Necesitaremos más que el megáfono y la tarima, la pancarta y la piñata

Lo que necesitamos no es simplemente nombrar notables para mover instituciones de aquí para allá, creando ilusiones de cambio, sino redefinir la forma en que nos relacionamos los ciudadanos con el Estado, con el poder, con la riqueza, con el bienestar y las oportunidades.

Dice el diccionario que ciudadanía es «la cualidad y derecho de ciudadano», «el conjunto de los ciudadanos de un pueblo o nación», y el «comportamiento propio de un buen ciudadano». Hoy las tres acepciones nos sirven bien: estamos ejerciendo nuestra ciudadanía, estamos re-aprendiendo a reunimos como ciudadanos, estamos ejercitando las conductas de la buena ciudadanía.

Manifestar –salir a la calle en masa y expresar la condena al latrocinio desvergonzado– es una de las manifestaciones de ciudadanía. Es la que toca hoy, para que el descaro no quede sin señalar y el abuso sin castigar. Por demasiado tiempo nos dijeron que las manifestaciones, expresiones obvias y masivas de ciudadanía, eran malas. Y lo creímos. Sobre todo en la capital, quienes paradójicamente incorporamos en nuestro lugar de vivienda la raíz del término ciudadanía, callamos y condenamos. Hoy empezamos a cambiar. Especialmente entre los jóvenes se percibe la alegría de quienes han reencontrado su derecho y lo ejercen como fiesta.

Pero no alcanza. Las manifestaciones son apenas una de esas manifestaciones de ciudadanía. Más pronto que tarde pasará su momento, y no por ello terminará la necesidad de ejercer ciudadanía. Peor aún, ya hoy el poder intenta reagrupar el juego de siempre (que levante la mano el que piense seriamente que con una comisión de reforma de la SAT acabarán los problemas que destapó la corrupción en la SAT).

Mientras tanto, las manifestaciones de ciudadanía deben recorrer otro camino. Lo que necesitamos no es simplemente nombrar notables para mover instituciones de aquí para allá, creando ilusiones de cambio, sino redefinir la forma en que nos relacionamos los ciudadanos con el Estado, con el poder, con la riqueza, con el bienestar y las oportunidades. Conseguir resultados tan ambiciosos empieza con la emoción de quien grita ¡esta mierda no es normal!, pero debe concretarse en que el poder se ejerza a la luz del día y de cara al pueblo, no entre pocos y a puerta cerrada.

Ello plantea un reto grande, pues para conseguirlo necesitaremos más que el megáfono y la tarima, la pancarta y la piñata. Deberán modificarse las políticas, las instituciones, los presupuestos, ¡los funcionarios! Sobre todo tendremos que incorporar en nuestras vidas las cotidianas manifestaciones de ciudadanía que han faltado. Tendremos que expresar nuestra cualidad ciudadana, reunirnos como ciudadanas y ciudadanos, comportarnos como tales, cada día, todos los días.

Así que procuremos las cualidades ciudadanas: la persistencia que asegure que esta indignación no sea flor de un solo día. La honestidad de decir lo que pensamos, tanto como de pensar lo que decimos. El compromiso que significa que quienes se animen al liderazgo no se queden solos en la batalla; y la lealtad de que quienes ejerzan el liderazgo no traicionen a sus seguidores por un interés mezquino, o cuando la tarea se complique. La solidaridad de aceptar que aquí, más que solo el interés propio, están en juego el bien común y la justicia para con el más vulnerable, el más marginado.

Reunámonos como ciudadanos, procurando la organización que tanto nos ha faltado, contribuyendo el tiempo, las ideas y los recursos indispensables para construir entidades que sean más que los esqueletos y fantasmas a los que nos acostumbraron los politiqueros de siempre. Practiquemos la disciplina que significa hacer lo que acuerden las mayorías y los consensos, hasta completar la tarea. Procuremos la coordinación y construyamos las alianzas (que no se dan sólo entre los que están de acuerdo en todo), tan necesarias para formar masa, para enfrentar con éxito al poder. Sumémonos a la movilización y busquemos que otros lo hagan también.

Comportémonos como ciudadanos, con la persistencia de quien, reconocida la tarea y asumida la responsabilidad, la desempeña hasta su buen término. Apostemos por el pragmatismo, no por la simpleza que mandan los profetas del prejuicio o la tradición (por un tiempo, al menos, quizá hasta dejemos a un lado las etiquetas: ¡neoliberales, libertarios, socialistas, progresistas! y encontremos el terreno común de la justicia, con medidas eficaces). Construyamos medios funcionales de comunicación entre nosotros y con los demás, sabidos que el poder hará lo necesario para fragmentarnos. Reconozcamos que el cambio no es gratis, que el progreso cuesta dinero, que por mucho que una banda de pícaros haya cargado con miles de millones de quetzales, igual ser ciudadanos exigirá meter la mano al bolsillo con responsabilidad, y con el derecho y la obligación de pedir cuentas.

Original en Nómada

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