Me da vueltas la cabeza. ¿Tan perdido estaré? Cansa ver todos los días a la más auténtica canalla proclamando que los buenos son malos y los malos son víctimas, mientras los más poderosos insisten que el optimismo sin crítica es la paz.
La Fiscal General recupera el Ministerio Público. Aumenta la eficiencia, se extraditan narcos, suben los casos que llegan a condena. El “público” la premia: 32 tachas a su expediente de reelección.
La jueza declara culpable al golpista, ése que lideró un ejército dedicado a moler aldeas enteras en sus piedras de sangre. El tribunal de “honor” del Colegio de Abogados la suspende de la profesión, porque “humilló” a un defensor.
La Corte de “Constitucionalidad” arma un galimatías y dictamina sobre procedimientos. El juicio se descarrila. En el extranjero dan
premios a las funcionarias, pero aquí son denostadas como malas hijas, ¡como “incompetentes”!
Los campesinos salen a reclamar el costo de la electricidad y son masacrados. Pero son “culpables”. Otros piden tierra, y se les
injuria como estorbos a la “libre” locomoción. En el Twitter un “ciudadano” los califica: “malditos”.
Dos escolares son baleadas a quemarropa. Una muere y el mandatario explica: fue por sus “nexos” con las maras. Morir está bien, mientras haya “razón”. Un periodista denuncia las propiedades inciertas de la vicepresidenta. Nadie da explicaciones. Es que el periodista es un “chismoso”.
El expresidente, que lavó dinero taiwanés, hace trato con la corte en Nueva York. En vez de olvidarlo en la celda fría, seguidores y detractores se apuran a especular. Será “caudillo” en las próximas elecciones.
El hijo del militar publica pasquines. Pide un “honor” que la generación de su padre no tuvo cuando tocaba asumir la responsabilidad de sus actos, de sus decisiones. Como ilusionista en feria callejera, saca dignidad espuria de una manga sucia.
Los jóvenes indígenas se apuran a abandonar su idioma y sus padres lo aplauden. ¿Quién quiere para sus hijos las penas que vivieron? Aunque la mejor forma de aprender sea en la lengua materna y la identidad se construya desde la propia cultura, los “expertos”, insolentes (¿insolentes expertos?), afirman: para salir de pobre hay que aprender inglés.
La patronal, siempre resistente a pagar impuestos, desmanteló con ahínco la administración pública. Hoy sin pedir disculpa se erige en “reformadora”. Quiere eficiencia, quiere eficacia, quiere medir, quiere rendición de cuentas. Y ríe triunfal: ¿para qué dar más dinero al Estado, si he conseguido que “funcione” de gratis?
En la USAC, decanos sin libros se pelean por rectorías sin ciencia, mientras políticos sin vergüenza reciben “doctorados” bastardos. Un “líder” estudiantil compra manifestantes idiotas que no tienen tiempo ni plata para estudiar, mientras otros “honorables” extorsionan con capucha. Y en la universidad elitista, la decrépita opinión de gentes de puño cerrado se proclama como catecismo. Qué importa el desastre que han dejado a su paso.
En la prensa, el columnista cínico tilda de “neo-fascistas” a los promotores de los derechos humanos. Mientras tanto, el alcalde
corrupto sale de prisión con medidas prostitutivas. Perdón, sustitutivas.
Dos años van de un gobierno “civil” que no entiende el vocabulario de la inclusión. Dos años de izquierda decorativa y desordenada, de
fascistas que aseguran querer reformas; dos años de minas que ofrecen desarrollo sin regalías, de hidroeléctricas sin luz en el
vecindario. Dos años de regalos “de buena fe” al Estado, que resultan ser regalos del Estado a la mala fe.
Me da vueltas la cabeza. ¿Tan perdido estaré? Cansa ver todos los días en los medios a la más auténtica canalla con carta blanca para
proclamar que los buenos son malos y los malos son víctimas, mientras los más poderosos insisten que el optimismo sin crítica es
la paz. Que acabar con 200,000 gentes no es razón suficiente para reclamar justicia, que hacer justicia es faltar a la honorabilidad y
que los pobres son culpables. Que cualquier estupidez es buena mientras la diga alguien con dinero.
Pensamos que la guerra había terminado en el 96, cuando lo que hizo fue ponerse saco y perfumarse para esconder la sangre y el olor a heces. Mientras veo a la gente más ruin erigirse en opinante, abogado, ofendido y optimista, arrogándose la primogenitura en esta paz
torcida, no puedo sino pensar en una historia, esa Historia Oficial que hace ya casi tres décadas los pintó enteros: