo que le conviene a los pocos le conviene a los muchos, esto nos sale muy natural. Sin embargo, sería perder una oportunidad dorada. Algo así como, habiendo cumplido los 18 años y pudiendo hacer cualquier cosa, escoger comportarnos como lo hacíamos a los siete. Así que, en vez de pedir el puré “Gerber” de un Estado mágico, que nos dé todo sin que nadie lo financie, mastiquemos las cuentas de lo que realmente toca hacer.

    Primero lo obvio: si vamos a pagar más, debemos exigir que se use mejor. Si me van a sacar más plata, yo de veras quiero ver esos policías (ojo, no soldados) patrullando calles, constituidos en servidores públicos, no en amenazantes mordelones. Si me van a sacar más plata, pues insisto en ver a todos los niños y niñas en la escuela aprendiendo, sin excusas. Si esperan mi conducta adulta como contribuyente, exijo políticas adultas. La universalización de la protección a la salud sería un buen comienzo. En suma: en la dimensión de Estado como servicio, si me van a hacer pagar más, insisto en recibir mejor servicio.

    Ahora bien, la oportunidad que le pinto tiene otra dimensión, aún más importante. El Estado no es simplemente un servicio que compramos al dar nuestro dinero al fisco. Oliver Wendell Holmes lo dijo de forma precisa: los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada. Esto tiene al menos dos implicaciones importantes. Primero, la de la solidaridad. Si los guatemaltecos somos tan buenos y tan amables como nos gusta creer (“qué gusto verlo”, “¿en qué le puedo servir?”, “cuente conmigo”), debemos mostrarlo con hechos. No la limosna dada con asco al estar parados en un semáforo, sino la contribución constante y significativa para dar oportunidades y medios a los más pobres, que en esta patria son muchos. Esto es, más que una necesidad práctica, una obligación moral y una responsabilidad de ciudadanía.

    La segunda implicación tiene que ver con la equidad y la justicia: si unos vamos a pagar, esperamos que otros que tienen más, igualmente contribuyan más. Aquí es donde a nuestra clase media, a la que hoy se le está pidiendo más dinero, le toca tornarse adulta como actor político, ¡y actuar! Otto Pérez Molina me pide compromiso, y Pavel Centeno, su Ministro de Finanzas, correctamente lo traduce en que los impuestos se llaman así porque se imponen. Entonces, yo les exijo a ambos, con nombre y apellido, que igualmente garanticen que los más ricos y privilegiados de nuestra sociedad también deban hacerse adultos y poner su parte en el bien común. Quiero ver a mis mandatarios y mis representantes reflejar los intereses de la mayoría y rechazar las componendas, no importa cuántas sean las deudas de campaña que ellos contrajeron, no yo.

    ¿Se apunta usted a pedir lo mismo? Esto no es lucha de clases, es mayoría de edad ciudadana.

    Original en Plaza Pública

  • Hoy sí, sin excusas

    La indiferencia es un lujo que ya no podemos darnos los guatemaltecos.
    El 2011 fue un año generoso para quienes queremos una mejor Guatemala. La campaña electoral, tachada de costosa, con un inicio precoz y ofertas de poca calidad, sirvió también para activar voces ciudadanas, cada vez con más claridad, cada vez con más insistencia.

    Fue alentadora la voz creciente de una clase media urbana, tradicionalmente silenciosa e indiferente ante el quehacer político. Su huella está en la efervescencia de blogs y columnas de opinión –esta incluida– que han surgido en la oportunidad, señalando necesidades, ofreciendo propuestas y denunciando errores. Plaza Pública es, ella misma, buque insignia de esos esfuerzos que combinan juventud, seriedad y voluntad de cambio.

    Sin embargo hoy, cuando las elecciones ya son historia antigua, y los nuevos gobernantes se aprestan a tomar su cargo, nos hemos quedado sin el acicate diario de la publicidad electoral para recordarnos que la cosa ya no puede seguir igual, que toca hacer algo al respecto. Este es un momento de riesgo, pues es fácil regresar a la indiferencia, dejar que otros decidan y hagan; y cuando, en tres años empiece la nueva campaña, sorprendernos por lo mal que van las cosas.

    Este es un momento de riesgo, pues hemos sido los chapines supremos maestros de la excusa. La historia de dolor y penuria de los más pobres en este país siempre encuentra una causa fuera de nosotros mismos: fueron los gringos quienes derrocaron a Árbenz, fueron los comunistas que sublevaron a la gente en el Altiplano, son los socialistas corruptos en el gobierno quienes nos quieren quitar el dinero con más impuestos, es por los políticos que la cosa pública no camina, es por los complots de la burguesía que los candidatos de izquierda no tienen arrastre, son los indígenas quienes no progresan por no aprender español, son los pobres los culpables por no trabajar (¡y Sandra Torres, qué lejana suena ya, por alcahuetearlos!). Siempre alguien más es el responsable de los problemas, nunca yo. ¡Qué lindo!

    Demos vuelta al espejo, y veamos lo que somos. Aunque los Estados Unidos, al decir de Bolívar, hubiese plagado “…la América de miseria en nombre de la libertad”, fueron chapines quienes abrieron la puerta a la invasión en 1954. A pesar de la voluminosa evidencia que muestra que aprender la primaria en el idioma materno es la mejor apuesta para una educación exitosa, es por chapines que la educación bilingüe sigue siendo marginal –sí, marginal– en el Ministerio de Educación.

    ¿Y quién cree que ha dejado a los más pobres sin tierra o mercados para tener una vida digna? Somos chapines los que ponemos y quitamos partidos políticos sin ideología, somos chapines los miedosos que no hacemos crecer la economía, los que evadimos los impuestos; y chapines los que no nos metemos a política, o hacemos trampa estando en ella.

    En tres días, Otto Pérez Molina, sus ministros y una nueva camada de diputados y alcaldes se erigirán en nuevas y perfectas excusas para que digamos “no fui yo”. Sin embargo, la indiferencia es un lujo que ya no podemos darnos los guatemaltecos. No basta con señalar a otros. Toca, sin excusas ni pretextos, involucrarse. En este 2012, en este nuevo período de gobierno, ¿tendremos usted y yo las agallas de participar en una manifestación, en vez de quejarnos porque siempre son los maestros los que dejan de dar clases para salir a la calle? ¿Tendremos usted y yo una pancarta frente al CACIF exigiendo que no obstruyan el necesario financiamiento del Estado? ¿Nos comprometeremos desde ya y por los siguientes 25 años al mismo partido político? ¿Denunciaremos y perseguiremos las corruptelas de funcionarios grandes y pequeños, o las aprovecharemos para beneficiarnos también? ¿Exigiremos que el ejército se limite con estricto apego a su mandato? ¿Usaremos el Facebook y el Twitter solo para compartir fotos de nuestras mascotas, o también para organizar a amigos, vecinos y desconocidos en pos de una auditoría social efectiva?

    Así que dele esta bienvenida al nuevo gobierno: a partir de hoy, no se queje, no se deje. ¡Actúe!

    Original en Plaza Pública

Verified by MonsterInsights