Clase media, escalera o palo ensebado

Es la educación universal de calidad la mejor forma de desvincular el destino de los hijos, de la situación de sus padres.

El Banco Mundial recién presentó su informe “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina”.

El estudio es alentador y coincide con otros. En la década de 2000, cincuenta millones de latinoamericanos entraron a la clase media, que creció en un 50%. La pobreza bajó, de más de 40% en 2000, a menos de 30% en 2010. El informe resulta urgente porque Guatemala, aunque muestra progreso, está a la cola del cambio, aún debatimos sin éxito el modelo de desarrollo, y arriesgamos malbaratar los recursos que podrían financiar la mejora.

En el reporte, clase media son quienes ganan entre US$10 y US$50 por persona por día#, que para una familia de 4 miembros es entre US$14,600 y US$73,000 al año. Esto hoy significa casi 30% de los latinoamericanos, pero en Guatemala no llega al 17%.

Los investigadores agregan una cuarta clase social a las tres tradicionales. Incluyen como población vulnerable a quienes han salido de la pobreza, pero no terminan de afianzarse en la clase media y corren riesgo de deteriorarse ante cualquier crisis. Su ingreso está entre US$4 (la frontera superior de la pobreza) y US$10 por persona por día, que es el punto donde se enfrenta un 10% de riesgo de perder ingreso por la precariedad de los recursos.

Una primera movilidad es intergeneracional, que se refiere al movimiento del individuo con respecto a sus padres. Latinoamérica muestra ser más rígida que otras regiones, pues la situación de los padres determina mucho del destino de los hijos. Sin embargo, hay diferencias en la región. La probabilidad de que una chilena curse 12 años de estudios prácticamente no se relaciona con el alfabetismo de sus padres; un guatemalteco cuyos padres tengan educación universitaria tiene casi 100% de probabilidad de completar la secundaria, pero si son analfabetas, esa probabilidad baja a 60%. En otras palabras, es la educación universal de calidad la mejor forma de desvincular el destino de los hijos, de la situación de sus padres.

Una segunda forma de entender la movilidad es intrageneracional, que es el cambio durante la vida de una persona. En Chile, Costa Rica, Brasil y Colombia, entre 50% y 60% de la gente ascendió de clase. En nuestra patria la proporción estuvo en un escaso 10%.

El estudio explica mucho de esa movilidad intrageneracional por el crecimiento de las economías. El ingreso familiar creció al haber más empleo y mejores salarios. Sin embargo, un tercio de la mejora, especialmente para salir de la pobreza, fue por políticas redistribuitivas que redujeron la desigualdad. Para la clase media el aseguramiento social evita el deterioro, y continúa siendo un problema en la región por su baja cobertura. Con respecto a los pobres, se destacan por eficaces las transferencias condicionadas en efectivo: en México explican un 18% de reducción de la desigualdad, en Brasil un 20%. Para que se grabe: más allá de la falta de crecimiento económico, es la inequidad la mayor rémora para la movilidad social. Programas como el malhadado “Mi Familia Progresa” son eficaces reductores de desigualdad entre los pobres.

Los autores encuentran que la probabilidad de haber ingresado a la clase media en la década descrita aumentó al tener menos hijos, una cabeza de hogar con más años de edad y al menos alguna educación secundaria, y vivir en un entorno urbano o haber migrado a una ciudad. Aunque estas correlaciones no implican causalidad, son claras las apuestas para mejorar.

El estudio encuentra poca evidencia para asumir que la clase media tenga especiales méritos con respecto a la democracia y el mercado. De pobres para arriba, lo que diferencia la situación económica no son principios éticos, sino la conveniencia. Así, la clase media se desentiende del interés social cuando carece de un contrato social creíble, en que perciba que sus sacrificios se traducirán en mejores oportunidades, y cuando ve que el sistema siempre beneficia al mismo grupo.

De nuevo, la lección es obvia. No perdamos tiempo exhortando al ejercicio de dudosos “valores”, o haciendo distinciones sin fundamento entre esforzados e indolentes. Lo que urge es un contrato social creíble y políticas de eficacia probada, en que los pobres vean salidas a su pobreza, las clases vulnerable y media puedan afianzar sus logros, y la élite reconozca que ceder en sus ventajas históricas e invertir en redistribución traerá beneficios más allá del simple crecimiento económico y redundará en riqueza, productividad y paz social.

El resumen ejecutivo (en español) está disponible aquí.

El informe completo (en inglés) está disponible aquí.

Original en Plaza Pública

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