Es como ver que el barco se hunde y discutir por cuáles agujeros entra más agua y por cuáles entra menos.
Encomiable esfuerzo han hecho Enríquez, Hurtado y Méndez Arriaza al publicar en Contrapoder los resultados de las pruebas de lectura y matemática que hace el Ministerio de Educación a los egresados de diversificado.
Su publicación destaca los 25 planteles con resultados más altos y los 25 planteles con resultados más bajos en el Distrito Metropolitano. Esto ha desatado polémicas sobre la conveniencia de presentar un ranking de escuelas y colegios, sobre la validez de las pruebas como medidas de la calidad de las instituciones, y sobre su utilidad para los padres y madres de familia al escoger una escuela para sus hijos.
Sin embargo, el artículo y el debate por igual subrayan problemas más profundos. Estos incluyen la mala calidad generalizada del sistema educativo, la gran desigualdad con que sirve a los estudiantes, y lo ineficaz que resulta el “sálvese quien pueda” como técnica para resolver los problemas de acción colectiva que nos afectan a todos.
Recordemos que la prueba solo midió la proporción de graduandos examinados que en cada plantel mostraron al menos un mínimo de competencia en lectura y matemáticas.
Con esta medida ya se hace visible el problema generalizado de calidad. De los 416 planteles, en 340 (81%), al menos uno de cada cuatro estudiantes no pasó la prueba de lectura. En matemáticas es peor: 394 planteles (95% del total) le fallaron al menos a uno de cada cuatro estudiantes. Y esto es sólo para los planteles del Distrito Metropolitano, seguramente en mejores condiciones que los del resto del país. Con estos números, triste consuelo es fijarnos en que alguna institución sea muy “buena”, cuando sin ambigüedades podemos afirmar que en conjunto el sistema educativo, público y privado, le falla a una proporción inaceptable de estudiantes.
Piénselo: usar las pruebas para decidir en qué colegio colocar a los hijos resulta necesario sólo porque estamos atrapados en un sistema de calidad muy desigual, que estratifica las oportunidades en función de los ingresos. No son los colegios los que compiten por estudiantes, sino los padres de familia quienes compiten por colegios, y son el dinero, las conexiones y el tiempo para hacer trámites los que aseguran una buena educación.
El problema es que educarse no es como comprar un celular o pagar el servicio del cable. La educación genera externalidades, beneficios (o daños) a la sociedad que van más allá de quien la obtiene directamente. Valgan dos ejemplos. A un empresario le sirve de poco invertir mucho en dar a su hija una educación de primera para ser gerente de su fábrica, si luego ella no puede encontrar empleados con las competencias para operar la maquinaria. Un diputado culto podrá hilar finos argumentos para ganar votos, pero valdrá de poco si sus electores no los entienden por no haber ido a la escuela. Conviene pensar la educación como un bien público, con el que todos ganamos, antes que como un bien de consumo privado. Así como mantener el agua de cada uno sin contaminación nos sirve a todos juntos, mejorar la educación de cada uno nos conviene a todos.
Pero volvamos a las pruebas. Las evaluaciones son como un termómetro, que descubre si alguien tiene fiebre, pero no dice cuál es la enfermedad, menos la cura. Los finlandeses, reputados como dueños del mejor sistema educativo del mundo, no sabían cuán buenos eran hasta que participaron en la prueba internacional PISA. Pero las pruebas no causaron sus buenos resultados, ni los explicaron; sólo los identificaron.
No podemos corregir la epidemia con el termómetro, pues las soluciones van por otro lado. Aquí estamos ante un problema severo, sistémico y de efectos generalizados. Quedarnos en la discusión de cuáles colegios son mejores y cuáles son peores es como ver que el barco se hunde y discutir por cuáles agujeros entra más agua y por cuáles entra menos.
Un columnista recientemente adelantaba una explicación de por qué Guatemala no avanza: los países exitosos crecen, y su crecimiento es inclusivo. Los resultados de las pruebas de diversificado son, ante todo, evidencias de una sociedad con oportunidades muy desiguales. Esto se puede corregir, pero no con soluciones “sálvese quien pueda”. La inversión crítica deberá servir para ofrecer una educación de calidad comparable para todos los guatemaltecos. Ello exige salir del privilegio de quienes hasta acá nos hemos beneficiado de un sistema desigual. Vale la pena repetir: ¿tendremos el coraje para hacerlo?