Abuso y hartazgo

Jean-Marie Simon calificó esta como la tierra de la «eterna primavera, eterna tiranía», pero quizá eso no es sino el lado violento de otras permanencias: el eterno abuso y el infinito aguante.

La plática empezó como tantas en estos tiempos de tecnología personal. Conversando mientras llega la comida en el restaurante, surge una duda. Todos sacamos el celular para hacer la consulta a la internet. La pareja joven hace un baile de teléfonos y manos: «Mejor usemos el tuyo».

Ante mi pregunta explican: prefieren usar el teléfono de él para consultar la internet porque aún tiene el plan viejo. La compañía telefónica empezó a renovar contratos a sus clientes este año y recortó drásticamente (en 40 %) el volumen de datos ofrecido por el monto cobrado.

Yo no salgo de mi asombro. En otras palabras, por el mismo precio, ¿ahora les ofrece mucho menos servicio? Sí. ¿Y nadie armó alboroto ni se cambiaron a otra empresa? No.

Una cosa se hizo clara desde que Moore formuló su célebre ley empírica en 1965: la informática no se porta como otros recursos económicos. Cada dos años se duplica el número de transistores que caben en el mismo microprocesador. Y por las mismas razones sube dramáticamente la velocidad a la que se puede transmitir información, sube el volumen de datos que se puede mover y, lo que importa aquí, cae dramáticamente el costo de moverlos. Por eso hoy usted disfruta de videos de internet en su celular inteligente, mientras hace apenas 10 años debía conformarse con un mensaje de texto en su antiguo frijolito. El costo tiende literalmente a cero y empuja el debate acerca de un inminente poscapitalismo que algunos ansían y otros aborrecen.

Pero no en Guatemala. Mientras a lo ancho del globo explota el volumen de datos al que se tiene acceso, mientras cae precipitadamente su precio, aquí al usuario del celular le recortan radicalmente su volumen. Y… nadie… dice… nada.

No estoy aquí para despotricar por problemas de primer mundo. Pero el tema ilustra algo más profundo. Jean-Marie Simon calificó esta como la tierra de la «eterna primavera, eterna tiranía», pero quizá eso no es sino el lado violento de otras permanencias: el eterno abuso y el infinito aguante. Abuso de un empresariado que sabe que sus clientes nunca le harán boicot. Abuso de una clase política que, apenas un año después de defenestrados el presidente y la vicepresidenta, ya apuesta por recomponer descaradamente las redes corruptas. Infinito aguante ante un racismo que ni siquiera sabemos reconocer en los medios de comunicación que lo apañan. Ilimitado aguante ante la noticia escandalosa: más de 31 niñas desaparecen de un hogar seguro de la Secretaría de Bienestar Social. ¿Desaparecen? ¿Hogar seguro? ¿Bienestar social? No alcanzan las comillas para señalar tanto eufemismo. Y… nadie… dice… nada.

Mientras tanto, por las grietas de este complejo de abuso y aguante cae de todo. No solo pobreza, hambre y enfermedad, sino también gays vapuleados y asesinados, exministros muertos durante su captura, vecindarios enteros sin agua potable, universidades que se desentienden de la muerte de sus estudiantes en actividades académicas, basureros municipales que evocan el infierno de Dante. Y así siguen lista sobre lista de abusos y una infinita tolerancia, indiferente y resignada. Como tapa del pomo, la única respuesta que se les ocurre a los poderosos y a la élite económica es criminalizar la protesta, cuando aquí lo que necesitamos con urgencia es el hartazgo ciudadano, o quizá más bien ciudadanos hartos.

Hartos porque esto es sin duda lo que tenemos en común el indígena y el mestizo, el clasemediero y el pobre, el conservador y el progre, la mujer y el hombre, el gay y el hétero, la niña y el adulto. Aquí todas y todos somos víctimas de abuso cotidiano. Somos actores y cómplices de esa tolerancia patológica, infinita.

Así que la próxima vez que alguien satanice la protesta reflexione. La próxima vez que abusen de usted (no dude que será muy pronto, quizá hoy mismo) no calle. Esto es lo que necesitamos: ciudadanos que estemos hartos del abuso de quienes nos gobiernan, clientes que estemos hartos del abuso de quienes toman nuestro dinero a cambio de malos productos y peores servicios, mujeres hartas de que los hombres cínicamente coartemos sus oportunidades en nombre de una pervertida igualdad, indígenas hartos de que los mestizos demos por sentado que por supuesto no pueden ni quieren ni deben aprender en su idioma, mucho menos vivir su justicia. Ellos, usted y yo no estamos solos. Tenemos algo en común: somos víctimas persistentes del abuso. Convirtamos esto en algo positivo. Convirtamos esto en un hartazgo que nos mueva a la acción: a la protesta y, sobre todo, a la participación.

Original en Plaza Pública

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