Category: Plaza Pública

  • No es solo el dinero, es el ejemplo

    Servir a la patria no es sólo vestir de verde para matar gente en una guerra, sino también pagar impuestos.
    Seamos francos: los líderes gubernamentales, políticos y empresariales en Guatemala sufren, desde hace décadas, de una grave, profunda y persistente cobardía fiscal.

    Cobardía fiscal entre políticos, que se apuran a ofrecer en campaña que no aumentarán impuestos, porque temen que sus financistas les retiren el beneplácito y los fondos de campaña.

    Cobardía fiscal entre líderes gubernamentales, quienes no se animan a reconocer que está bien negociar el cómo, pero no abandonar el qué: ingresos suficientes mediante impuestos progresivos, equitativos y sin excepciones. Tibiamente se deterioran en ofrecer un gasto público insostenible a sindicatos y grupos sociales, mientras ceden con una cúpula empresarial retrechera, que nunca va a decir que sí.

    Finalmente, cobardía fiscal entre líderes empresariales, que sacan a bailar cualquier excusa (pues no son razones), para resistir el alza al impuesto a sus rentas: que la economía mundial, que la productividad, que la competitividad, que las inversiones internacionales. Pongamos esto en perspectiva. Según la Encuesta de Condiciones de Vida, ya en 2006 el 5% más rico de familias de este país recibía en promedio más de Q300,000 al año por familia. Esto es Q25,000 al mes. Seguramente los empresarios líderes están bastante más arriba. ¿Me van a decir que temen al 10% de impuesto sobre la renta a las utilidades que reciben de sus empresas, aunque con ello pueda mandarse a todos los patojos a la escuela, contratar policías como la gente, ampliar la cobertura de salud para todos o tener empleados públicos de carrera? Vergüenza les debería dar.

    Amiga lectora, amigo lector: si su apellido es uno del puñado que en estas tierras de prejuicio marca cuna, plata, destino y hasta ideología, demuestre que me equivoco, y que su patriotismo incluye la valentía de sacrificarse para que otros mejoren. Si teme que sus contribuciones se usen mal, pues ya tiene la siguiente tarea: exigir eficiencia y transparencia a nuestros gobernantes. Pero no me venga con excusas.

    Si es joven, pregúntele a sus padres si acaso no vale la pena recibir como legado una patria fuerte, antes que más plata. De todas formas, ¿a quién tratamos de engañar? Usted no se va a quedar en la calle.

    Ahora que ha terminado el mes de independencia, teniendo plata o sin ella, reconozcamos que servir a la patria no es solo votar un día, vestir de verde para matar gente en una guerra, o ser “motor de la economía”, sino también trabajar en la administración pública, y pagar impuestos. Sé por experiencia que en tierras de impuestos altos y espíritu público, la gente no se mata por pagar tributos ¡pero tampoco se muere por haberlos pagado!, y disfruta de los beneficios que ello produce: seguridad pública, certeza jurídica, salud y educación, apoyo a las nuevas empresas y tantos otros que puede organizar un Estado que no sobrevive en la miseria.

    En el 2012, con un nuevo gobierno, es probable que volvamos a presenciar el pulso tantas veces repetido entre el Cacif y el resto de la sociedad por los impuestos (y no se engañe, no es con el gobierno ese pulso, es con el resto de la sociedad). Entonces, empresario, estudiante, religiosa o político por igual: dé su ejemplo, aún antes que su dinero. Insista en que el Ejecutivo –del color que sea– y el Congreso, aprueben la reforma fiscal ya largamente postergada, y que un puñado de gente poderosa pero timorata no vuelva a negar al país el futuro que tanta falta le hace. Demuestre públicamente que usted no es un cobarde fiscal, que usted no es un cobarde. Exija que otros tampoco lo sean.

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  • Una tarea aburrida, pero urgente

    El Estado se achicó vendiendo activos, pero se quedó pequeño al no tener gente para operarlo.
    ¡Salimos de la primera vuelta! Viene ahora la fase simple y sucia, donde apenas dos cosas importan: desacreditar al contrincante y llevar más electores a las urnas, por las buenas o por las malas. Los estrategas de campaña y los medios nos mantendrán lamentablemente al tanto del progreso en ese grosero deporte.

    A la vez, comienzan a ser más importantes algunas tareas que ni a leguas son materia de campaña, pero que serán fundamentales en los cuatro años de gobierno. Son cosas que deben suceder en el primer año, sin han de suceder. Son cosas esenciales para el nuevo mandatario, si quiere gobernar con éxito, y esenciales para usted y para mí, si queremos servicios públicos menos que pésimos.

    Una de estas tareas poco vistosas es la reforma del servicio civil. Aunque se concreta en la Ley de Servicio Civil, esta es apenas la codificación de una visión más amplia sobre lo que significa ser empleado público. Aunque algunos han pedido ya una reforma amplia del Estado, en un contexto político tan fragmentado como el actual y con una deslegitimación tan amplia de lo público entre la ciudadanía, ese es un camino muy difícil. Una reforma menos ambiciosa podría enfocarse en el consenso por el servicio civil y conseguir mucho de lo mismo.

    El tema no es simplemente de escalafones y años para retirarse. La pregunta a resolver es más bien acerca de quiénes son administradores públicos y cómo desempeñan su función. De forma perversa, Álvaro Arzú reconoció esto cuando fue presidente. Más allá de su programa de privatización, que sirvió para generar dinero (público y privado, valga decir), la clave estuvo en la reducción de personal, en la “gerencialización” del funcionariado alto y en la ampliación de la contratación de servicios de consultoría, ya de forma directa o con apoyo de la cooperación internacional.[1] Mientras la privatización dio el timonazo al quehacer del Estado, fueron estos procesos de reforma solapada del servicio civil que hicieron permanente el cambio de dirección: el Estado se achicó vendiendo activos, pero se quedó pequeño al no tener gente para operarlo.

