Paridad: cuatro razones

Dude sistemáticamente al ver que alguien con privilegio resiste un cambio. Aunque le diga que lo hace por el bien público, lo más probable es que convenga a su propio interés.

Se acabó el feriado. Mientras algunos vuelven al trabajo, otros nunca se detuvieron. Igualmente algunos vuelven a las maldades mientras otros nunca pararon. Regresa también el Congreso a su faena, a descuartizar la propuesta de la Ley Electoral y de Partidos Políticos.

Yo también vuelvo y me detengo en un punto visto y quizá sepultado, la paridad de mujeres e indígenas en los listados electorales. Me detengo porque, aunque en esto la LEPP podría ser causa perdida —que no debiera serlo hasta que vote el último diputado—, tengo la certeza de que el tema de la igualdad por género y etnicidad no desaparecerá del debate legislativo, mucho menos del debate social.

La libertad y la justicia son como el genio de la botella: una vez que escapa es casi imposible volver a guardarlo. Por ello Martin Luther King dijo: «El arco del universo moral es largo, pero se dobla hacia la justicia». Tiene sentido: habiendo experimentado mayor control sobre nuestras vidas y nuestras acciones, difícilmente estamos dispuestos a aceptar nuevamente que otro decida por nosotros. No es imposible, pero es menos probable.

Igual acá y el resultado es obvio: los pocos que tradicionalmente determinaron lo que aquí se hace deben trabajar cada vez más duro y de forma más evidente para controlar a una población inquieta. Al niño se le acaban los dedos para tapar los agujeros en el dique, y el agua sigue subiendo. En esto Jimmy Morales es apenas heredero de la historia: la impaciente crítica que no le da tregua y la lastimera indignación de sus defensores solo subrayan que el presidente es hijo de nuestros tiempos. Vivimos ansiosos de libertad personal.

Por ello no nos engañemos: el tema de la paridad en listados electorales y otros mecanismos de discriminación positiva para las mujeres y los indígenas seguirá presente, pues la necesidad de justicia también persiste y exige respuestas. Yo le ofrezco cuatro razones para perderle miedo al asunto —que si algo define lo guatemalteco, especialmente en sus élites, es el temor— y lo abrace con entusiasmo y creatividad.

Primera razón: siempre hemos hecho lo mismo y mire dónde estamos. No hace falta tener un Nobel para entender que aquí por seis décadas se ha hecho lo que han querido unos pocos, casi sin variar y sin cuestionar. Los modelos económico, social y cultural que vivimos no han cambiado. Apenas se han adaptado. ¡Y mire dónde estamos! Firmemente a la zaga en crecimiento económico, cada vez más desiguales y sin avanzar ante la pobreza, ahogados en violencia, sin oportunidades para mujeres ni indígenas. Es locura, parafraseando a Einstein, seguir en lo mismo y esperar algo distinto.

Segunda razón: en otros lugares lo han ensayado y los resultados son buenos. En países que van de la India a Colombia, de Finlandia a Bolivia, una variedad de experimentos —grandes y pequeños, políticos y económicos— han ensayado ampliar formal y deliberadamente la participación sobre todo de mujeres, pero en ocasiones también de indígenas. Los resultados en general son alentadores. En la India, más mujeres en puestos de poder local aumentaron las políticas aprobadas en favor de las niñas. En México y Brasil, dar transferencias dinerarias a las madres incrementó la salud, la educación y la inversión en las chicas.

Tercera razón: solo experimentando podremos aprender. La historia no es asunto cerrado. Siempre se pueden examinar los resultados. De hecho, siempre se examinan. Hoy cuestionamos la SAT organizada en los años 1990, criticamos la elección de magistrados que mandó la Constitución de 1985. ¿Por qué no habríamos de atrevernos a probar algo distinto en materia de acceso a listados electorales? Si resulta, habremos ganado. De lo contrario, siempre podemos enmendar. Y si funciona a medias, que es lo más probable, pues se ajustará.

Cuarta razón: los que hoy se resisten son los que ya tienen ventaja. Dude sistemáticamente al ver que alguien con privilegio resiste un cambio. Aunque le diga que lo hace por el bien público, lo más probable es que convenga a su propio interés. Lo vemos en esta discusión. Los que resisten son, casi invariablemente, hombres, ladinos y poderosos. ¿No le parece curioso? No tardará alguno en señalar que también hay mujeres que critican la iniciativa de las cuotas. ¿Quiénes han sido? ¡Ladinas y poderosas! Claro, hay excepciones. Pero tampoco le busque tres pies al gato, que son eso, excepciones. Cuesta agregar más cuando la cosa cae por su peso.

Ahora que vuelve con el bronceado de la playa o el hombro cansado de expiar pecados respire profundo y anímese. Atrévase, que sin cambio no habrá cambio.

Original en Plaza Pública

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