Acaso su problema fue ser demasiado tradicionalmente estadounidense: no fue sino el buen lobo que cuida de la jauría.
El debate arrecia. Obama y Trump son la misma cosa. No, Obama y Trump son distintos. Poco se avanza mientras no aclaremos en qué son iguales o distintos.
Así que comencemos desde el principio. Ambos surgen en la misma sociedad y de la misma cultura política, del liberalismo democrático anglosajón expresado en la segunda mitad del siglo XX en los Estados Unidos. Los términos de ese entorno incluyen la libertad individual, el credo democrático (nunca igual que su práctica), un racismo fundacional, la fe en la superioridad de los Estados Unidos y sus ciudadanos, la realidad del poder y la riqueza que hacen creíble tal afirmación y la dedicación al mercado capitalista como solución universal.
En este contexto, Obama no es un lobo con piel de oveja, como si engañara. Es un lobo, así a secas. Porque su sociedad se entiende mejor como una jauría: leal a ultranza con los propios, cariñosa con los pequeños de su especie, sin paciencia para quienes no ponen de su parte o no están dispuestos a salvarse por sus propios medios, rápidamente violenta con quienes percibe como agresores. Y su Estado se construyó para concretar esta visión.
Esas características fundacionales y funcionales históricamente dieron dirección a las decisiones del poder en los Estados Unidos y ayudan a entender su lógica de acción. Piense lo anterior como principios que incorporan como normas una o más de dichas características. Por ejemplo: «Nosotros ponemos las reglas y deben cumplirse». Por esto no vale que llegue un migrante indocumentado y reclame beneficios, aunque contribuya más que proporcionalmente a la economía. O «la libertad individual de la gente es inviolable, pero no todos somos gente». Por eso tienen una sensibilidad exquisita al espacio personal, pero aun hoy blancos y negros no logran superar la tara de la discriminación racial y la sociedad entera debate con ahínco la nimiedad de disponer quién va a cuál baño. Y respecto al resto del mundo: «Si no eres parte de nuestro mercado, no eres parte de la solución». Por eso, en nombre del petróleo, atropellan alegremente la vida y las tierras de sus propios pueblos indígenas y maldicen para siempre a Irán o Cuba, aunque estos países nunca jamás les hayan hecho daño alguno. Y la crianza en este entramado de ideas la comparten Obama, Trump, el emprendedor en Silicon Valley y el carpintero desempleado de Texas.
Pero, como con toda cultura, tales características se concretan de forma particular en cada individuo, en cada estadounidense. Y Obama resultó un estadounidense ejemplar. Al menos hoy y aquí, esto no implica juicio, sino descripción. Una descripción que él comparte con mandatarios desde Washington y Jefferson, pasando por Lincoln, hasta Eisenhower y Kennedy. Todos, sean conservadores, liberales, republicanos o demócratas, exhibieron y contribuyeron a concretar esas características de lealtad, cuidado, impaciencia y violencia.
Por eso, de Obama no son ni sorprendentes ni engañosos hechos como las deportaciones masivas de centroamericanos o el castigo descomunal a Chelsea Manning (y su posterior indulto), puestos por la misma mano que afirmó el apoyo a la Cicig y la aprobación de leyes para garantizar los derechos civiles de las personas gays o la reforma del financiamiento de la salud. Acaso su problema fue ser demasiado tradicionalmente estadounidense: no fue sino el buen lobo que cuida de la jauría.
Y es aquí donde el contraste con Trump se hace tan aleccionador. Porque, si Obama no era lobo con piel de oveja, sino simplemente lobo ejemplar, Trump es otra cosa completamente. Trump es el cazador camuflado y con la mano en el frío del rifle al que le importa poco que los lobatos estén bien o que se persiga a las ovejas. Él lo que quiere es llevarse una piel de lobo y hará lo necesario para conseguirla. Así implique ganarse la confianza de la jauría para acercarse lo suficiente o comprar un rifle más potente, del que no pueda escapar el lobo. Para él, las ovejas —todo lo que no es Estados Unidos— son puramente incidentales. Igual quitará un borreguito a su madre para usarlo como cebo o las ahuyentará avisándoles del lobo si con eso consigue una buena línea de tiro.
Entendamos entonces: pensar que con Trump se puede tratar porque hace lo que dice es ingenuidad. Es no reconocer lo que siempre han sido los Estados Unidos y que hoy se ve amenazado. Para Trump todo se vale, pues su intención no tiene nada que ver con la jauría y su bien. Esto es lo que lo hace tan distinto, tan poco de fiar, tan peligroso.