    Enfrentaremos entonces (léase, enfrentará el nuevo presidente), la necesidad de determinar qué tipo de servicio público se quiere. La pregunta no es el distractor “Estado grande versus Estado chico”. Con la baja disponibilidad de recursos, esa pregunta ya ha sido contestada por los hechos, al menos para el futuro previsible. Más bien el reto es el de la capacidad. Contra los prejuicios tan difundidos, hay que reconocer que en la administración pública hay extraordinarios profesionales de carrera. Con los precarios recursos que les dejan la tacañería fiscal y la corrupción, hacen milagros para operar sistemas de educación, salud, energía, carreteras, financiamiento, información, distribución y servicios que por su escala y en esa escasez tendrían de rodillas a muchos gerentes de empresa privada. El reto más bien es de promedios y extremos: mejorar la calidad de todos los empleados públicos, y reducir la diferencia entre los peores y los mejores, de forma que en promedio toda la administración pública sea más competente.

    Esa mejora exige muchas cosas, pero hay algunas obvias. Así se trate de una administración pública compacta o de una más amplia, igual urge enseñar a los jóvenes que el servicio público es precisamente eso: servicio. Hablemos del empleo público como un honor y una oportunidad para un profesional joven, no como un “peor es nada” para fracasados; y reconozcamos como valor cuando el currículum de una persona incluya el servicio público. Además, necesitamos formar funcionarios de carrera. Gerencia pública no es igual a gerencia privada. Desde que el mismo Arzú evisceró al Instituto Nacional de Administración Pública (Inap), ni sus sucesores ni las universidades del país han podido producir profesionales con conocimiento y visión de sector público en el número y calidad necesarios. Los bajos salarios quedan, por supuesto, como un reto. Pero créame, puede más el reconocimiento y la oportunidad de hacer algo bueno, que un gran salario, para atraer y retener a la mejor gente joven.

    Todo esto, lamentablemente, choca con el incentivo maldito que tienen los partidos para colocar a rajatabla a sus cuadros en los puestos públicos: con primos como maestros, cuñados como jefes de área de salud y activistas como promotores rurales se puede repartir botín y capturar mordidas. Pero no se puede hacer gobierno. Siempre importa la persuasión política, pues no es lo mismo un gobierno conservador que uno socialista. Pero en Guatemala hace rato que los partidos enterraron la ideología, y con un funcionariado competente sufrimos menos los ciudadanos.

    Hoy los guatemaltecos vemos ante nosotros dos candidatos bastante menos que ideales. No sé qué pensará el segundo, pero del puntero puedo aventurar que no hace falta explicarle el valor del funcionariado de carrera. Un ejército de primos, cuñados y activistas no llegaría muy lejos en la batalla. A ver si este por experiencia, o el otro por copia, reconocen la necesidad de contar con empleados públicos de carrera, y hacen algo al respecto, y durante su primer año de gobierno. Por supuesto, un ejército disciplinado puede robar todo junto, pero crucemos ese puente cuando lleguemos a él.

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    [1] En apego a la verdad, debo señalar que algo del mejor trabajo de consultoría que tuve oportunidad de hacer se dio gracias a la ola que generaron esas decisiones. Muestra de primera mano, para quienes tratan de decirnos lo contrario, que el Estado es un agente empoderador del sector privado, no su enemigo.

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  • Jugada cantada

    Los retos serán los mismos, no importa qué haya ofrecido el presidente electo en campaña.
    Siempre es posible una explicación más sofisticada y una proyección más ingeniosa, para entender cómo variará la correlación de fuerzas con el cambio de gobierno. El que ayer estaba arriba, hoy está afuera. El que estaba fuera, hoy tiene poder, y comienza a perderlo desde el 14 de enero. Sin embargo, quiero poner atención en las cosas que no cambian. Aquellas que, cuando se haya contado la última papeleta, seguirán allí, no importa quién gane.

    La primera, por obvia y urgente, es la necesidad de cambio profundo en el sistema de partidos políticos. La falta de propuestas de campaña no es simplemente seña de que no se tengan. Más bien, es seña de que no se necesitan. El candidato con el crecimiento más acelerado en intención de voto centró de forma deliberada su estrategia en hacer ofertas descomunales, absurdas, ¡y le funcionó! Un sistema donde el absurdo genera votos está urgido de reforma.

    La segunda es el descuadre entre ingresos y egresos del estado, y entre estos y las necesidades sociales. No importa si el ganador es un conservador fiscal radical, o un convencido del estado de bienestar, cuando se siente en la silla presidencial encontará que no tiene la plata para hacer lo que le piden, y que todo el dinero que pueda captar de los ciudadanos y de la cooperación internacional no le alcanzará para cubrir sus compromisos. Terrible dilema: pelearse con el Cacif por más dinero, o con la sociedad por menos servicios.

    La tercera es la profunda, penosa debilidad de la administración pública. Aun con la mejor propuesta electoral y todo el dinero necesario, faltan los maestros excelentes para enseñar a todos los niños y niñas a leer en los primeros dos años de la escuela. No existe la infraestructura para servir con hospitales, centros y puestos de salud a todas las guatemaltecas y sus hijos. Son pocos los funcionarios calificados y cuesta retenerlos con malos salarios.

    La cuarta es la falta de alcance efectivo del estado. Desde los contrabandistas de poca monta hasta los narcotraficantes, todos entran y salen del territorio nacional sin cortapisas. Las leyes, cuando al fin las aprueba el Congreso, se quedan en palabras vacías al no poder implementarse. Peor aún, los ciudadanos no creemos en el estado. Nos resistimos a pagar impuestos, estamos convencidos que el empleo público es para perdedores, que “político” y “ladrón” son sinónimos. Creemos en la Guatemala emblemática, de tamales y símbolos patrios, pero no en la real, de pobreza y desigualdad, a la que le urge el cambio.

