Liderazgo ¿para qué?

Es hora de dejar de forzar la muleta de la religión como sustituta cuestionable al urgente esfuerzo de pensar juntos los problemas cívicos y civiles.
Recientemente estuvo en Guatemala el Dr. John Maxwell, presentado como “experto en liderazgo, orador reconocido internacionalmente y autor de más de 60 libros sobre liderazgo”.

Entiendo por los anuncios que durante su estancia dictó varias conferencias sobre liderazgo. No pude escucharlo personalmente, pero tuve acceso a la síntesis de una conferencia dictada a educadores, distribuido gentilmente por Empresarios por la Educación.

Maxwell es doctor en teología y pastor evangélico. Confieso que la literatura tipo Coelho no es de mi interés, así que por puro prejuicio las conferencias motivadoras me levantan suspicacias. No soy pues, un juez imparcial, pero a la vez intento mantener una mente abierta.

La presentación recoge un conjunto de lugares comunes sobre la importancia del compromiso personal, de ayudar a otros, e involucrarse en el cambio de la sociedad, salpicado de anécdotas personales del ponente. Asumo que en vivo habrá sido entretenida, pues ¿qué espera usted de una conferencia de motivación, sino que lo motiven?

Sin embargo, hay más. Visité Equip World Relay, el sitio web del movimiento del Dr. Maxwell para entender qué es lo que busca. Quiere que los líderes pasen de influyentes a transformadores, que encuentren razones, vean cambios en la nación y tengan un efecto positivo en la vida de otros. Como resultado mejorarán las condiciones económicas y decaerán la pobreza, el crimen, la fragmentación familiar, la bancarrota y el suicidio; y aumentarán las noticias positivas y la asistencia a las iglesias. Se integrarán valores a la vida diaria, aunque como es usual al hablar de valores, no queda claro cuáles valores serán. Difícil pelearse con esto. Hasta Miss Universo quiere la paz mundial.

Menos claro queda cómo estas cosas se relacionan con los problemas concretos de Guatemala. Reconocen la pobreza, el hambre, las drogas, la orfandad y la falta de empleo, pero ¿cuál será el rol de esos líderes en resolver la inequidad y la exclusión que marcan desde el fondo a nuestra sociedad?

Más dudas surgen al examinar el lenguaje religioso. Y es aquí, al llegar a lo operativo, que las cosas comienzan a aclararse. En el mismo sitio encontré una herramienta para planificar las influencias de los líderes en iglesia, familia, educación, gobierno, medios, artes y empresas (que allí llaman las siete corrientes). Dice allí: “¡Juntos, con el poder y la guía de Dios, influenciemos estas corrientes para la gloria del Señor!” (mi traducción). Pero la cosa va más lejos.

Como tengo un particular interés en la educación, traduzco y cito lo que dice el documento sobre la corriente educación: “Instituciones educativas altamente influyentes que comenzaron hace siglos con una visión cristiana del mundo, hoy están saturadas de las filosofías liberal y humanista. Aquellos llamados a la corriente educativa traerán la revelación imaginativa, creativa e intuitiva de Dios. Ganarán favor con aquéllos que se han hecho racionalistas, críticos y limitados a los cinco sentidos, de forma que no pueden recibir la revelación de Dios”.

Hoy sí ya entendí, el mensaje es claro: si usted quiere salir de pobre, si usted quiere prosperidad, si quiere combatir al narco y el desempleo, asimile mis valores. No sea crítico, no use su razón. Más que preguntarse por lo que percibe con sus cinco sentidos, acepte la providencia divina.

No sólo discrepo de estas ideas, sino que pienso que son francamente nocivas para quien las adopte. Sin embargo, un predicador de cualquier religión puede creer y decir lo que le venga en gana. Es su negocio y su libertad. Otros son igualmente libres de seguirle. El problema está en que estas ideas se promuevan con el respaldo de actores que se presentan como sector privado, incluso por organizaciones como los Scouts, Un Techo para mi País y Hábitat para la Humanidad, con un acceso privilegiado a la administración pública, e incluso tomen del tiempo de los funcionarios.

En la búsqueda de soluciones a los problemas del país quiero creer que todos actuamos de buena fe, pues nos urge. Por lo mismo, es hora de dejar de forzar la muleta de la religión como sustituta cuestionable al urgente esfuerzo de pensar juntos los problemas cívicos y civiles. Ya es hora de dejar de decirle a Guatemala que no razone, que no critique, que calle y ore, como si aquí los únicos valores que valieran, fueran los valores de siempre.

Original en Plaza Pública

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