Category: Plaza Pública

  • Jóvenes indígenas y Estado en Guatemala

    Ante la agresión centenaria se escoge el encierro propio. Pero es una estrategia perdedora.

    Llenamos entre todos las páginas de opinión con enfrentamientos acerca del papel del Estado. Los libertarios lo quieren ínfimo. Los conservadores, dando garantías mínimas comerciales y morales. Los progresistas quisieran su inversión más activa en la sociedad. Y los socialistas, que controle con mano firme la economía.

    Pero el qué y el cómo del Estado son apenas la mitad de la historia. Lo que muchos omiten —al menos en estas tierras— es el quién del Estado. ¿Para quién es? ¿De quién es Guatemala?

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  • El voto hideputa

    Para un grupo considerable y concreto de personas, el racismo, el sexismo, la xenofobia, el insularismo, la antirracionalidad y el antiecologismo del candidato no pesaron en contra de su elección.

    Imposible callar ante las elecciones en los Estados Unidos. El hecho es suficientemente excepcional y sus consecuencias suficientemente extensas como para que hasta el más lego necesite reconocer las implicaciones.

    Usted y yo tenemos una ventaja. A diferencia del politólogo profesional, los ciudadanos de la calle no necesitamos justificar lo dicho antes de las elecciones ahora que Trump ya ganó, pues no nos jugamos el prestigio profesional. Alcanza con describir lo visto, que ya es bastante.

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  • Abuso y hartazgo

    Jean-Marie Simon calificó esta como la tierra de la «eterna primavera, eterna tiranía», pero quizá eso no es sino el lado violento de otras permanencias: el eterno abuso y el infinito aguante.

    La plática empezó como tantas en estos tiempos de tecnología personal. Conversando mientras llega la comida en el restaurante, surge una duda. Todos sacamos el celular para hacer la consulta a la internet. La pareja joven hace un baile de teléfonos y manos: «Mejor usemos el tuyo».

    Ante mi pregunta explican: prefieren usar el teléfono de él para consultar la internet porque aún tiene el plan viejo. La compañía telefónica empezó a renovar contratos a sus clientes este año y recortó drásticamente (en 40 %) el volumen de datos ofrecido por el monto cobrado.

    Yo no salgo de mi asombro. En otras palabras, por el mismo precio, ¿ahora les ofrece mucho menos servicio? Sí. ¿Y nadie armó alboroto ni se cambiaron a otra empresa? No.

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  • ¿Acordar lo que queremos o reconocer lo que somos?

    Ante el dilema entre la incertidumbre que provoca el afán de desarrollo y la seguridad que implica mantener la pobreza conocida, se apuesta por seguir igual.

    La semana pasada, María del Carmen Aceña subrayó en Contrapoder la necesidad de «llegar a un consenso y hacer un nuevo acuerdo fiscal» que concrete la voluntad de desarrollo. Sobre todo, que haga realidad los acuerdos de paz incumplidos en 20 años.

    Su columna es un resumen de puntos urgentes. Cosas como focalizar y priorizar el gasto público en los pobres, evaluar los gastos realizados —incluyendo pactos colectivos, jubilaciones y programas inefectivos—, incrementar la inversión per cápita en educación y salud, aumentar la carga tributaria, supervisar los proyectos, mejorar la contraloría pública y atender la deuda pública, especialmente la deuda municipal.

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  • La migración como problema

    Mientras los más pobres resultan migrantes a secas, los migrantes más ricos nos hacemos llamar expatriados.

    Me dejó pensando la funcionaria estadounidense. Hablando en Guatemala a unos representantes de organizaciones de desarrollo, repetía una y otra vez: el problema de la migración es hoy motivo importante para la cooperación de su país con las organizaciones de desarrollo.

    Como excusa para colaborar es impecable. Además, es la política exterior estadounidense del momento, que al fin es lo que paga el sueldo de la funcionaria. Lamentablemente, como premisa para actuar, no digamos ya para conseguir resultados, es un error: el problema no es la migración.

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  • Jurisdicción

    Este es su dilema: o cambia la jurisdicción para acomodar al otro o le da su propia jurisdicción.

    Afirma Felipe Bosch que la jurisdicción indígena nos divide. Olvide por un momento lo que pueda pensar una persona indígena al respecto. Lo dicho es ante todo un absurdo lógico.

    Para que la jurisdicción indígena pudiera dividirnos, primero tendríamos que estar unidos. Tendríamos que poder atribuir tal unidad a una única jurisdicción preexistente. Ni lo primero es cierto ni lo segundo lo garantiza.

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  • Respuesta equivocada

    La Fundesa y su élite empresarial deberían escarmentar en pellejo ajeno, aprender la lección que la historia escribe sobre la carne y la vida del mismo presidente: no se puede pedir a los demás el cambio sin cambiar uno mismo, no basta querer el bien sin asumir su costo.

    Me preocupa mi peso, pero me encanta comer. Así es para todos: vivimos en contradicción, somos la contradicción. Es imposible ser de otra forma.

    Pero algunas contradicciones acarrean más consecuencias que otras. Mi batalla cotidiana con las calorías da más risa que preocupación, aunque pudiera terminar como Tomás de Aquino. En cambio, si dijera amar a mi pareja para luego traicionarla con otra persona, la contradicción tendría efectos graves.

    Así también hacen mucho daño las incongruencias de quienes tienen la mano en el timón de la política o juegan con las grandes finanzas. Causan mucho pesar las inconsecuencias de quienes afectan la vida y la prosperidad de muchos. No todas las contradicciones son iguales.

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  • Educación y trabajo, dos caras de la misma moneda

    La educación crea riqueza. Pero no es la riqueza usual, de oro y plata, dólares y dinero. La riqueza que crea la educación va por dentro.

    Sin embargo, esta riqueza también interesa al inversionista que busca mejores réditos. No me refiero a bienes intangibles, a la riqueza de una estética refinada, al valor dado a la sabiduría o al aprecio que tenemos por el buen juicio, aunque sean cosas buenas en sí mismas. Escribo aquí de cosas que se ven y miden en el mercado y la economía.

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  • Redención

    «No volveré a escribir sobre aumentar la carga fiscal. No volveré a escribir sobre aumentar la carga fiscal. No volveré a escribir sobre aumentar la carga fiscal. No volveré a escribir sobre aumentar la carga fiscal» (Bart Simpson).

    Todo médico sueña con nombrar una enfermedad desconocida. Pienso que se me ha cumplido ese sueño. Hoy documento una dolencia nueva, identificada entre lectores guatemaltecos. Es la dislexia antifiscal.

    Por cuatro semanas —y prometo que esta quinta será la última— escribí sobre la necesidad de aportar más recursos para la cosa pública. Argumenté que tenemos décadas de no invertir. Aduje que debemos comprometernos con el volumen de recursos tanto como discutir su destino u origen. Argüí que el problema es urgente. Y sugerí que esto exige una sólida voluntad política, ya que la causa de los ingresos fiscales nunca tendrá un tiempo propicio. Pero algunos lectores —al menos los generosos que se toman el tiempo para comentar en Plaza Pública o en las redes sociales— leyeron una sola cosa: ¡pague, pague!

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