    Entonces, los retos serán los mismos, no importa qué haya ofrecido el presidente electo en campaña. Proponer leyes que cambien al mismo sistema que lo llevaron al poder. Reducir el desperdicio y aumentar la eficacia de la administración pública. Olvidarse de los financistas de campaña y recordar a los ciudadanos más débiles. Convencer a los guatemaltecos – a todos – que necesitamos un estado fuerte si queremos un estado útil, y demostrarlo. ¿Tendrá la valentía necesaria el ganador?

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  • Resentidos

    ¿Cree usted estar en la vanguardia? Examine su lenguaje, pues somos lo que decimos.
    Hace unos días leí un comentario acerca de la salida de Sandra Torres de la contienda electoral. El autor usaba el término “resentidos” para referirse a las personas que apoyaron a dicha candidata desde la (¿supuesta?) izquierda.

    Me llamó la atención, pues hacía ratos que no veía esa palabra. Casualmente en esos días me topé también con un reciente invento de la gente de Google llamado Ngrams. Producto maravilloso para perder el tiempo, permite buscar la frecuencia con que aparecen determinadas palabras o términos en la colección de libros en formato digital que ha amasado esa empresa en la Internet. A estas alturas cuentan ellos con publicaciones que van desde el siglo XVI hasta la fecha, sumando un total de más de 500 mil millones de palabras en varios idiomas.

    Para mí no pudo venir en mejor momento el hallazgo, pues unas cuantas búsquedas en su base de datos del español me dejaron examinar si el anacronismo político del término “resentido” era real, o apenas un prejuicio mío. De paso, busqué otros términos de la jerga política nacional, y aquí le cuento lo que encontré. En primera instancia, hay algunas palabras que hoy pueden ser compradas en baratillo:

    1. El término “yanki” comienza a subir en los libros de nuestra lengua en la primera mitad del siglo XX, pero es a partir de la década de los cincuenta que se hace más marcada su presencia. Hace pico en la década de los ochenta, y luego cae de forma precipitada.
    2. La palabra “comunista” comienza a subir en los cincuenta, hace pico en los sesenta, con caídas abruptas luego de esa década y en los años noventa.
    3. “Imperialista” es otra palabra que crece con el siglo XX, hasta su apogeo en la década de los ochenta. Luego cae de forma marcada. Igual se porta la palabra “proletario” (que tuvo un pico también en las décadas de los veinte y treinta del siglo pasado).
    4. “Resentido”, la palabrita que dio inicio a mis búsquedas, subió en los cincuenta y tuvo su mejor momento en los sesenta, estando en descenso desde entonces. Así que tenía yo razón en mi intuición sobre su pérdida de vigencia.

    Por otra parte hay palabras que, si fueran acciones de empresa, hoy querríamos comprar.

    1. “Reforma” es una sólida inversión verbal. Luego de un pico en los tiempos de independencia, allá por 1820, ha estado presente durante ya casi dos siglos, y ha crecido de forma persistente luego de una caída en la década de los cincuenta.
    2. “Desigualdad” se ha portado de forma similar. Fue muy popular en tiempos de independencia, y desde 1960 ha estado en franco incremento.
    3. “Autonomía” arranca en 1850, y no ha parado de crecer. Su presencia en el español se dispara luego de 1960. Algo similar pasa con el término “indígena”. Alrededor de 1980 se acelera aún más su popularidad.
    4. “Pobreza” ha estado presente desde inicios del Siglo XIX, pero aumenta de forma marcada a partir del final de la década de los ochenta.
    5. “Inequidad” prácticamente no existía antes de 1960. Desde entonces no ha dejado de aumentar en nuestro léxico.

    Es evidente que las palabras reflejan los tiempos. Las independencias en Latinoamérica en las primeras décadas del siglo XIX, el surgimiento de los Estados Unidos como potencia mundial a principios del siglo XX, las luchas de los grandes sindicatos industriales en las décadas de los veinte y treinta, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, los movimientos revolucionarios en nuestra región y la caída del muro de Berlín, todos son hechos que han dejado su impronta en nuestro lenguaje.

    A la vez, la historia sigue y el lenguaje avanza con ella. La pregunta, por supuesto, es si nosotros caminamos al mismo paso, o nos quedamos estancados. Ya Francisco Pérez de Antón en suChapinismos del Quijote destaca que Guatemala parece existir en una arruga en el tiempo, donde la relativa marginalidad y el conservadurismo hacen de uso común vocablos que en otras latitudes se asocian al pasado lejano. Ello, sin embargo, no significa que debamos empecinarnos en el anacronismo.

    Este no es un asunto meramente de lenguaje. Si hemos de construir el futuro de esta patria, tendremos que pensar y, sobre todo, hablar su futuro. ¿Cree usted estar en la vanguardia? Examine su lenguaje, pues somos lo que decimos. No importa si es de derecha o de izquierda, pero si sigue hablando de resentidos o yankis, comunistas o proletarios, quizá sea hora de ponerse al día. El riesgo no es ser como los dinosaurios: seres majestuosos que reinaron sobre la tierra y luego desaparecieron para siempre. Más bien, el problema es ser como el celacanto, “fósiles vivientes”, bichos raros que sobreviven tan sólo en un reducto peculiar y que no avanzan, pero tampoco dejan avanzar.

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  • Reglas simples

    Las ovejas también siguen reglas simples, y los pastores hacen buen uso de ello.
    Seguramente, habrá visto volar una bandada de pájaros. La fluidez con que se desplaza y cambia de dirección un conjunto numeroso de aves, hace pensar en una danza coordinada.

    Quizá se haya preguntado quién es el coreógrafo: ¿en qué momento el ave mayor da la orden de giro? Lo sorprendente del asunto es que nadie da la orden. No hay jefe, sólo seguidores.

