Qué duro defender el privilegio

La falta de letras nunca ha implicado que las personas no entiendan cuando les dan gato por liebre en el sistema de justicia.

Ha de ser duro justificar lo indefendible, nomás porque es del bando de uno; explicar por qué al que tiene se le dará, y al que no, que se aguante.

Ojo, que no es peculiaridad de un solo bando. En la China comunista, como en la difunta Unión Soviética, en los EE.UU. como en Venezuela, algunos han terminado en ventaja, extrayendo de la sociedad más de lo que aportan. Y buscan justificar la rapiña.

La “dictadura del proletariado” fue la excusa perfecta en la URSS, cuando construyó la Nomenklatura, esa casta de militares, burócratas y cabecillas del Partido Comunista que copó el poder, y desde allí le chupó la hacienda al resto de connacionales. “Espérese tantito”, parecían decir, “nomás que organicemos la utopía y le tocará su parte, camarada”. Pero esa parte nunca le llegó al sufrido camarada. La gente en la Academia de Ciencias habrá tenido que tragar duro para inventar el “socialismo real”. “Puta Alexandr Ivanovich, qué metida de cuento le estamos dando a la gente”. Hasta que tronó todo, y debieron reconocer que el asunto era una gran patraña.

Hoy es igual con los Republicanos en los EE.UU. Nada mejor que “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”, para convencer al pobre que rechace el “socialismo” del seguro universal de salud, o que la portación de armas es un derecho eterno, mientras se le esquilma vendiéndole lo que debiera tocarle como ciudadano y se cierra el paso a la movilidad social. Igual que a los académicos rusos, tocará en algunos Think Tank de Washington hacer maromas para justificar la creciente brecha entre ricos y pobres, y que ya no valga el Sueño Americano. “Shit, man, qué cuento le estamos dando a la gente con esto de la libertad, si ni alcanza para curarse una chaquirria”.

Pero basta de señalar al vecino, cuando aquí es igual. Y ahora sí, reconozcamos que en estas tierras los privilegios y la derecha van juntas. Aquí a la izquierda no le dio tiempo ni de encontrar el baño en el Palacio Nacional, cuando ya en 1954 habían echado en calzoncillos a Árbenz. Y desde entonces, a la derecha no le alcanzan las horas del día para torturar razones (bueno, a los peores les dio también por torturar gente, pero eso es otra historia), explicando por qué es obvio, natural y bueno que unos manden siempre, y que los demás hagamos caso.

Va el ejemplo, en estos días en que los apologistas del privilegio cierran filas en los medios. Poquito antes de partir, nuestro ahora acreditado embajador en Washington dio explicaciones de por qué la comunidad internacional debía sacar sus manitas de la política nacional; y cito apenas una de sus premisas, con la conclusión:

Si aceptamos que más de la mitad de nuestra población, por razón de carencias educativas, no está en capacidad de comprender la complejidad de un sistema de justicia, entonces, y sólo entonces, y luego de aceptar esta tormentosa realidad, se pueden hacer observaciones balanceadas de qué es factible como aspiración en este importante camino de construcción de institucionalidad y construcción de nación, y cuáles deberían ser los plazos y etapas a cumplir.

Razonable, ¿no? Todos queremos observaciones balanceadas para construir la nación. Pero aquí está el problema, no es razonable. Primero, porque la falta de letras nunca ha implicado que las personas no entiendan cuando les dan gato por liebre en el sistema de justicia. Segundo, porque esa mitad de la población con carencias educativas está así, no por elección o azar, sino porque convino a unos pocos expoliarlos por vía de la servidumbre agrícola. Y tercero, porque ese inocente “sólo entonces” es la puerta firmemente cerrada al debate y el diálogo. Sólo los que piensen igual, los que acepten sus premisas, se sentarán a la mesa para construir la nación. Lo demás es apenas radicalismo y torpeza. “Puta mano, qué baboseada le estamos dando a los indios”.

Y así siguen a una voz. Véalos torturando razones para justificar el statu quo: negando oportunidades y poder a los indígenas, porque son ignorantes. Rechazando la obvia atrocidad del ejército en la represión, porque se defendía la patria. Denunciando europeos, aunque sea evidente su mayor equidad. Escondiendo el papel de algunos empresarios – sí, sólo algunos – en la represión, porque el que interroga no tiene edad para saber de qué habla. En fin, enredando para no dar respuestas cuando les preguntan sobre su papel en nuestra sórdida historia porque, porque…, este…, ¡cotorras mentirosas!

Original en Plaza Pública

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