Mala nota en disciplina

La polarización no es fruto de una persona o de una personalidad. Estas apenas hacen evidentes las contradicciones sociales.

La niña tiene problemas en la escuela. La maestra inexperta se queja con mamá y papá: no pone atención. Los padres, que vienen de todas las guerras, identifican el impedimento. La niña se aburre en clase.

Todos conocemos historias así. Para el maestro chambón, con frecuencia importa más que los alumnos hagan caso, a que aprendan. Los chicos insumisos, que de mayores tendrán gran éxito, sacan mala nota. No porque falte inteligencia, sino porque no se someten a la disciplina.

Estos días vimos algo similar, a escala mayor. En la exclusión de Fiscal General, perdón, elección de Fiscal General, Aldana fue seleccionada, y Paz y Paz no llegó siquiera a la lista. No porque Paz y Paz no calificara – sacó el segundo punteo entre los candidatos evaluados – sino porque no hacía caso.

Sacaron a la alumna incómoda, y así pudo seguir sin sobresaltos la clase anodina. ¡Hasta Paz y Paz respiró aliviada! Ahora podía volver a la academia, donde la evidencia sí cuenta. Como el alumno que agradece estar castigado fuera de la oficina del director. Allí al menos puede dar rienda suelta a su imaginación, en vez de embutirse en la cabeza los ríos de África.

Los restantes en la fila se apuraron a decir lo que el profe quería oír. «No soy de derecha ni de izquierda, sino todo lo contrario… Yo soy de derecha, de mera derecha… ¡El modelo de gestión, el modelo de gestión!» Afirmaron su obediencia, callaron los problemas de fondo, como si por obviarlos en el discurso desaparecieran en la realidad.

Algunos se apuraron a opinar que con la salida de Paz y Paz se reducía la polarización en la sociedad, como si la «ideología» fuera el problema. Esto es poner la carreta delante del caballo. La polarización no es fruto de una persona o de una personalidad. Estas apenas sirven de pararrayos que hacen evidentes las contradicciones sociales. Sobre todo, hacen visible la incapacidad de manejar el disenso en la sociedad. Las heridas nunca sanadas de la guerra, la pobreza, la exclusión sistemática y el afán de extracción sin mesura seguirán allí mientras no se reconozcan y se aborden con eficacia. Y volverán a manifestarse apenas se presente la oportunidad.

Por ejemplo, el alboroto sobre Mi Familia Progresa en el gobierno anterior, y en este período en torno al juicio a Ríos Montt o la resistencia antiminera, no se reducen a las personalidades de Sandra Torres, la jueza Barrios o Yolanda Oquelí, aunque los críticos se ensañen con ellas. Estos casos tienen que ver con distribuir los beneficios del Estado, con el acceso a la riqueza natural y con la justicia.

Véalo al revés: ¿por qué los repetidos robos de municiones y armas en instalaciones del Ministerio de la Defensa, o la supurante herida que han sido por una década los servicios de salud, no suscitan la animosidad de los oficiosos «promotores del bien común», tan diligentes en condenar y excluir a Paz y Paz? Nadie lo explicaría por las encantadoras personalidades de los sucesivos Ministros de la Defensa o de Salud. Aunque fueran lindas personas.

Entonces, si queremos abarcar la polarización, la confrontación en la sociedad, dejemos de tragarnos la condena al «niño problema», y veamos con detenimiento a quienes lo señalan, a los «profesores incompetentes» que quieren una masa inane y disciplinada de sujetos y funcionarios. La elección de temas sobre los que se arma barullo no es accidental, y los sujetos satanizados tampoco lo son por sus personalidades o su «ideología». Aquí hay un statu quo que defender. Un problema podrá ser profundo, tal el caso de un ejército cleptocrático, o los hospitales públicos que persisten en la penuria, que si no amenaza a los poderes estatuidos quedará en un silencio atronador. Por el contrario, una solución podría ser eficaz –como lo es perseguir, capturar, procesar y condenar acciones descomunales de violencia de Estado, o de crimen organizado– que si amenaza la ventaja de los poderosos, la reacción será feroz. Y sofocante.

El episodio ha pasado y la lección ha quedado clara: aquí cuenta más la disciplina que la justicia. Deje de mirar al puesto de fiscal, hoy reducido al orden, y ponga el ojo en la gente que denunció con ahínco, en la gente que excluyó con lujo de arbitrariedad. Pregúntese por las razones y deje de hablar de personalidades. Cuando algunos pidan optimismo, innovación y creatividad, entenderá por qué no pasamos de falsas esperanzas, miradas desconfiadas, y pobreza persistente.

Original en Plaza Pública

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