    Hace 25 años Craig Reynolds, un especialista en imágenes digitales para el cine, se interesó en simular el comportamiento de de las aves en el computador. Esto resultaba muy atractivo para el séptimo arte, pues es difícil hacer películas que involucren aves de verdad. A diferencia de un caballo o un perro amaestrados, las aves tienen la mala costumbre de no hacer caso. Una bandada digital que se comportara según la voluntad del director podía resultar muy conveniente. El reto era hacerlo de forma que pareciera natural. Al programar aves que obedecen órdenes directas se consigue un ejército de robots emplumados, pero no el dinámico movimiento del vuelo.

    La salida resultó más sencilla de lo esperado. En vez de dar a cada individuo instrucciones detalladas sobre cada giro, ascenso o descenso, bastó con dar a todos tres reglas sencillas: “no te choques con tus vecinos”, “quédate cerca de tus vecinos” y “sigue la dirección de tus vecinos más cercanos”. El resultado fue un comportamiento indistinguible del natural. Cualquiera que haya visto Parque Jurásico lo ha experimentado de primera mano: bandadas de dinosaurios que corren, saltan o vuelan con naturalidad.

    La discusión viene al caso porque, aunque parezca sorprendente, los humanos nos portamos de forma similar. Baste con pensar en el caso de una “ola” en un estadio. Nadie se para a media gramilla a gritar, “¡okey, a la cuenta de tres, la fila cinco, levanten sus brazos!”. Más allá del inicio, basta con que todos sigan una única y sencilla indicación interna: “Levanta tus brazos cuando veas que tu vecino de la izquierda lo hace”. La conducta social masiva, propia de un gigantesco organismo-estadio, surge sin liderazgo, producto de una simple instrucción inserta en cada individuo.

    Comprender la naturaleza extraordinaria de los procesos que emergen de reglas simples es más importante de lo que parece. Muchas veces son tales reglas simples las que sostienen y reproducen el orden social. Basta pensar en el bíblico “honrarás a tu padre y a tu madre”: al convertirse en la regla simple de “hacele caso a tu tata en todo” garantiza la reproducción, tanto de lo bueno como de lo malo. Aunque podamos imaginar un padre que dé a sus hijos instrucciones para ser distintos, lo usual es esperar que les instruya en cosas a la medida de lo que él mismo conoce. El resultado: la siguiente generación es poco distinta de la anterior.

    No es sino cuando se disemina extensamente una instrucción diferente que cambia el conjunto de la sociedad. En la década de 1960 la regla simple de “haz el amor, no la guerra”, desempeñó este papel. Como en las aves, el resultado fue espectacular, orgánico y fluido.

    Este fenómeno también sirve para explicar la relativa ineficacia de medidas “demasiado pensadas”: a la larga, la planificación centralizada que practicó el socialismo soviético, donde cada movimiento de la economía debía preverse con anticipación, no pudo competir con el fluido mercado que parte de una regla muy simple y que siguen todos sus actores: “compra barato y vende caro”.

    Las ovejas también siguen reglas simples, y los pastores hacen buen uso de ello. Cada una busca evitar el borde de la manada (donde ancestralmente podría ser tomada por un lobo), de modo que basta un par de perros ovejeros para conducir a todo un hato hacia el corral. En esta patria hay una regla simple que de forma similar ha fungido como persistente organizadora de la sociedad. El “no a los impuestos”, que encierra un más insidioso “sálvate como puedas”, programado en las cabezas de muchos por décadas de prensa, boicot y pobreza, no requiere de instrucciones específicas para surtir efecto, menos aún de líderes visibles para conducir a la sociedad entera y de forma fluida por un cauce de conservadurismo marcado. Cuando una regla simple como esta se ha extendido suficientemente, ya no hacen falta teorías conspirativas para entender la conducta social.

    Para aquellos que buscamos el cambio, la implicación es crítica. No basta el plan perfecto y la estrategia detallada. Más allá de la urgencia, lo que se necesita es la descolonización de la mente de muchos respecto de las “reglas simples” que definen desde dentro las pulsiones que seguimos como guatemaltecos: “mula el que no aprovecha”, “de esta salgo yo solito”, son apenas ejemplos. Más aún, requiere su sustitución por otras reglas, igual de simples pero mejor encauzadas: “toma turno”, “todos somos dignos”, “no te quedes callada”. ¿Cómo se hace esto? La respuesta obvia, pero de largo plazo, es la educación. En el corto y mediano plazos debemos buscar también otras formas. Así que le dejo un encargo: piense cómo usted puede comenzar a cambiar las reglas simples heredadas de tres décadas de guerra, y que nos han servido tan mal hasta aquí.

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  • Los trabajos de doña Sandra: lo que podemos aprender

    El recambio ordenado y en estricto apego a la ley es la opción más barata y eficaz para llegar al poder
    En las últimas semanas la carrera política de Sandra Torres se ha tornado bastante más complicada de lo que ella y sus colaboradores esperaban.

    Hasta aquí el camino había sido difícil, pero exitoso. Años de preparación como operadora política llegaron a fruición con la elección de Álvaro Colom a la Presidencia de la República, hace ya casi cuatro años (¡qué rápido se le han pasado!). El triunfo abrió la puerta de los recursos y el poder. Diseñar y comandar el programa de Mi Familia Progresa desde la tercera puerta de la Casa Presidencial significó beneficiar a miles de familias, y tocar sus voluntades de una forma sostenida.

    No debe sorprender que este eficaz programa se tornara en plataforma para buscar, sin solución de continuidad, la primera magistratura. Pasar de “primera dama” a “mera, mera dama” sería un canto de sirena difícil de resistir para cualquiera, más aún si se tiene ambición política y capacidad gerencial, como Torres. Sin embargo, la arrogancia voluntarista es mala consejera, y el afán por llegar a presidenta este año, sí o sí, se le está agriando cada vez más. Más allá de las descalificaciones del Registrador de Ciudadanos, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de Constitucionalidad, las encuestas sugieren que las percepciones de la ciudadanía sobre ella también se están deteriorando (no sin ayuda de la prensa, hay que agregar).

