Aquí no hay un espontáneo reconocer del interés nacional o social. Aquí no hay un despertar de la conciencia jurídica.
Estos han sido días aciagos para Guatemala. Pobres de verde matando por la espalda a civiles pobres. Un equipo de seguridad en el gobierno que se apura entero a zafar bulto, que no parece vivir por los mismos códigos de honor que tanto pregona su institución.
Peor aún, aflora como un repentino fuego en la maleza el racismo virulento, saltando de blog en blog, en las redes sociales y en la charla diaria. En medio de esto me llama la atención la consigna común de toda una clase: el colega profesional y el ama de casa por igual se apuran a sentenciar: el derecho de libre locomoción es sagrado. Y yo me pregunto, ¿de dónde salió este lugar común, esta “libre locomoción”, que parece que siempre ha estado allí, y sin embargo no la encuentro en mi memoria, cuando trato de imaginar las conversaciones sobre las manifestaciones que igual se veían hace diez y veinte años?
Para hincarle el diente al asunto hago una informal investigación sabatina, un par de búsquedas con Google, y encuentro algunas cositas interesantes. La consulta libre locomoción guatemala da 654 citas en 2008. En lo que va de 2012 van ya 4,710. Es decir, han crecido las citas siete veces en ese período, y si seguimos a este ritmo serán nueve veces más este año. Para entender mejor de qué se habla, agrego manifestaciones (el número aumenta tres veces en el mismo período), colonias (crece seis veces) y expresión (aumenta siete veces sobre el 2008). ¿Quién levantó el tema? Agrego empresarios (aumenta cinco veces), y vecinos (sube tres veces). Resultados poco conclusivos, pues tanto se habla del tema para criticar las manifestaciones, como para discutir la paranoica costumbre de poner túmulos y talanqueras en las colonias.
Sin embargo, esa primera percepción es errada, como lo muestra el examen de las referencias específicas. Nomás de las primeras 25 citas más populares (y hay que estar claros que en la red unas pocas referencias son muy citadas y el resto apenas cuentan), 14 –más de la mitad– vienen de un combinado de comunicados del CACIF, episodios del programa radial “Libertópolis”, y blogueros vinculados con la Universidad Francisco Marroquín. Todas exaltando la libre locomoción como un bien supremo.[1]
De las restantes citas, siete son acciones de gobierno, al menos dos de ellas en respuesta a las presiones y/o acciones legales del CACIF, cinco son cuestiones de gobierno municipal y vecindarios, cuatro son expresiones de entidades de derechos humanos o columnistas reaccionando a las posturas del CACIF o el gobierno, y tres son estudios jurídicos que tocan solo marginalmente el tema de la libre locomoción. Todo esto antes de los hechos en Totonicapán.
Así que ahora que el tema del “inviolable derecho a la libre locomoción” sale por igual de la boca de cada vecino como de la pluma sofista de algún editor, tal vez es buen momento para reflexionar con la boca cerrada y la mente despierta. Aquí no hay un espontáneo reconocer del interés nacional o social. Aquí no hay un despertar de la conciencia jurídica. Antes de constituirse en folclóricos doctores en derecho, muchos harían bien en recapacitar y reconocer que de forma muy concreta, tienen años de estar tomando por cucharaditas este atole de que el derecho a la locomoción vale hasta para quitar vidas. Toca, querida clase media, hacerse adulta. Toca ser un ciudadano pensante y crítico, en vez de regurgitar atole fétido, y encima enorgullecerse, como si fuera propio.
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[1] Uno de los blogueros, comentando en su nota más reciente el incidente de Totonicapán, nos deja esta joya espeluznante: “Falacia que anda circulando por lo de Toto: el derecho a la vida es más importante que el derecho a la libre locomoción; por lo tanto no se justifica matar gente para despejar carreteras. QED.”
Original en Plaza Pública