    Lo increíble es que aquí no hay nada nuevo. Dos veces ya el famoso artículo 186 hizo tropezar al general Ríos Montt, al punto de ver menguada su considerable y paradójica popularidad. Álvaro Arzú y Vinicio Cerezo, que en su momento escasamente ocultaron sus aspiraciones a la reelección, fueron más cautos y desistieron antes de toparse con la doble barrera de la ley y los ciudadanos. Ahora se suma Harold Caballeros a la lista de caídos.

    Sandra Torres no pudo esperar cuatro años muy cortos, y lanzarse en 2015 como Dios manda, a pesar de no tener sino un impedimento temporal. La razón es obvia: bajo las reglas actuales del cortoplacismo político, la mejor apuesta es poner todos los huevos en el canasto del continuismo, porque los partidos no sobreviven luego de hacer gobierno.

    ¿Será que los políticos guatemaltecos son incapaces de aprender? No quiero creer que son obtusos, sino que actúan por conveniencia. Sin embargo, por facilitar la tarea, pongo la lección en blanco y negro: a la larga, el recambio ordenado y en estricto apego a la ley es la opción más barata y eficaz para llegar al poder. La objeción podrá venir inmediata: eso tal vez valga para latitudes más civilizadas. Aquí, donde resolvemos las cosas a tiros, no se aplica.

    Sin embargo, más veces que no, se engaña quien crea que en otros países las instituciones democráticas fueron construidas por mansas palomas y gente de bien. La Carta Magna, pilar constitucional británico y temprano atisbo del reclamo por los derechos humanos en el mundo occidental, no fue negociada por almas blancas. Cuando Juan sin Tierra y sus barones se sentaron en 1215 a negociar ese tratado ya tenían —todos— las manos manchadas de sangre y la intención clara de aniquilarse mutuamente, si se presentaba la ocasión. Y la historia sigue.

    Las democracias europeas, desde la anárquica Italia hasta la metódica Alemania, prácticamente sin excepción son producto del equilibro entre enemigos mortales, más que un acuerdo racional entre amigos. Si los europeos, en sus diversas y belicosas manifestaciones, decidieron tomar el camino del respeto a la ley y las instituciones fue porque resulta, incluso en el corto plazo, mucho más rentable vivir bajo un sistema predecible que sobrevivir bajo la ley del más fuerte. Igual de rentable para los contrincantes resultaron el fin de la era colonial, y el de la Guerra Fría.

    Quizá Guatemala, en medio de sus muchas tribulaciones, esté llegando al punto donde hasta el político más lerdo pueda reconocer que la mejor opción es jugar según las reglas y afanarse por ganar sin tener que arrebatar. Esto no debiera sorprender. Ya hace bastantes años que Robert Axelrod descubrió que al jugar repetidas veces el juego del “dilema del prisionero”  —al que se parece tanto la política entre contrincantes tramposos— se puede ganar la guerra incluso sin ganar una sola batalla.

    Si doña Sandra hubiera reconocido hace cuatro años lo tortuoso del camino en estas elecciones, acaso hubiera invertido sus esfuerzos en desarrollar un lugarteniente para estas elecciones, con vistas a correr para la presidencia en otros cuatro años. Aunque no hubiera ganado su ad latere, se habría ahorrado los sobresaltos. Influir en la política pública por varios períodos consecutivos, dejar más líderes en el país y fortalecer las instituciones, quizá valdría más que salirse con las suyas de inmediato.

    Así que tal vez, cuando se haya despejado el polvo de las elecciones, se puedan sentar juntas gente como Sandra Torres, Zury Ríos y Nineth Montenegro. Las tres han sido despechadas por un sistema político inmediatista, construido por hombres cavernarios. No tienen que quererse mutuamente, y tampoco simplemente promover la derogatoria de las prohibiciones del artículo 186 de la Constitución. Basta con que quieran tramar un mejor sistema político, y reconocer que jugar dentro de las reglas es una mejor forma de hacer patria, y también de salirse con las suyas.

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  • No vaya a ser que mejoremos

    Pareciera que en mi patria tenemos un agudísimo sentido de la mejora: apenas detectamos algo que puede servir, nos apuramos a destruirlo.
    Acción Ciudadana acaba de publicar un estudio acerca del programa de Transferencias Condicionadas en Efectivo, mejor conocido como “Mi Familia Progresa” (Mifapro).

    La enorme trayectoria de esa institución en materia de rendición de cuentas y transparencia hace indispensable escucharla con atención. Igualmente, la participación de un equipo de investigadores con la credibilidad de Ronalth Ochaeta a la cabeza da confianza que la metodología se siguió con cuidado y que los resultados se han descrito escrupulosamente. Por sus hallazgos, y otros que hemos visto a lo largo de los años que tiene de operación Mifapro, podemos afirmar que este programa tiene problemas. Problemas graves de falta de diseño (al faltar una línea de base creíble), de transparencia, de arbitrariedad en la gestión, de irresponsabilidad fiscal por el lado de los ingresos y de irresponsabilidad institucional en las distorsiones que ha causado sobre los ministerios de línea, en particular el de Educación. Todos son problemas críticos, que deben ser solventados. Las recomendaciones de Ochaeta y sus colaboradores son igualmente encomiables. Sí, la implementación del programa requiere rediseño y mejora: desde la selección de los beneficiarios, hasta el escalonamiento de los beneficios en función de las características de los hogares y beneficiaros específicos.

    Sin embargo, igualmente en serio debemos tomar las precauciones de los investigadores. De estas se destaca que los resultados se refieren a un departamento, y no pueden ni deben generalizarse. Además de las que señalan los propios autores, hay al menos dos limitaciones importantes que yo quiero remarcar. La primera, es el supuesto de que los recursos destinados a los beneficiarios (entre Q150 y Q300) buscan cerrar la brecha entre la condición de pobre y no-pobre. Este es un supuesto impreciso, pues en programas como ese el pago busca únicamente cubrir el costo de oportunidad que se incurre con enviar a los hijos a la escuela o al servicio de salud. En otras palabras, quien diseña una política de transferencias condicionadas no se pregunta “¿cuánto dinero tengo que dar a una familia para sacarla de pobre?”, sino “¿cuánto es lo menos que tengo que pagar para que las familias prefieran enviar a los chicos a la escuela, en vez de ponerlos a trabajar en la milpa?” El efecto consumo —el incremento en el consumo debido al dinero que entra a la economía local por vía de las transferencias— no es sino turrón del pastel.

    La segunda limitación es el supuesto francamente erróneo de que las transferencias en efectivo puedan mejorar la calidad educativa. Hace rato ya que Fernando Reimers, de la universidad de Harvard, cuestionó esa atribución, y con razón: para mejorar la calidad educativa hay que tener mejores maestros, mejores textos, mejor currículum, más evaluación, no simplemente más dinero en casa. Es casi de perogrullo. Entonces, no pidamos peras al olmo. Ya desde temprano en el diseño de Mifapro un investigador internacional dio la voz de alarma: si los servicios de salud y educación no se mejoran a la par de la entrega de las transferencias, por supuesto que no habrá mejor calidad en la educación y la salud. Por ello es tan grave que la implementación desordenada de Mifapro haya distorsionado —con la connivencia de sus autoridades— a los ministerios de línea. Sin embargo, no puede atribuirse la falta de mejora en la calidad al programa en sí mismo. Esto es un error lógico y metodológico.

    ¿Qué importancia tiene todo esto? Pues que ahora que la estrella de Sandra Torres parece ir en franco descenso, todos se apuran a destruir su logro más importante. Bien lo recoge el refrán popular: del árbol caído, todos hacen leña. Apenas Acción Ciudadana publica sus resultados y con estrépito los medios  —algunos más que otros, ciertamente— se apuran a decir que Mifapro ha sido un fracaso. Publican el titular dramático, y obvian siquiera el más mínimo análisis del estudio, no digamos de las condiciones que describe. Más allá de las reales torpezas políticas del actual régimen, la línea de ataque es clara, y vemos cobrar velocidad a un proceso largamente desarrollado y bien aceitado. Tras años de minar la capacidad de ejecución del Estado por la vía fiscal, y de cuestionar las intenciones del actor político, cuando este admite que ya no puede más sin la plata, se le invita a cortar aquellas actividades que podrían servir de algo y cambiar la historia. Y de paso, se le fuerza la mano con evidencia seleccionada.

    El resultado neto: en vez de corregir y mejorar sobre lo que ya se ha caminado, se matan las iniciativas, una tras otra, sin madurar o, cuando dan señas de madurez, sin aprovechar el ciclo anterior para construir el siguiente. Como consecuencia, nunca aprendemos, y siempre, siempre estamos construyendo desde cero. La profecía se cumple a sí misma: el dinero gastado primero en montar una iniciativa completamente nueva, luego se gasta en desmontarla, para más tarde volver a gastarlo en montar otra iniciativa desde cero. Como una Penélope maldita, tejemos y destejemos, siempre quedándonos en la inversión inicial, en vez de poner la base, cometer errores, aprender de ellos y mejorar.

    Apenas hace tres años le pasó a Pronade, un programa exitosísimo que amplió el acceso a la educación a la población rural más pobre, pero que estaba llegando a los límites de su funcionalidad. En vez de revisar, corregir y mejorar, esta administración lo canceló de tajo sin decir “agua va”, como pago de apoyos políticos. Ahora la perversa historia se vuelve a repetir, solo que “buenos” y “malos” han cambiado de lado. Los hallazgos limitados de un estudio interesante, pero insuficiente, se tornan en sentencias de muerte institucional. Todos aplauden, excepto las beneficiarias —esas que nunca han recibido nada del estado y ahora lo tienen—, ahora que se tiene la oportunidad de darle su merecido a Torres: “¡crucifícale, crucifícale!” ¿Le suena conocido? “Me agrediste, así que ahora yo te agredo también”. Como se le atribuye a Ghandi: “Ojo por ojo, todo mundo terminará ciego.”

    Para que no todo sea diatriba, le dejo un par de sencillas lecciones: a) algo es mejor que nada, y b) aprender es equivocarse en la dirección correcta.

  • Noticias de un mundo posible

    Si los horrores de una patria capturada por indígenas le quita la paz, examine despacio la fuente de su racismo.
    Boda Sanjay-Arzú

    En la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias (Yurrita), el sábado 9 contrajeron matrimonio el ingeniero Samuel Sanjay y la licenciada Anaisabel Arzú Pirir. El ingeniero Sanjay es hijo de Yesenia Sanjay, conocida comerciante y expresidente del Cacif. La Lic. Arzú es hija de Mateo Arzú y la doctora Yennifer Pirir. El lector quizá recuerde que la doctora Pirir fue primera rectora de la Universidad Nacional del Altiplano.

    Fallece Isabel Ixcot Botrán

    Tras 72 años bien vividos, el sábado 9 falleció Isabel Ixcot Botrán. Le sobreviven su esposo, Santos Ayau Pérez, y sus hijos Joel, Yesenia y Marta.

    Redada en zona 18

    En instalaciones del complejo empresarial de la zona 18 fueron capturados cinco personas que se dedicaban a la estafa por Internet. El comisario a cargo, Otoniel Widmann, presentó la nómina de los capturados, siendo estos: Edson Aycinena, Masani Bahame, Wuilman Brown, Mónica Maegli y Francisca Xet.

    Alcalde inaugura programa de escuelas vocacionales

    El día de ayer en rueda de prensa, el alcalde del Distrito Central de Guatemala, Luis Ramiro Xicará, inauguró el nuevo programa de escuelas vocacionales municipales. Explicó Luisa Kim, secretaria de educación del Distrito Central, que las escuelas ofrecen, a todos los jóvenes del distrito comprendidos entre los 14 y los 18 años de edad, una opción de formación técnica y profesional ligada a la industria y el comercio modernos.

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    Es increíble: lo usual se torna invisible a nuestros ojos. No es sino hasta que se hace el ejercicio de preguntarse qué pasaría si las cosas fueran distintas, que nos damos cuenta cuán imbricados están en nuestra mente los supuestos acerca de quién hace qué.

    Sorprende ver apellidos “criollos” asociados a nombres o apellidos indígenas. Igual destantea encontrar un apellido alemán en un funcionario público de baja categoría, pero me pregunto, ¿por qué no?

    ¿Por qué nunca vemos apellidos coreanos vinculados al quehacer nacional fuera de la actividad comercial? He de suponer que hay también ciudadanos guatemaltecos de origen coreano, aspirantes a la cosa pública, líderes potenciales que pueden y quieren aportar. Pero no los veo.

    En estos tiempos la participación de las mujeres en la política ha cobrado especial visibilidad. Sin embargo, salvo una excepción, quizá dos, no veo mujeres entre los más altos líderes empresariales.

    Tanto malos como buenos pueden salir de cualquier parte, tener cualquier nombre y cualquier apellido. Sin embargo, en una sociedad con poca movilidad social y con una economía que no ejerce atracción sobre los ciudadanos de otras tierras, es raro encontrar una mezcla de nombres que reflejen orígenes diversos. Vivimos en una parcela provincial, al margen de los grandes flujos globales. No lo reconocemos, aunque lo tenemos frente a nosotros.

    Si los ejemplos que le di le retan y le entusiasman, ponga manos a la obra. Procure todo aquello que haga de Guatemala un país de premisas distintas: donde el nombre o el apellido no pongan a los ciudadanos un sello de inclusión o exclusión aun antes de nacidos; un país que reconozca su diversidad, la recompense, y atraiga a otros todavía más diversos.

    Por el contrario, si la amenaza de una patria capturada por indígenas le quita la paz, si la noción de mezclar sangres le molesta, examine despacio la fuente de su racismo —sí, racismo— y procure tratarlo, o al menos controlarlo, para que sus hijos no lo aprendan.

    Original en Plaza Pública

  • Somos los marginales

    “Somos guatemaltecos. Aquí nacimos, aquí vivimos”.

    En ese espacio, ¿qué le dicen sus contactos, los “likes” de sus “likes” en el Facebook y la endogámica nubecilla de relaciones que pueblan la universidad, el correo electrónico, la oficina y la prensa? Que Eduardo Suger es el preferido de sus colegas, seguido de Manuel Baldizón.

    Sin embargo, hoy por hoy en las encuestas nacionales Otto Pérez Molina lleva la delantera. Sandra Torres le sigue. Atrás, muy atrás, vienen Eduardo Suger y Manuel Baldizón. Después de ellos, el diluvio.

    Así que reconózcalo: usted, los suyos, los contactos de sus contactos, y en la colada voy yo, no somos sino marginales en esta sociedad guatemalteca. La vida suya, sus experiencias, tienen poco que ver con la de la inmensa mayoría de chapines. Más aún, casi podría decirse que la suya no es vida de chapín.

    Pero no se sienta mal. Tener acceso a Internet, trabajo seguro, oportunidad de estudiar, leer un libro, jugar un videojuego, no son “aspiraciones burguesas” ni “privilegios”. Más bien son los artefactos de la vida civilizada de principios del siglo 21. Esa que se les niega con saña a tantos guatemaltecos.

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    En medio del duelo a garrotazos que llevan azucareros y campesinos en el Polochic, nos han hecho creer que las únicas opciones para la gente q’eqchi’ deben ser labrar una tierra pobre con tecnología precolombina, o la servidumbre como cortadores de caña en un ingenio. ¿Acaso los hijos e hijas del finado Antonio Beb Ac no tienen también derecho a ser ingenieros, poetas, inventores, periodistas, bailarinas o matemáticos?

    Si no lo ha visto aún, dele un vistazo al reportaje de Caracol Producciones sobre los desalojos en el valle del Polochic. Véalo un par de veces. No sólo por la narrativa de sus editores, sino porque tiene algunas interesantes lecciones sobre los guatemaltecos.

    Para ilustrar: en sus declaraciones a Caracol, Walter Widmann (Reportaje Desalojos en el Polochic – 1a parte, minuto 8:35) reclama como base para su derecho a trabajar las tierras del Polochic los años desde que sus antepasados vinieron de Alemania, un centenar quizá, y al sacrificio que les permitió amasar fortuna, aun frente a expropiaciones durante las dos guerras mundiales. Con el mismo argumento los campesinos pueden reclamar casi dos mil años de estirpe y presencia, y el sacrificio de 500 años de ocupación colonial, no digamos ya de labrar la tierra.

    Lamentablemente, el argumento es espurio, no importa para dónde se jale. Por Dios, con esas razones yo debiera tener derecho a ocupar los puertos. Al fin, mi madre vino de una ciudad lejana, donde los británicos construían barcos, que conectaban al imperio albión, ese donde no se ponía nunca el Sol, ¡y les aseguro que trabajó duro!

    La cosa va enteramente por otro lado. En el mismo reportaje, un anónimo líder de la Comunidad 8 de Agosto pone el dedo en la llaga: “Somos guatemaltecos. Aquí nacimos, aquí vivimos” (Reportaje Desalojos en el Polochic – 2a parte, minuto 4:44). Poco importa de dónde vinieron nuestros antepasados, qué hicieron. Los que importan somos los de hoy. Los que resuelven o arruinan somos nosotros. Los que nacimos y vivimos aquí, los guatemaltecos, somos usted y yo, el difunto Beb Ac, su esposa, el líder de la 8 de Agosto y Walter Widmann. Todos igualitos en derechos, aunque a unos se les niegue la oportunidad. Todos igualitos.

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    Si queremos construir Guatemala tendremos que entender esto todos y todas. De lo contrario, seguirá habiendo dos, tres, mil guatemalas, una para cada uno: la miserable para los pobres, la mediocre para los indiferentes, la útil para los ricos. De lo contrario, todos seguiremos siendo marginales de un Estado inexistente. Así que reconózcalo: todos sujetos de los mismos derechos, todos sujetos a la misma ley, todos contribuyendo al mismo poder. Eso sí, los que más tengan y no pongan más, ¡qué vergüenza les deberá dar!

    Original en Plaza Pública

  • Empatía: lo que siento por el otro

    El Widmann y el Beb podrán verse como distintos, pero apenas lo son.

    Es extraordinaria la empatía, esa capacidad que tenemos los humanos de descifrar los sentimientos y el afecto de otros con solo ver su conducta. Las sutiles señas que dan las facciones y la postura bastan para que evaluemos el estado de ánimo de una persona. Más aún, bastan para que entendamos lo que sienten, e incluso para que lo sintamos en nuestra propia carne. Un dejo apenas visible es suficiente para saber que la pareja ha pasado un mal día en el trabajo.

    Sin embargo, esta extraordinaria capacidad no es igual para todos ni en todo. Para algunos, el dolor simulado de un actor en el cine hace saltar las lágrimas. Otros, más duros, apenas se inmutan ante una expresión sentimental. Simon Baron-Cohen, psicopatólogo de la Universidad de Cambridge, ha estudiado el asunto extensamente, en especial entre aquellos que carecen de capacidad empática. Por una parte, señala, están los autistas: personas que, entre otros retos, manifiestan una incapacidad profunda para interpretar los sentimientos de otros. “Ceguera de la mente”, le ha llamado Baron-Cohen, por la dificultad que enfrentan para ver los sentimientos que a otros nos parecen tan evidentes.

    Más allá están los sociópatas, los asesinos en serie, los sádicos, que no solo no pueden leer los sentimientos de otros, sino que se benefician o, terriblemente, disfrutan de los “cero grados de empatía”. ¿Qué peculiar circunstancia les lleva a desentenderse de los sentimientos de sus víctimas? Al igual que entre los autistas, una buena cuota de tal insensibilidad parece tener una raíz biológica. Sin embargo, un hallazgo sorprendente es que la distancia emotiva también se construye.

    El personal de salud —médicos, enfermeras— aprende a vivir la distancia emotiva por razones profesionales. Tratar niños quemados o desnutridos sería angustioso, y quizá imposible, si quienes hacen clínica tuvieran que sentir en primera persona cada zarpazo del dolor de sus pacientes.

    Peor aún, la crueldad se vuelve posible cuando aprendemos a ver a los demás, no como sujetos, sino como objetos. “El otro” se torna en “lo otro.” Quienes aprenden la violencia en un ejército genocida no matan a sus amigos o a sus iguales. Matan a “otros”. A fuerza de oírlo y repetirlo, aprenden a ver a sus víctimas como inferiores, como objetos. El mensaje nazi de repudio a los judíos no era simple juego de palabras. Era poner la distancia necesaria, tornar la víctima en cosa, y así hacer psicológicamente posible su destrucción. Para ponerlo en un plano más cotidiano: solo puedo comer tranquilo el bistec si considero a la vaca como ser inferior, como cosa.

    Pues bien, en esta Guatemala de violencia y dolor, no es casual que la muerte de Rodrigo Rosenberg se tradujera por excepción en una marejada de playeras blancas en la ciudad capital. “Es uno de los nuestros”, podría haber sido el lema de las manifestaciones. Por identidad o por adscripción, los que se quejaban lo veían como propio.

    Mientras tanto, la foto con el cuerpo sangrante y sin vida de un Antonio Beb, primera víctima de los desalojos campesinos en el valle del Polochic habrá, si acaso, causado entre muchos la curiosidad pruriginosa de quien se acerca a ver un atropellado en la carretera: es un “otro”. No fuimos juntos a la escuela o el colegio privado (es poco probable que el campesino haya siquiera asistido a la escuela), vestimos distinto, hablamos distinto. Más aún, la vida entera de unos y otros se ha construido en torno a verse mutuamente como “otros.”

    Antes que esta constatación terrible se torne en excusa para juzgar (“ya ven, los ricos de la ciudad son malos”), reconozcamos que el mismo policía que desaloja a los campesinos, el juez clasemediero que autoriza la operación, incluso el acaudalado criollo que dirige tras bambalinas (o no tanto) la iniciativa, todos ellos serán por igual víctimas de un ladronzuelo marero, que les matará de un tiro en un callejón oscuro, tan solo para robarles el celular, si la ocasión se presenta. Todo ello apenas porque son “otros”, no iguales del marero.

    De todo esto debemos aprender. Salir de la violencia que nos anega no será tan solo asunto de Cicig, policía y juzgados. Desde ya y a la par tendremos que comenzar a hablar de igualdad. Porque el Widmann y el Beb podrán verse como distintos, pero apenas lo son. Los mismos dos ojos, dos brazos, las mismas dos piernas les impulsan, el mismo corazón les mueve la misma sangre roja. Mas en la superficie, la misma tierra pobre los vio nacer y los verá morir (al menos al que sobrevivió el desalojo, que no fue Beb), si no hacen algo distinto. Inescapablemente guatemaltecos y chambones, aunque sea en inglés, con Hummer y helicóptero. Si en vez de escoger las diferencias optamos por escoger las igualdades, ya es un primer paso. No se trata de cambiarte a ti, se trata de cambiarnos a nosotros.

    Más importante es reducir las diferencias en la práctica. Para empezar: la escuela pública, esa donde debiéramos ir todos, no es una simple obcecación socialista, ni sólo oportunidad para formar recursos humanos competentes. Y si esto ofende sus sensibilidades conservadoras, pues que sea al revés: becas para que los chicos pobres vayan a los colegios privados. Como bien saben los egresados de los más esclarecidos colegios religiosos, la educación compartida es un igualador incomparable.

    Original en Plaza Pública

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